Juan 6, 1-15

Después de esto, Jesús se fue al otro lado del Lago de Galilea, que es el mismo Lago de Tiberias.  Mucha gente lo seguía, porque habían visto las señales milagrosas que hacía sanando a los enfermos.  Entonces Jesús subió a un monte, y se sentó con sus discípulos.  Ya estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos.  Cuando Jesús miró y vio la mucha gente que lo seguía, le dijo a Felipe: ¿Dónde vamos a comprar pan para toda esta gente?  Pero lo dijo por ver qué contestaría Felipe, porque Jesús mismo sabía bien lo que había de hacer.  Felipe le respondió: Ni siquiera el salario de doscientos días bastaría para comprar el pan suficiente para que cada uno recibiera un poco.  Entonces Andrés, que era otro de sus discípulos y hermano de Simón Pedro, le dijo:  Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados; pero, ¿qué es esto para tanta gente?  Jesús respondió: Díganles a todos que se sienten. Había mucha hierba en aquel lugar, y se sentaron. Eran unos cinco mil hombres.  Jesús tomó en sus manos los panes y, después de dar gracias a Dios, los repartió entre los que estaban sentados. Hizo lo mismo con los pescados, dándoles todo lo que querían.  Cuando ya estuvieron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: Recojan los pedazos sobrantes, para que no se desperdicie nada.  Ellos los recogieron, y llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada.  La gente, al ver esta señal milagrosa hecha por Jesús, decía: De veras éste es el profeta que había de venir al mundo. Pero como Jesús se dio cuenta de que querían llevárselo a la fuerza para hacerlo rey, se retiró otra vez a lo alto del cerro, para estar solo.

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¿A QUIÉN INVITO A MI MESA?

Jesús hoy se nos presenta como un hombre solidario que conoce el sufrimiento, el hambre y las aspiraciones del ser humano. Sabe que necesita alimento para su cuerpo y para su corazón. Por eso, al ver delante de si un numeroso grupo de personas que tienen hambre realiza ese maravilloso prodigio de la multiplicación de los panes.
Jesús no quiere calmar solamente el hambre físico, sino manifestarse también como el alimento que sacia todo tipo de hambre. Él es el pan vivo bajado del cielo.
En cada misa celebramos la “multiplicación de los panes”, donde Cristo se da como pan de vida para saciar el hambre de la comunidad y de toda persona.
Es urgente compartir más y mejor la fe, el amor, el pan y la riqueza del mundo, porque también hoy la gente tiene hambre y no sólo del pan material, sino hambre de autenticidad, de felicidad, de justicia, de paz, de dignidad, de derechos humanos; hambre de ternura y de amor auténtico.
Multiplicar hoy el pan para los pobres supone hacer primero el milagro de amar. Hay un pan que siempre todos podemos dar y que nadie rechaza: es el pan del amor.
Jesús no solamente sacó de pan material a aquellas personas hambrientas físicamente, sino que se entregó a sí mismo como alimento que sacia toda clase de hambre.
Jesús se compadeció de la gente extenuada y repartió en abundancia el pan del Reino a los pobres. Él invita también a su mesa eucarística a todos sus hijos como hermanos que participamos del mismo pan familiar.
Sólo cuando reconocemos que nuestros bienes son don del Padre a la humanidad podemos ponerlos al servicio de nuestros hermanos. ¿A quiénes invito a mi mesa? ¿A quiénes excluyo y por qué? J.M

Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, julio 26 del año 2015

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Marcos 6, 30-34

Después de esto, los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado.  Jesús les dijo: Vengan, vamos nosotros solos a descansar un poco en un lugar tranquilo. Porque iba y venía tanta gente, que ellos ni siquiera tenían tiempo para comer.  Así que Jesús y sus apóstoles se fueron en una barca a un lugar apartado.  Pero muchos los vieron ir, y los reconocieron; entonces de todos los pueblos corrieron allá, y llegaron antes que ellos.  Al bajar Jesús de la barca, vio la multitud, y sintió compasión de ellos, porque estaban como ovejas que no tienen pastor; y comenzó a enseñarles muchas cosas.

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VENGAN A DESCANSAR UN POCO

Jesús, el Maestro y amigo de los discípulos necesita preguntar, conocer, hacer un balance y alegrarse por lo realizado, por eso los invita a descansar un poco en un lugar tranquilo.
Esta escena tan humana recoge lo que fue un rasgo habitual de Jesús y su grupo, esto es, el cultivo de la amistad y su preocupación por preparar bien a sus discípulos.
Por eso reservó para ellos una buena parte de su tiempo.
Además Jesús está preocupado por tanta gente que anda como ovejas sin pastor, y a pesar de que no le quedaba tiempo ni para comer, se puso a enseñarles con calma.
Una de las cosas que más necesitamos hoy es la fuerza atractiva y el testimonio de auténticos líderes. Hay muchas ovejas que van desorientadas, como ovejas sin pastor, y los líderes escasean. Y muchos que pretendían ser amigos u orientadores han defraudado debido a que tenían otros intereses.
Como cualquier persona, Jesús necesitó momentos y espacios para descansar, reflexionar y mantener su paz interior. Todos necesitamos hacer una pausa en nuestra vida y recargar nuestras energías en un mundo lleno de tensiones y de febril actividad.
Necesitamos encontrarnos con Jesús, con nosotros mismos, con nuestro grupo y redescubrir las raíces que dan sentido a nuestra vida. Por eso el descanso verdadero no es tiempo muerto, placer vacío ni repliegue egoísta, o sólo para pasarla bien. El descanso verdadero es actividad que nos renueva, que nos fortifica para afrontar la vida con entusiasmo y amor. El discípulo de Jesús está embarcado en una misión de trabajo y reflexión, de acción y contemplación, dos actividades que animan, instruyen y alimentan el cuerpo y el espíritu. J.M.

Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, julio 19 del año 2015

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Marcos 6, 7-13

Llamó a los doce discípulos, y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus impuros.  Les ordenó que no llevaran nada para el camino, sino solamente un bastón. No debían llevar pan ni provisiones ni dinero.  Podían ponerse sandalias, pero no llevar ropa de repuesto.  Les dijo: Cuando entren ustedes en una casa, quédense allí hasta que se vayan del lugar.  Y si en algún lugar no los reciben ni los quieren oír, salgan de allí y sacúdanse el polvo de los pies, para que les sirva a ellos de advertencia.  Entonces salieron los discípulos a decirle a la gente que se volviera a Dios.  También expulsaron muchos demonios, y curaron a muchos enfermos ungiéndolos con aceite.

