Mateo 16, 17-19

Entonces Jesús le dijo:

Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque esto no lo conociste por medios humanos, sino porque te lo reveló mi Padre que está en el cielo.  Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra voy a construir mi iglesia; y ni siquiera el poder de la muerte podrá vencerla.  Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que tú ates aquí en la tierra, también quedará atado en el cielo, y lo que tú desates aquí en la tierra, también quedará desatado en el cielo.

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Apóstoles de la verdad

La Iglesia celebra con gozo la fiesta de san Pedro y san Pablo, dos dimensiones inherentes a la fe e irrenunciables para el cristiano. El uno representa la estabilidad que ofrece la tradición y el otro simboliza el empeño misional y la apertura del Evangelio a nuevos ambientes humanos y culturales. No en vano la liturgia los presenta en paralelo. Ambos en situaciones críticas, pero fortalecidos y liberados por Dios para llevar su mensaje a todos los pueblos.
Las persecuciones sufridas por los apóstoles de ayer y de hoy confirman, por un lado, la fidelidad de la misión evangelizadora que el Maestro resucitado nos encomendó, y, por otro lado, la autenticidad del ministerio evangelizador que desenmascara los sistemas de opresión y de muerte que rigen a la sociedad y el mundo. Pero, sobre la roca humana y firme de Pedro y la tenacidad y perseverancia de Pablo, el Señor construyó su Iglesia, de modo que resista los ataques de las fuerzas opuestas al proyecto de Dios y se constituya en germen y servidora del Reino.
Con el martirio de estas insignes columnas de la Iglesia de Cristo, de la cual nosotros somos piedras vivas, nos sentimos obligados a continuar con la misión de anunciar el Evangelio de Cristo muerto y resucitado a hombres y mujeres de todos los tiempos, sin distinción de raza, cultura o nacionalidad. Que la sangre derramada por estos apóstoles, que interpretaron bien el mensaje de Cristo:"Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda criatura", sea la fuerza y la inspiración que nos anime a realizar nuestra misión con pasión y radicalidad, denunciando las injusticias y proclamando la paz, llevando el mensaje de vida en medio de una sociedad que propone la "cultura de la violencia y de la muerte", y, en especial, siendo comunicadores de la "verdadera caridad" que sólo puede transmitir quien vive a Cristo en el lugar en el cual se desenvuelve. P. Z.
Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”

Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, junio 29 del año 2014

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Deuteronomio 8, 11-16

Tengan cuidado de no olvidarse del Señor su Dios. No dejen de cumplir sus mandamientos, decretos y leyes que les he ordenado hoy. Cuando hayan comido y estén satisfechos, y vivan en las buenas casas que hayan construido, y vean que sus vacas y ovejas han aumentado, lo mismo que su oro y su plata y todas sus propiedades, no se llenen de orgullo ni se olviden del Señor su Dios, que los sacó de Egipto, donde eran esclavos; que los hizo marchar por el grande y terrible desierto, lleno de serpientes venenosas y escorpiones, y donde no había agua. Pero él sacó agua de una dura roca y les dio de beber, y en el desierto los alimentó con maná, comida que los antepasados de ustedes no habían conocido, para humillarlos y ponerlos a prueba, y para bien de ustedes al fin de cuentas.

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Jesús, el verdadero pan de vida

La expresión "Cuerpo y Sangre de Cristo" se refiere a la Eucaristía, sacramento del cuerpo y sangre del Señor, presente bajo los signos sacramentales del pan y del vino. Pero "cuerpo y sangre de Cristo" es también la Iglesia, comunidad de fieles que creen en Jesucristo.
 Jesús cumplió su promesa al decirnos: "El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo. Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida". Jesús se convierte en nuestro alimento para darnos ánimo y nuevas fuerzas.
El pan eucarístico es el nuevo maná del nuevo pueblo de Dios que camina por el desierto de nuestra vida. Es el pan que compartimos en la mesa del Señor y que une a todos los cristianos en el cuerpo de Cristo. El pan es uno y aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo porque comemos del mismo pan. La Eucaristía está pidiendo siempre la unión, el amor fraterno, la solidaridad y la unidad del grupo. Es imposible celebrar dignamente la Eucaristía sin comunidad de amor.
Corremos el riesgo de que algunas eucaristías queden en el solo cumplimiento de un rito y no en celebrar y manifestar nuestra fe, en dar gracias al Señor, alabar su gloria, escuchar y meditar la Palabra, compartir el pan y vivir como amigos que se encuentran y se comunican. Si somos hermanos que se reúnen en familia no podemos aceptar el anonimato. Dios quiere habitar entre nosotros, sus hijos. Hagámosle sitio en nuestras familias, comunidades y parroquias, abiertas a la comunicación del amor y a la solidaridad con los necesitados.
Alimentémonos de Cristo y de su Palabra, de ese pan que nos sacia en la Eucaristía y sepamos ser pan para nuestros hermanos. Hay un alimento que nadie rechaza y que todos podemos dar que es el pan del amor. J. M.
El que come mi carne y bebe mí sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.

Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, junio 22 del año 2014

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Juan 3, 16-18

Pues Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él. El que cree en el Hijo de Dios, no está condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado por no creer en el Hijo único de Dios.