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LOS APEGOS QUE NOS ESCLAVIZAN

El desprendimiento de las cosas materiales, la austeridad y el amor son condición indispensable para la misión: ni pan, ni alforja, ni dinero, ni dos túnicas, nada para el camino, excepto un bastón y sandalias. Pero eso sí, con poder para expulsar espíritus malignos. El enviado, debe ser capaz de prescindir de todo, incluso del dinero, pues éste puede esclavizarlo. Debe tener su corazón y su confianza puestos sólo en Dios, y en la comunidad donde se siente acogido. Se trata de un desprendimiento que confiere libertad y genera credibilidad. Para ser libres es una ventaja "ir ligeros de equipaje".
Jesús los envía de dos en dos, de modo que tenga validez jurídica su testimonio y se puedan también ayudar mutuamente. La misión cristiana tiene como objetivo luchar contra las fuerzas del mal, generar conversión y cambio de vida, sanación integral y salvación.
El enviado no debe desmotivarse si encuentra actitudes de rechazo o indiferencia. Debe romper con cuantos no reciban el mensaje y procurar buscar lugares donde haya enfermos que sanar y gente para evangelizar.
El apego a las cosas materiales y especialmente al dinero puede minar la vocación y producir esclavitud y distracción. El desprendimiento radical, el uso de los medios de comunicación y el amor a la misión, son factores indispensables para evangelizar en esta sociedad de opulencia y despilfarro.
Así podremos ser enviados auténticos y eficaces de Jesús; alejaremos de nosotros el maligno, curaremos enfermos del alma y del cuerpo. Recordemos que somos los continuadores de la presencia de Cristo en el mundo. J.M.

Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, julio 12 del año 2015

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Marcos 6, 1-6

Jesús se fue de allí a su propia tierra, y sus discípulos fueron con él.  Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga. Y muchos oyeron a Jesús, y se preguntaron admirados: ¿Dónde aprendió éste tantas cosas? ¿De dónde ha sacado esa sabiduría y los milagros que hace?  ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no viven sus hermanas también aquí, entre nosotros? Y no tenían fe en él.  Pero Jesús les dijo: En todas partes se honra a un profeta, menos en su propia tierra, entre sus parientes y en su propia casa.  No pudo hacer allí ningún milagro, aparte de poner las manos sobre unos pocos enfermos y sanarlos.  Y estaba asombrado porque aquella gente no creía en él.

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CUANDO EL PROFETA ES RECHAZADO

Los habitantes de Nazaret conocían bien a Jesús y a su familia. Lo habían visto crecer, ir a la escuela, hacerse grande y trabajar para ganarse el sustento.
Jesús va a la sinagoga para leer y comentar la Escritura. La gente al oírlo se asombra, pero luego lo rechaza porque les parece absurdo que aquel joven, el hijo de José y de María, pretenda ser el Mesías. Y cuestionan su enseñanza y sus milagros. No logran descubrir la presencia de Dios en aquel joven carpintero. Jesús siente pena y tristeza por la incredulidad y no puede hacer allí ningún milagro y se extraña por su falta de fe. Pero Él no se desanima y sigue adelante con valor.
También nosotros tenemos momentos de rechazo, frustración, ante quienes no nos aceptan. San Pablo presume de sus debilidades porque gracias a ellas residirá en él la fuerza de Cristo: "Cuando soy débil, entonces soy fuerte".
Tal vez vivimos entre hombres y mujeres que no creen, incluso amigos nuestros; y quizá nunca les hemos hablado de Dios "por respeto a sus ideas". Pidamos al Espíritu Santo más tacto y más valentía para anunciar y ser testimonios del Reino de Dios. Hacen falta hombres y mujeres creyentes que a ejemplo de Jesús sean profetas que anuncian a Dios a los demás. Necesitamos de personas "signo" que sepan sonreír y compartir, aceptar a los demás como son y darles la mano en su dificultad, escucharlos con amor e infundirles esperanza. Así es como se hará hoy presente el Espíritu profético del Señor.
Tal vez Cristo ha venido a nuestra casa y no lo hemos recibido, ni a Él, ni a su palabra, ni a sus enviados. Tal vez hemos dejado apagar en las cenizas del miedo silencioso nuestra fe y nuestro testimonio de hijos de Dios. Pidamos perdón. J.M.

Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, julio 5 del año 2015

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Marcos 4, 35-41

Al anochecer de aquel mismo día, Jesús dijo a sus discípulos: Vamos al otro lado del lago. Entonces dejaron a la gente y llevaron a Jesús en la barca en que ya estaba; y también otras barcas lo acompañaban.  En esto se desató una tormenta, con un viento tan fuerte que las olas caían sobre la barca, de modo que se llenaba de agua.  Pero Jesús se había dormido en la parte de atrás, apoyado sobre una almohada. Lo despertaron y le dijeron: ¡Maestro! ¿No te importa que nos estemos hundiendo? Jesús se levantó y dio una orden al viento, y dijo al mar: ¡Silencio! ¡Quédate quieto! El viento se calmó, y todo quedó completamente tranquilo.  Después dijo Jesús a los discípulos: ¿Por qué están asustados? ¿Todavía no tienen fe? Ellos se llenaron de miedo, y se preguntaban unos a otros: ¿Quién será éste, que hasta el viento y el mar lo obedecen?

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¿TENEMOS DEMASIADOS MIEDOS?

Jesús va en una barca con sus discípulos. De pronto se desata una tempestad y el miedo los invade; asustados gritan: "¿No te importa que nos hundamos?". Jesús está descansando, pero ante el peligro actúa de inmediato, ordenando: "¡Cállate, enmudece!". Y luego exhorta a los discípulos: "¿Porqué son tan cobardes?".
Ir a la otra orilla significa afrontar una nueva realidad. Las olas simbolizan poderes demoníacos que nos quieren avasallar, pero Jesús las domina. Él, aunque a veces parezca ausente, está siempre atento para que no nos hundamos ni perdamos la calma. Para no ser absorbidos por las fuerzas del mal tenemos que despertar a Jesús, acudir a Él renovando nuestra confianza en su presencia y en el poder de su palabra.
Muchas veces vamos a la deriva, angustiados y con demasiados miedos. Miedo al futuro, al qué dirán, a que las cosas no resulten bien; miedo a sí mismos, al compromiso, a los riesgos, a las decisiones; buscamos sólo falsas seguridades. Pero cuando estamos a punto de hundirnos volvemos la mirada a Jesús y le gritamos: ¡Señor, sálvanos!
Necesitamos reafirmar nuestra fe en Jesús. Fe que es motivo de esperanza y que nos lleva a confiar en la vida. Fe que es apertura de ánimo, apertura a la vida, apertura al hermano que sufre. ¿Extendemos la mano al hermano en dificultad?
No podemos vivir a la deriva, ni sólo buscando el calmante que más nos conviene, tampoco permitir que nos invada la cobardía. Jesús nos acompaña en medio de nuestras múltiples ocupaciones y proyectos, fracasos y aspiraciones, cansancios y esperanzas, frustraciones y anhelos. Él puede calmar nuestras tempestades, aunque parezca ausente. Jesús siempre nos dirá: ¡Ánimo, no tengas miedo! Y la calma volverá. J.M.

Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, junio 21 del año 2015

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Marcos 14, 12-16.22-26

El primer día de la fiesta en que se comía el pan sin levadura, cuando se sacrificaba el cordero de Pascua, los discípulos de Jesús le preguntaron: ¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua? Entonces envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: Vayan a la ciudad. Allí encontrarán a un hombre que lleva un cántaro de agua; síganlo,  y donde entre, digan al dueño de la casa: “El Maestro pregunta: ¿Cuál es el cuarto donde voy a comer con mis discípulos la cena de Pascua?”  Él les mostrará en el piso alto un cuarto grande, arreglado y ya listo para la cena. Prepárennos allí lo necesario. Los discípulos salieron y fueron a la ciudad. Lo encontraron todo como Jesús les había dicho, y prepararon la cena de Pascua. Mientras comían, Jesús tomó en sus manos el pan y, habiendo pronunciado la bendición, lo partió y se lo dio a ellos, diciendo: Tomen, esto es mi cuerpo. Luego tomó en sus manos una copa y, habiendo dado gracias a Dios, se la pasó a ellos, y todos bebieron.  Les dijo: Esto es mi sangre, con la que se confirma la alianza, sangre que es derramada en favor de muchos.  Les aseguro que no volveré a beber del producto de la vid, hasta el día en que beba el vino nuevo en el reino de Dios. Después de cantar los salmos, se fueron al Monte de los Olivos.

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JESÚS NOS INVITA A SU MESA

En la institución de la Eucaristía Jesús realiza un signo profético de lo que ha sido toda su vida y de lo que está a punto de acontecer con su muerte: un pan que comparte, una existencia entregada por todos.
Jesús ha ido repartiendo el pan de su vida hasta su muerte. Ha compartido con la gente su pan, su vida, su fe. Ahora comparte su Cuerpo pan para la vida y su Sangre será el sello de la nueva alianza. Su despedida, triste y dolorosa, está llena de esperanza y en ella hay un más allá íntimamente vinculado con este mundo.
Podemos preguntarnos cómo y con quiénes compartimos la mesa de nuestra vida, de nuestro tiempo, de nuestra amistad, nuestros bienes; a quiénes excluimos y por qué.
La Eucaristía es ocasión para convertir en bendición y agradecimiento al Señor por todo lo que somos y tenemos.
Corpus Christi es una fiesta de alianza con el Señor, en la que hacemos memoria de su compromiso de amor y entrega; una fiesta en la que recordamos que la celebración cristiana va unida a la justicia. Jesús se nos da como alimento en una nueva alianza para darnos vida. Jesús se nos ofrece bajo las especies de pan y de vino para que calmemos nuestra sed y nuestra hambre de tantas aspiraciones y deseos.
Cada Eucaristía nos debe recordar el pecado y la injusticia de nuestra sociedad donde hay tantos pobres y excluidos, tantos niños con hambre, tantos enfermos. No hacerlo sería olvidarnos del amor fraterno y de la comunidad. Debemos compartir la mesa de Jesús desde la dignidad, pues no podemos recibir al Señor desde la indiferencia o la violencia. Una conciencia delicada, el respeto al prójimo, la cordialidad y el perdón deben acompañarnos al recibir a Jesús. J.M.

Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, junio 7 del año 2015

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Mateo 28, 16-20

Así pues, los once discípulos se fueron a Galilea, al cerro que Jesús les había indicado.  Y cuando vieron a Jesús, lo adoraron, aunque algunos dudaban.  Jesús se acercó a ellos y les dijo: Dios me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra.  Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos; bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo,  y enséñenles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Por mi parte, yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo.

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EL MISTERIO INSONDABLE DE DIOS

En las familias cristianas los niños aprenden de labios de sus padres a hacer la señal de la cruz y a llamar a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Así con toda naturalidad expresan el misterio más profundo de nuestra fe. Más tarde, cuando queremos decir quién es Dios nos damos cuenta de que apenas podemos balbucir su misterio sublime. El Espíritu de la verdad que Jesús nos da es también Espíritu de amor, y es el amor lo que más ayuda a conocer a las personas. Por eso, para comprender a Dios más importante que "saber cosas" de Él, es amarlo y experimentar su paternidad, porque Dios es la nueva y más gratificante dimensión de nuestra vida. Sólo la experiencia de Dios dilata nuestro corazón abriéndolo a la esperanza.
Dios es Padre de todos los hombres a quienes hace hijos suyos porque los ama; Dios es Hijo que se hace hombre para liberar a los hombres del pecado y congregarlos en la comunidad pueblo y familia de Dios que es la Iglesia. Dios es Espíritu Santo, don y amor que nos santifica y nos da conciencia de nuestra adopción filial. Este es el Dios uno y trino en quien creemos.
Somos guiados por el Espíritu de Jesús siempre que servimos a la verdad, al cumplimiento de los derechos humanos, al amor, a la fraternidad, a la dignidad y liberación integral del hombre. Mientras sirvamos al bien, a la verdad, al amor y a la justicia, es el Espíritu de Dios quien nos guía, haciéndonos hijos suyos.
Todo en la Eucaristía, desde el saludo a la despedida, tiene sabor trinitario. ¿Qué otra finalidad debe tener nuestra vida sino glorificar a Dios? La gloria de Dios es el hombre que tiene su vida. Repitamos constantemente: Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Agradezcamos a Dios por el amor que en Cristo nos manifestó y porque nos admite en su familia como hijos de adopción por Cristo y por el Espíritu que nos impulsa a llamarlo de verdad ¡Padre! J.M.

Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, mayo 31 del año 2015

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Juan 15, 9-17

Yo los amo a ustedes como el Padre me ama a mí; permanezcan, pues, en el amor que les tengo.  Si obedecen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, así como yo obedezco los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.  Les hablo así para que se alegren conmigo y su alegría sea completa.  Mi mandamiento es este: Que se amen unos a otros como yo los he amado a ustedes.  El amor más grande que uno puede tener es dar su vida por sus amigos.  Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando.  Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo. Los llamo mis amigos, porque les he dado a conocer todo lo que mi Padre me ha dicho.  Ustedes no me escogieron a mí, sino que yo los he escogido a ustedes y les he encargado que vayan y den mucho fruto, y que ese fruto permanezca. Así el Padre les dará todo lo que le pidan en mi nombre.  Esto, pues, es lo que les mando: Que se amen unos a otros.

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¿ES POSIBLE AMARNOS DE VERDAD?

Donde existe amor existe alegría, paz, comprensión. De este modo el sacrificio y el dolor serán más llevaderos. Una de las expresiones más bellas de Jesús resume el sentido de su vida y de la nuestra: "No hay amor más grande que el de quien da la vida por sus amigos". Y Él entregó su vida por nosotros.
La palabra "amor", de tanto usarla, se ha devaluado y hoy tiene un sinfín de significados. Muchas veces llenamos nuestro corazón con dioses falsos, con afectos equivocados que toman el lugar del Padre, pero que no pueden hacer brotar en nuestra existencia la verdadera alegría y felicidad de las que tan sedientos nos sentimos.
No hay que confundir el amor con mero sentimentalismo o atracción física; eso sería demasiado poco. Si no hay renuncia, sacrificio, donación y esfuerzo por construir un amor de verdad no tenemos amor. A veces decimos: "Yo te quiero o yo te amo", pero luego somos incapaces de hacer un sacrificio por la persona amada o ser fieles a ella.
San Pablo nos dice que así sepamos muchas lenguas y ciencias, pero si no tenemos amor, nada somos. El amor todo lo cree, todo lo soporta, todo lo espera. El amor es paciente, bondadoso, no es envidioso, ni orgulloso, ni rencoroso, ni interesado, ni tiene en cuenta el mal, no se alegra por la injusticia, sino por la verdad.
Cuando se pronuncia el "sí" el día del matrimonio hay que saber que es para siempre y exige fidelidad. ¡No se puede amar sólo por un tiempo! Es feliz quien hace un mundo más feliz, conoce la alegría quien sabe regalarla, sólo vive quien hace vivir, sólo es amado quien ama de verdad. El amor mutuo debe ser el distintivo por el cual todos nos reconozcan como discípulos de Jesús. J.M.

Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, mayo 10 del año 2015

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Juan 15, 1-8

Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el que la cultiva. Si una de mis ramas no da uvas, la corta; pero si da uvas, la poda y la limpia, para que dé más. Ustedes ya están limpios por las palabras que les he dicho. Sigan unidos a mí, como yo sigo unido a ustedes. Una rama no puede dar uvas de sí misma, si no está unida a la vid; de igual manera, ustedes no pueden dar fruto, si no permanecen unidos a mí. Yo soy la vid, y ustedes son las ramas. El que permanece unido a mí, y yo unido a él, da mucho fruto; pues sin mí no pueden ustedes hacer nada. El que no permanece unido a mí, será echado fuera y se secará como las ramas que se recogen y se queman en el fuego. Si ustedes permanecen unidos a mí, y si permanecen fieles a mis enseñanzas, pidan lo que quieran y se les dará. En esto se muestra la gloria de mi Padre, en que den mucho fruto y lleguen así a ser verdaderos discípulos míos.

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LIBERARNOS DE LO INÚTIL

Quien trabaja en un viñedo sabe cuánto cuidado y atención se necesitan para hacerla productiva. La comparación de Jesús (la vid y los sarmientos) indica su cuidadoso esmero por dar vida y energía constante a sus discípulos.
Todos estamos llamados a dar frutos y a hacer producir los talentos y capacidades que Dios nos dio. Un discípulo no puede encerrarse en sí mismo ni desperdiciar sus dones y cualidades. Los frutos son expresión de vida y alternativa en un mundo opresor y alienante. Dar frutos de vida, entusiasmo, fe y alegría es lo que da sentido a nuestra vida evitando que ésta quede estéril. Cortar las ramas inútiles y podar las que dan fruto son tareas necesarias para alcanzar una buena cosecha. Nosotros vivimos, crecemos y damos fruto cuando hay comunicación continua con Jesús.
No podemos vivir una fe verdadera sin contacto con la Vid, con Jesús. Descubrimos la belleza y la autenticidad de la fe cuando vivimos en continua relación con Dios, quien nos comunica siempre vida nueva.
Pero es necesaria la limpieza, es decir, la eliminación de lo inútil, de lo que nos sobra, de lo que nos hace daño y nos esclaviza. Jesús corta los brotes de soberbia, egoísmo, codicia e indiferencia que nos impiden dar fruto. Y para ello se sirve de la comunidad, de los amigos, de los pobres y también de quienes nos critican. El Señor nos quiere disponibles, serviciales, libres, ligeros de equipaje.
La poda es necesaria para el crecimiento y madurez de las personas, grupos y comunidades. Nos libra del egoísmo, la pereza, el orgullo, los vicios, la discriminación. La poda es el secreto de éxito de quienes triunfan en su vida espiritual y apostólica gracias a la continua comunicación de amor con Dios y con los hermanos. J.M.

Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, mayo 3 del año 2015

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Juan 10, 11-18

Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas; pero el que trabaja solamente por la paga, cuando ve venir al lobo deja las ovejas y huye, porque no es el pastor y porque las ovejas no son suyas. Y el lobo ataca a las ovejas y las dispersa en todas direcciones. Ese hombre huye porque lo único que le importa es la paga, y no las ovejas. Yo soy el buen pastor. Así como mi Padre me conoce a mí y yo conozco a mi Padre, así también yo conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí. Yo doy mi vida por las ovejas. También tengo otras ovejas que no son de este redil; y también a ellas debo traerlas. Ellas me obedecerán, y formarán un solo rebaño, con un solo pastor. El Padre me ama porque yo doy mi vida para volverla a recibir. Nadie me quita la vida, sino que yo la doy por mi propia voluntad. Tengo el derecho de darla y de volver a recibirla. Esto es lo que me ordenó mi Padre.

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SOMOS PASTORES TAMBIÉN NOSOTROS

La fiesta de Jesús buen Pastor adquiere importancia especial hoy cuando la persona corre el riesgo de perder su propia identidad y vivir desconcertada ante tantas voces y presiones.
Jesús es el único y auténtico pastor que nos orienta, que da sentido a nuestra existencia. Está dispuesto a dar la vida por sus ovejas en el momento del peligro. Él las conoce y es conocido por ellas. Crea comunión de vida, relación personal activa, amorosa. Les da el alimento, lleva en sus brazos a las enfermas y las protege. Las defiende cuando ve venir el lobo. No huye como el asalariado a quien sólo le interesa la paga.
Pastor es nuestro obispo, nuestro párroco. Ellos son ejemplos de virtudes, dispensadores de los misterios de Dios, animadores de las asambleas que presiden, profetas que anuncian el bien y denuncian el mal con coraje; son servidores y signo de unidad, solidarios con los pobres y los que sufren. Tienen la misión de predicar el Evangelio, apacentar a los fieles y celebrar el culto divino (LG 28). Con ellos debemos estar siempre agradecidos.
Ellos están cerca en los momentos hermosos y también en las dificultades. Nos celebran la santa misa, nos orientan y asesoran cuando tenemos problemas en nuestra familia, son el puente entre Dios y nosotros, nos reconcilian, nos reaniman y acompañan cuando damos el último adiós a nuestros seres queridos.
Pastores también son los padres de familia que quieren lo mejor para sus hijos, los orientan y, para ser creíbles, les dan ejemplo de vida. Lo son también quienes tienen bajo su responsabilidad grupos de personas a quienes tratan con amabilidad y justicia.
Hoy se constata escasez de vocaciones religiosas y sacerdotales. Elevemos con fe nuestra oración al Dueño de la mies para que envíe a la Iglesia muchas y santas vocaciones. J.M.

Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, abril 26 del año 2015

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Juan 12, 20-33

Entre la gente que había ido a Jerusalén a adorar durante la fiesta, había algunos griegos. Éstos se acercaron a Felipe, que era de Betsaida, un pueblo de Galilea, y le rogaron: Señor, queremos ver a Jesús. Felipe fue y se lo dijo a Andrés, y los dos fueron a contárselo a Jesús. Jesús les dijo entonces: Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. Les aseguro que si el grano de trigo al caer en tierra no muere, queda él solo; pero si muere, da abundante cosecha. El que ama su vida, la perderá; pero el que desprecia su vida en este mundo, la conservará para la vida eterna. Si alguno quiere servirme, que me siga; y donde yo esté, allí estará también el que me sirva. Si alguno me sirve, mi Padre lo honrará. ¡Siento en este momento una angustia terrible! ¿Y qué voy a decir? ¿Diré: “Padre, líbrame de esta angustia”? ¡Pero precisamente para esto he venido! Padre, glorifica tu nombre. Entonces se oyó una voz del cielo, que decía: «Ya lo he glorificado, y lo voy a glorificar otra vez.» La gente que estaba allí escuchando, decía que había sido un trueno; pero algunos afirmaban: Un ángel le ha hablado.  Jesús les dijo: No fue por mí por quien se oyó esta voz, sino por ustedes. Éste es el momento en que el mundo va a ser juzgado, y ahora será expulsado el que manda en este mundo. Pero cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos a mí mismo. Con esto daba a entender de qué forma había de morir.

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LA VIDA ES FRUTO DEL AMOR

Unos griegos manifiestan a Felipe su deseo de ver a Jesús. Se lo presentan y Él los recibe con cariño y cortesía, y les habla de su futuro, es decir, de su pasión y su cruz.
Jesús es consciente de que alguien está tramando su muerte, pero no huye. Siente angustia, pero sabe que ha venido para esta "hora" en que el maligno va a ser derrotado, y así atraer a todos hacia sí. Está decidido a dar la vida por los demás, pues sabe que el amor más grande es el de aquel que da la vida por sus amigos.
Jesús expresa la fecundidad de su muerte cuando dice: "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, no puede dar fruto". El caer en tierra y morir es condición para que el grano libere toda la energía que encierra. El fruto comienza a ser real en el mismo grano que muere. El don total de sí es lo que hace que la vida de una persona sea realmente fecunda.
No se puede engendrar vida sin dar la propia, como tampoco se puede hacer vivir a los demás si no se está dispuesto a desvivirse por ellos. La vida es fruto del amor y brota en la medida en que la entregamos.
Cuando uno ama y vive intensamente, no puede permanecer indiferente ante el dolor de un hermano. El cristiano no disfruta ni busca el dolor por el dolor (masoquismo), sino que acepta el sufrimiento como precio de su compromiso con la vida. Saber sufrir por amor y en unión con Cristo es gran sabiduría, porque "el que vive ocupado sólo en pasarla placenteramente la perderá, pero el que emplea por mi causa, la salvará", dice Jesús.
¿Cómo es nuestra conducta religiosa y moral? ¿Se basa en el amor o vivimos una religión triste, una moral basada en el temor, contrastante con la ley del Espíritu? ¿Somos cristianos creíbles? ¿Sabemos mostrar el rostro de Cristo positivamente? J.M.

Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, marzo 22 del año 2015

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Juan 3, 14-21

Y así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así también el Hijo del hombre tiene que ser levantado, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. »Pues Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él. »El que cree en el Hijo de Dios, no está condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado por no creer en el Hijo único de Dios. Los que no creen, ya han sido condenados, pues, como hacían cosas malas, cuando la luz vino al mundo prefirieron la oscuridad a la luz. Todos los que hacen lo malo odian la luz, y no se acercan a ella para que no se descubra lo que están haciendo. Pero los que viven de acuerdo con la verdad, se acercan a la luz para que se vea que todo lo hacen de acuerdo con la voluntad de Dios.

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¿CREER O NO CREER?

Nicodemo, fariseo influyente que buscaba la perfección en la observancia de la Ley, admiraba a Jesús y fue a visitarlo de noche. Jesús le habló del agua, del espíritu y de la carne; del nacer de nuevo, de la luz y las tinieblas; del amor de Dios por el hombre, y le planteó el problema de creer o no creer. En creer o no creer está el verdadero dilema del ser humano, del sentido o del sinsentido de su vida. El que cree participa ya de la vida y de la gloria del Hijo.
Hay muchas personas que no creen. El papa Francisco nos dice que hay jóvenes que pasan su vida llenándola solamente de la "nada, del vacío", esto es, de sinsentido... Otros se han instalado en su finitud y organizan su vida a espaldas de Dios, en las tinieblas.
Un creyente de verdad encuentra en su fe el mejor estímulo y la mejor orientación para que su vida tenga sentido. Para ello necesita tener espíritu de búsqueda, honestidad, fidelidad, verdad y justicia.
Hay una cruz que debemos asumir y con la que podemos cargar, y es la cruz de quien procura que el otro, el hermano, no lleve solo su cruz; es la cruz del que sufre porque ama. Es la cruz que nos da vida, que nos salva.
La luz de Dios es el amor, es vida nueva, vida eterna que se acerca al hombre en la persona de Cristo para iluminarlo y salvarlo. Las obras de las tinieblas son: violencia, injusticia, fornicación, mentira, etc., y quien vive según la carne va a la muerte, pero si damos muerte a las obras del cuerpo, viviremos y tendremos luz. Nicodemo estaba abierto a la luz y aquella noche volvió a nacer y empezó una vida nueva.
Todo el que quiera vivir con honestidad, buscando la verdad, creyendo en que Dios lo ama, no está lejos de la luz, ni de sentir el amor de Dios, como Nicodemo. J.M.

Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, marzo 15 del año 2015

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Juan 2, 13-25

Como ya se acercaba la fiesta de la Pascua de los judíos, Jesús fue a Jerusalén.  Y encontró en el templo a los vendedores de novillos, ovejas y palomas, y a los que estaban sentados en los puestos donde se le cambiaba el dinero a la gente.  Al verlo, Jesús tomó unas cuerdas, se hizo un látigo y los echó a todos del templo, junto con sus ovejas y sus novillos. A los que cambiaban dinero les arrojó las monedas al suelo y les volcó las mesas.  A los vendedores de palomas les dijo: ¡Saquen esto de aquí! ¡No hagan un mercado de la casa de mi Padre!  Entonces sus discípulos se acordaron de la Escritura que dice: «Me consumirá el celo por tu casa.»  Los judíos le preguntaron: ¿Qué prueba nos das de tu autoridad para hacer esto?  Jesús les contestó: Destruyan este templo, y en tres días volveré a levantarlo.  Los judíos le dijeron: Cuarenta y seis años se ha trabajado en la construcción de este templo, ¿y tú en tres días lo vas a levantar?  Pero el templo al que Jesús se refería era su propio cuerpo.  Por eso, cuando resucitó, sus discípulos se acordaron de esto que había dicho, y creyeron en la Escritura y en las palabras de Jesús.  Mientras Jesús estaba en Jerusalén, en la fiesta de la Pascua, muchos creyeron en él al ver las señales milagrosas que hacía.  Pero Jesús no confiaba en ellos, porque los conocía a todos.  No necesitaba que nadie le dijera nada acerca de la gente, pues él mismo conocía el corazón del hombre.

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NUEVO TEMPLO PARA UN CULTO NUEVO

Nos asombra el hecho de que Jesús levantara su mano contra los mercaderes que estaban negociando en el templo y que los echara de allí a latigazos. Pero esta acción, por dura que parezca, no tiene más que un fin: llamar a la conciencia de que no se puede convertir el templo (material y espiritual) en un mercado, donde se negocia con la vida y la dignidad de las personas.
En la purificación del templo Jesús aparece como innovador y se pronuncia por una religión pura, limpia y quiere un culto vivo nacido de la fe y del corazón. La asamblea litúrgica es la auténtica Iglesia de Dios, su santuario espiritual. Y cada bautizado en el Espíritu de Jesús, es el mismo templo de Dios. San Pablo dijo:"¿No saben que ustedes son templos de Dios y que el Espíritu Santo habita en ustedes?"(1Co 3, 16).
Toda persona es templo de Dios ya que está hecha a su imagen y semejanza. Por eso, destruir (profanar) un templo vivo es el mayor sacrilegio. Sin embargo, sabemos de niños que mueren antes de nacer, de mujeres violadas, de cuerpos mutilados, etc., todo esto es un atentado contra la máxima creación de Dios.
El culto a Dios sin defensa de la dignidad de las personas no es un verdadero culto. Templo, altar, ofrendas y ritos tienen un valor cultual, pero para que haya un culto verdadero a Dios cuenta la primacía del espíritu, del corazón y de la fe de los creyentes que alaban a Dios en unión con Cristo.
Debemos ser piedras vivas y dinámicas del templo. Y hay que trasladar la vida al culto y el culto a nuestra existencia personal, laboral, familiar. Hay que respetar el templo donde Cristo se nos da en alimento, a través de la comunión y de su Palabra. Así podremos adorarlo, darle gracias, bendecirlo y darle culto como Él quiere, con una religión auténtica en espíritu y en verdad. J.M.

Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, marzo 8 del año 2015

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Marcos 9, 2-10

Seis días después, Jesús se fue a un cerro alto llevándose solamente a Pedro, a Santiago y a Juan. Allí, delante de ellos, cambió la apariencia de Jesús.  Su ropa se volvió brillante y más blanca de lo que nadie podría dejarla por mucho que la lavara.  Y vieron a Elías y a Moisés, que estaban conversando con Jesús.  Pedro le dijo a Jesús: Maestro, ¡qué bien que estemos aquí! Vamos a hacer tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.  Es que los discípulos estaban asustados, y Pedro no sabía qué decir.  En esto, apareció una nube y se posó sobre ellos. Y de la nube salió una voz, que dijo: «Éste es mi Hijo amado: escúchenlo.»  Al momento, cuando miraron alrededor, ya no vieron a nadie con ellos, sino a Jesús solo.  Mientras bajaban del cerro, Jesús les encargó que no contaran a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre hubiera resucitado.  Por esto guardaron el secreto entre ellos, aunque se preguntaban qué sería eso de resucitar.

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EL TABOR DE CADA DÍA

Cristo después de anunciar a sus discípulos su pasión y muerte les mostró en el Tabor el resplandor de su divinidad, como un anticipo de su resurrección. Allí Pedro, Santiago y Juan tuvieron una experiencia singular que iluminaba y animaba su camino que parecía necedad y locura.
En la transfiguración Jesús es confirmado como Hijo y elegido. Los discípulos ven su gloria, que no significaba fama, prestigio o triunfo puramente humano, sino que era la manifestación de lo que Jesús es, es decir, la belleza de Dios.
La transfiguración fue una experiencia tan placentera que Pedro quería quedarse allí disfrutando de la belleza de la visión, pero que no dispensaba de la tarea cotidiana de continuar con la misión.
La transfiguración es la confirmación del Padre a Jesús de su filiación e identidad. Lo que ha realizado es lo que el Padre quería y quiere. El Padre lo reconoce como el Hijo amado, revalida el camino que sigue y enseña y lo pone como norma de vida y de seguimiento y nos invita a escucharlo en medio de tantas voces que invitan a abandonarlo. "Éste es mi Hijo amado, escúchenlo". Elías y Moisés le dan razón en su vida y camino. Su vida, su misión no están equivocadas.
Cuando nos dejamos guiar por Jesús, nos purificamos y lo acompañamos, empieza a brillar en nosotros la luz de Dios y de su presencia.
No necesitamos otros tesoros pues percibimos que Dios nos acompaña, nos habla, nos protege. Cuando nos olvidamos de nosotros mismos y nos ajotamos sirviendo a los demás y vencemos la tentación de los apegos y rescatamos a alguien de su infierno; cuando hemos aceptado el sufrimiento o luchado por la paz o hemos orado desde nuestro corazón y nos hemos puesto en las manos de Dios, viene la transfiguración. Entonces todo es Tabor, dicha y alegría. J.M.

Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, marzo 1 del año 2015

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Marcos 1, 21-28

Llegaron a Cafarnaúm, y en el sábado Jesús entró en la sinagoga y comenzó a enseñar.  La gente se admiraba de cómo les enseñaba, porque lo hacía con plena autoridad y no como los maestros de la ley.  En la sinagoga del pueblo había un hombre que tenía un espíritu impuro, el cual gritó: ¿Por qué te metes con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Yo te conozco, y sé que eres el Santo de Dios.  Jesús reprendió a aquel espíritu, diciéndole: ¡Cállate y deja a este hombre!  El espíritu impuro hizo que al hombre le diera un ataque, y gritando con gran fuerza salió de él.  Todos se asustaron, y se preguntaban unos a otros: ¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, y con plena autoridad! ¡Incluso a los espíritus impuros da órdenes, y lo obedecen!  Y muy pronto la fama de Jesús se extendió por toda la región de Galilea.

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LA AUTORIDAD DEL TESTIMONIO

Los letrados, que presenta el Evangelio de hoy, comentaban la Escritura con base en citas y casuística, cargando pesados fardos a la gente. Hablaban sólo para ser aplaudidos. En cambio el estilo de Jesús era liberador y anunciaba una buena noticia. La gente notó la diferencia, por eso lo escuchaba con gusto. Todo lo que decía Jesús estaba respaldado por su vida, por su ejemplo. Era la base de su autoridad.
A la enseñanza de Jesús sigue el milagro de la liberación de un poseso, mostrando así su autoridad también sobre los demonios. Al preguntársele sobre su autoridad Cristo se remite al testimonio de sus obras, que probaban su identidad mesiánica.
El poder abre puertas, llena bolsillos, impone, pero si no es servicio, no sirve para hacer mejores y más libres a las personas. El carisma, en cambio, no se atribuye poderes, libera al hombre, no esclaviza.
Jesús, quien "no tiene autorización legal" para enseñar o sanar, realiza acciones en favor de los sufrientes y los marginados. Sus obras son un servicio humilde a los enfermos, a los pobres y a los oprimidos por el pecado. Él vino a servir y a rescatar lo perdido. Todo lo que decía y hacía era creíble porque estaba respaldado por su vida y su comportamiento.
Si no somos testimonio de lo que decimos nunca seremos creíbles, no tendremos autoridad y nadie nos hará caso. Ni nuestros hijos, ni nuestros alumnos, ni nuestros oyentes. ¿Los padres de familia hablan con la autoridad del testimonio frente a los hijos? Los jefes de grupo, los directores, ¿con qué autoridad hablan? Lo que les decimos ¿está respaldado por nuestro comportamiento?
El reto de nuestra época es anunciar el Reino, no sólo con palabras sino con hechos, no de formó ideológica sino con una práctica liberadora, no con la amenaza sino con la bondad y la misericordia. J.M.

Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, febrero 1 del año 2015

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Marcos 1, 14-20

Después que metieron a Juan en la cárcel, Jesús fue a Galilea a anunciar las buenas noticias de parte de Dios.  Decía: «Ya se cumplió el plazo señalado, y el reino de Dios está cerca. Vuélvanse a Dios y acepten con fe sus buenas noticias.»  Jesús pasaba por la orilla del Lago de Galilea, cuando vio a Simón y a su hermano Andrés. Eran pescadores, y estaban echando la red al agua.  Les dijo Jesús: Síganme, y yo haré que ustedes sean pescadores de hombres.  Al momento dejaron sus redes y se fueron con él.  Un poco más adelante, Jesús vio a Santiago y a su hermano Juan, hijos de Zebedeo, que estaban en una barca arreglando las redes.  En seguida los llamó, y ellos dejaron a su padre Zebedeo en la barca con sus ayudantes, y se fueron con Jesús.

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JESÚS BUSCA COLABORADORES

Los cuatro primeros discípulos de Jesús son dos parejas de hermanos: Pedro y Andrés, Santiago y Juan, todos pescadores, quienes, ante la invitación de Jesús a ser en adelante pescadores de hombres, dejan redes, casa y familia y lo siguen con alegría. Ya no ganarían dinero, pero sí hijos para Dios y mucha alegría en sus corazones.
Los llamados por Jesús dejan un trabajo conocido por otro desconocido y cambian un proyecto personal por otro en que tendrán primacía las necesidades de los demás, el sufrimiento y el dolor de los enfermos y de los pobres.
El discípulo de Jesús no se define por haber dejado algo, sino por haber encontrado a Alguien, a Jesucristo, la razón de su existir. La renuncia está recompensada con creces por la ganancia: la alegría de dar, la salvación, el Reino de los Cielos. Jesús crea en el discípulo una nueva personalidad infinitamente más rica, porque se siente amado y valorado.
Hoy estamos invitados a renovarnos y a crear nuevos y auténticos lazos de amistad. Y todo esto lo logramos creyendo, interesándonos, defendiendo a quienes Jesús defendió, mirando a las personas como Él las miró, acercándonos a los necesitados como Él lo hizo, asumiendo el dolor de los enfermos del cuerpo y del espíritu, amando como Él amó, confiando en el Padre como Él confió, enfrentándonos a la vida como Él lo hizo con esperanza y coraje. Entregándonos como Él lo hizo por nosotros.
Jesús ya tiene cuatro compañeros, los primeros de una larga fila de discípulos con quienes empezará su labor apostólica. Hoy somos tú y yo los invitados a ampliar este grupo de pescadores de hombres nuevos. J.M.

Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, enero 25 del año 2015

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Juan 1, 35-42

Al día siguiente, Juan estaba allí otra vez con dos de sus seguidores.  Cuando vio pasar a Jesús, Juan dijo: ¡Miren, ése es el Cordero de Dios!  Los dos seguidores de Juan lo oyeron decir esto, y siguieron a Jesús.  Jesús se volvió, y al ver que lo seguían les preguntó: ¿Qué están buscando? Ellos dijeron: Maestro, ¿dónde vives?  Jesús les contestó: Vengan a verlo. Fueron, pues, y vieron dónde vivía, y pasaron con él el resto del día, porque ya eran como las cuatro de la tarde.  Uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús, era Andrés, hermano de Simón Pedro.  Al primero que Andrés se encontró fue a su hermano Simón, y le dijo: Hemos encontrado al Mesías (que significa: Cristo).  Luego Andrés llevó a Simón a donde estaba Jesús; cuando Jesús lo vio, le dijo: Tú eres Simón, hijo de Juan, pero tu nombre será Cefas (que significa: Pedro).

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FUERON A SU CASA Y SE QUEDARON CON ÉL

Juan Bautista, señalando a Jesús, dice: "Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo", e invita a la gente a seguirlo. Los discípulos descubren, creen, son tocados por la experiencia personal con Jesús. De hecho, fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con Él aquel día. La mirada penetrante y amable de Jesús, sus palabras, el compartir y observar el ambiente de su casa, dejó en ellos una huella profunda.
Todos tenernos en nuestra vida —un día cualquiera a las "cuatro de la tarde"— un momento fuerte de encuentro con quien nos llena de entusiasmo, de esperanza y nos anima.
La pregunta de Jesús: "¿A quién buscan?" toca lo más profundo de nuestro ser. Y Jesús no se esconde ante quien lo busca honradamente. Se vuelve, invita y dice: "Sígueme". Dialoga, explica y facilita el encuentro.
En un mundo en que prima lo físico, lo corpóreo, lo material, nuestro testimonio de cristianos es indispensable y urgente. Alguien dijo que al mundo y al hombre actuales se le está agrandando él cuerpo y empequeñeciendo el espíritu. Por eso el papa Pablo VI decía: "El mundo actual necesita urgentemente un suplemento de alma”.
Hay un alarmante desajuste de criterios que se deduce de la influencia de los medios de comunicación. Los valores del espíritu se disuelven, se relativizan, cuando son remplazados por los criterios del mundo. El creyente debe estar alerta para no dejarse engañar, para disentir todo cuanto es indigno de los hijos de Dios, o le lleva a alejarse de Él, dándole la espalda. Para ser discípulos auténticos de Cristo necesitamos responder fielmente a su llamada, escuchar su palabra, tener plena disponibilidad, fidelidad y testimonio de vida. Cristo nos ha llamado por nuestro nombre para que seamos sus seguidores. J.M.

Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, enero 18 del año 2015

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Marcos 1, 7-11

En su proclamación decía: «Después de mí viene uno más poderoso que yo, que ni siquiera merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias.  Yo los he bautizado a ustedes con agua; pero él los bautizará con el Espíritu Santo.»  Por aquellos días, Jesús salió de Nazaret, que está en la región de Galilea, y Juan lo bautizó en el Jordán.  En el momento de salir del agua, Jesús vio que el cielo se abría y que el Espíritu bajaba sobre él como una paloma.  Y se oyó una voz del cielo, que decía: «Tú eres mi Hijo amado, a quien he elegido.»

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SOY AMADO POR DIOS

Jesús  desciende a las aguas del río Jordán para ser bautizado por Juan. Esas aguas que son signo de lo caótico y del mal. Y Jesús entra en ellas, se enfrenta a su turbulencia recogiendo así todo el pecado y la miseria del mundo y de la condición humana. La misión de Jesús es quitar el pecado que oprime al mundo.
También nosotros hemos sido bautizados como Jesús, hemos sido ungidos por el Espíritu para anunciar la salvación, comunicando esperanza y alegría. Pertenecemos a la familia de Dios y nos configuramos con Cristo sacerdote, rey y profeta. Sin embargo, a veces nuestro bautismo es un mero acto social y no nos distingue ni nos identifica como cristianos.
Ser creyente no hace desaparecer de nuestra vida los conflictos, contradicciones y sufrimientos propios de lo cotidiano. Pero dentro de la fe cristiana hay una experiencia que da un sentido a todo, esto es: que Dios me ama tal como soy, porque estoy habitado y sostenido por Él, que es amor insondable y gratuito. Si no hacemos parte de esta experiencia, desconocemos la gratuidad y la santidad que nos da la presencia del Espíritu Santo. El sentido, la esperanza, la vida entera del creyente nace y se sostiene en la seguridad inquebrantable de sentirnos amados. A cada uno hoy también nos dice Dios:"Tú eres mi hijo amado".
¿Qué recibimos en el bautismo? La luz que es Cristo, quien con su palabra, su presencia y su ejemplo nos ilumina y nos invita a ser luz para los demás; el aceite con que hemos sido ungidos como sacerdotes, reyes y profetas; la vestidura blanca, es decir, la dignidad de hijos de Dios que debemos testificar con nuestra palabra y ejemplo de vida. El bautismo no es una carga sino un don inenarrable que Dios nos regala para nuestra alegría y nuestra plena identificación como cristianos auténticos. J.M.

Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, enero 11 del año 2015

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Mateo 2, 1-12

Jesús nació en Belén, un pueblo de la región de Judea, en el tiempo en que Herodes era rey del país. Llegaron por entonces a Jerusalén unos sabios del Oriente que se dedicaban al estudio de las estrellas,  y preguntaron: ¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos salir su estrella y hemos venido a adorarlo.  El rey Herodes se inquietó mucho al oír esto, y lo mismo les pasó a todos los habitantes de Jerusalén.  Mandó el rey llamar a todos los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la ley, y les preguntó dónde había de nacer el Mesías.  Ellos le dijeron: En Belén de Judea; porque así lo escribió el profeta: “En cuanto a ti, Belén, de la tierra de Judá, no eres la más pequeña entre las principales ciudades de esa tierra; porque de ti saldrá un gobernante que guiará a mi pueblo Israel.”  Entonces Herodes llamó en secreto a los sabios, y se informó por ellos del tiempo exacto en que había aparecido la estrella.  Luego los mandó a Belén, y les dijo: Vayan allá, y averigüen todo lo que puedan acerca de ese niño; y cuando lo encuentren, avísenme, para que yo también vaya a rendirle homenaje.  Con estas indicaciones del rey, los sabios se fueron. Y la estrella que habían visto salir iba delante de ellos, hasta que por fin se detuvo sobre el lugar donde estaba el niño.  Cuando los sabios vieron la estrella, se alegraron mucho.  Luego entraron en la casa, y vieron al niño con María, su madre; y arrodillándose le rindieron homenaje. Abrieron sus cofres y le ofrecieron oro, incienso y mirra.  Después, advertidos en sueños de que no debían volver a donde estaba Herodes, regresaron a su tierra por otro camino.

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¡TU ROSTRO BUSCARÉ SEÑOR!

El mensaje de la Epifanía es la manifestación de Cristo luz y salvación de Dios para todas las naciones. El Dios que sale al encuentro del ser humano y colma sus aspiraciones. Éste es nuestro gran regalo de reyes.
Los magos representan la esperanza que todo ser humano lleva en su corazón. Todos buscamos algo mejor. Los padres, el niño, el adolescente, el adulto, el anciano, cada uno vive su secreta ilusión e íntima esperanza. Todos esperamos que una estrella nos guíe.
Es importante que estemos siempre alerta y en actitud de búsqueda para encontrar y reconocer a Dios. Y para esto es necesario pasar por dificultades y renunciar a las comodidades. Esa fue la actitud de los magos de Oriente. Por eso hay que repetir siempre: "Tu rostro buscaré, Señor, no me ocultes tu rostro".
Necesitamos tener la ilusión de los magos y dejarnos iluminar por la luz de la estrella para vencer la desilusión y el desencanto, trabajando por un mundo mejor, más hermoso y más fraternal, ofreciendo a Jesús y a nuestros hermanos lo mejor de nosotros mismos.
Vivimos como en una aldea sin fronteras debido a la facilidad de la comunicación. Pero, a pesar de todo, vivimos luchando por defender intereses personales. Así es fácil olvidar el mensaje de Dios en la Epifanía, que es anuncio de esperanza en un mundo donde reina la desilusión y el desencanto.
No podemos vivir como Herodes defendiendo a capa y espada nuestros privilegios, nuestra situación social o económica, tratando de eliminar a quien con su presencia, así sea la de un recién nacido, anuncia y trae un mundo nuevo, con mejores relaciones humanas. ¿Qué estrellas nos guían? ¿Qué ofrecemos a Jesús al encontrarlo? ¿Lo adoramos o adoramos los ídolos de este mundo? J.M.

Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, enero 4 del año 2015

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Lucas 2, 16-21

Fueron de prisa y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el establo.  Cuando lo vieron, se pusieron a contar lo que el ángel les había dicho acerca del niño,  y todos los que lo oyeron se admiraban de lo que decían los pastores.  María guardaba todo esto en su corazón, y lo tenía muy presente.  Los pastores, por su parte, regresaron dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían visto y oído, pues todo sucedió como se les había dicho.  A los ocho días circuncidaron al niño, y le pusieron por nombre Jesús, el mismo nombre que el ángel le había dicho a María antes que ella estuviera encinta.

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LA PAZ, DON Y TAREA DE TODOS

La paz no es ausencia de guerra, ni equilibrio de fuerzas adversarias, ni situación de calma impuesta. La paz es shalom, armonía con Dios, con los hermanos, con la creación y con nosotros mismos.
Pero la paz es una tarea de todos. Es una de las aspiraciones más profundas del ser humano; es consecuencia del respeto a la dignidad personal, es cultura solidaria. La paz no es algo ya hecho sino algo que hay que construir. Está siempre amenazada por el pecado personal y social, por el orgullo y el egoísmo y el deseo de venganza. Si tenemos un corazón violento, o somos iracundos, no podremos transmitir paz a nuestro alrededor.
La Iglesia hace coincidir el día del Año nuevo con la celebración del "Día mundial de la paz", porque el nacimiento de Jesús es la inauguración de una nueva era, de un tiempo nuevo en el que las lanzas y las espadas se convertirán en instrumentos de trabajo y progreso.
A veces tenemos armado nuestro corazón y está a la defensiva por la soberbia, la agresividad y el ansia de dominio. Y mientras no nos desarmemos no podemos desearnos paz y felicidad. Y si no estamos en paz con Dios, con nuestra conciencia, con los familiares y amigos, es inútil desearnos paz y celebrar el año nuevo.
Hoy es una oportunidad propicia para construir paz. Por medio de María llega a nuestro mundo atormentado la aurora de la paz. Ella nos trae al Príncipe de la Paz para darnos una serenidad sin límite que comienza desde la paz de nuestro corazón.
Dios ha otorgado a María el poder de vencer, humillar y desenmascarar al autor de la violencia que es el padre de la mentira, el enemigo de Dios y del género humano. El maligno es quien suscita odios, guerras, violencia, y puede estar también dentro de nosotros. J.M.

Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, enero 1 del año 2015

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