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El Dios Uno y Trino de nuestra fe

Los niños aprenden de labios de sus padres a hacer la señal de la cruz y a llamar a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y con toda naturalidad expresan el misterio más profundo de nuestra fe.
El Espíritu de la verdad que Jesús nos da es también Espíritu de amor; y es el amor lo que más ayuda a conocer las personas en profundidad. Por eso, para comprender a Dios, más útil que "saber cosas" de Él, es amarlo y experimentar personalmente su paternidad, porque Dios es la más gratificante dimensión de nuestra vida.
¿Quién es Dios? Dios es Padre de los hombres, a quienes hace hijos suyos porque los ama; Dios es Hijo, que se hace hombre para liberar a los humanos del pecado y congregarlos en familia; Dios es Espíritu Santo, don y amor, que nos da conciencia de nuestra adopción filial. Éste es el Dios, uno y trino, en quien creemos.
Toda nuestra vida cristiana es trinitaria y consiste en caminar hacia el Padre por medio de Cristo y de la mano del Espíritu de verdad. Éste es el círculo dinámico de vida en que entramos gracias a la benevolencia de un Dios cercano y amoroso. ¿Nos dejamos guiar por el Espíritu de la verdad? ¿Realizamos el encuentro con el Dios uno y trino que habita en cada uno de nosotros? Queda excluida de nuestra vida la servidumbre al pecado, como incompatible con nuestra condición de redimidos por Cristo.
Mientras sirvamos al bien, a la verdad, el amor y la justicia, es el Espíritu de Dios quien nos guía y nos está haciendo hijos suyos. Este será el signo visible de que Dios habita en nosotros y nos acompaña Cristo con su Espíritu de filiación, libertad, comunión y apertura.
Todo en la misa, desde el saludo a la despedida, tiene impronta trinitaria, gloria, oraciones, credo, prefacio y plegaria central. ¿Qué otra finalidad debe tener nuestra vida sino glorificar a Dios? J. M.
Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna y nadie perezca.

Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, junio 15 del año 2014

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Hechos 2, 1-4

Cuando llegó la fiesta de Pentecostés, todos los creyentes se encontraban reunidos en un mismo lugar.  De repente, un gran ruido que venía del cielo, como de un viento fuerte, resonó en toda la casa donde ellos estaban.  Y se les aparecieron lenguas como de fuego que se repartieron, y sobre cada uno de ellos se asentó una.  Y todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu hacía que hablaran.

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El Espíritu en acción

En su inesperada aparición vespertina a los discípulos el día de su resurrección, Jesús les da la paz, su misión, su Espíritu y el poder de perdonar pecados.
El contraste entre la situación de antes y después del don del Espíritu es muy fuerte. Antes estaban con miedo, tristeza, puertas cerradas, duda, silencio, clandestinidad. Después: valor, alegría, apertura, paz, fe y seguridad. Hablaban lenguas diversas pero todos les entendían porque hablaban el lenguaje del amor. Una vez bautizados con el Espíritu Santo, es visible en ellos la fuerza y el dinamismo. Se transformaron en apóstoles y testigos de Cristo. En el Cenáculo hubo ruido, viento, lenguas de fuego, signos de la presencia de Dios. El Espíritu Santo es el defensor, el abogado, el unificador, el animador, es quien acusa al mundo de su corrupción y desenmascara la hipocresía y la mentira.
El Espíritu actúa mediante la diversidad de carismas, servicios y funciones. La pluralidad de carismas y ministerios en la comunidad cristiana es tan normal y necesaria como la diversidad de miembros y funciones en el cuerpo humano, a cuya semejanza entiende san Pablo la Iglesia, que es el cuerpo de Cristo. El Espíritu es variedad, es riqueza. Por eso hay que respetar a cada uno con su carisma y personalidad.
La diversidad de los carismas auténticos no rompe la unidad. Hay quienes son llamados al matrimonio, otros al sacerdocio o a la vida religiosa, otros a la educación, la atención a los enfermos, etc. Cada uno tiene unos carismas especiales.
La diversidad de carismas no es para el enfrentamiento y la competencia, sino para la unidad y la riqueza de todos. No al egoísmo, sí a la servicialidad y a la generosidad. Y al comunicarnos con nuestros hermanos utilicemos siempre el lenguaje del amor. Todos nos entenderán. J. M.
...les mostró las manos y el costado.  Los discípulos se alegraron de ver al Señor.

Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, junio 8 del año 2014

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Mateo 28, 19-20

 Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos; bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo,  y enséñenles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Por mi parte, yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo.

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¿Sabemos ver más allá de las cosas?

El encuentro final de Jesús con sus discípulos tiene lugar en Galilea. Allí ellos reciben la misión de "hacer discípulos" a muchos hombres y mujeres. Es la invitación a comunicar a otros la buena noticia de la salvación desde la certeza de que el Resucitado sigue presente entre nosotros.
Glorificado por su sacrificio, Jesús nos abre el camino hacia el Padre y nos precede en la vida eterna.  Al acceder a la gloria, glorifica también nuestra naturaleza humana. Ahora es el Hombre nuevo y el signo que testimonia el destino de nuestra humanidad.
Ascensión significa ascender, progresar en todo, superarnos y mirar hacia lo alto, allí donde nos espera un futuro hermoso, más allá de las estrellas. La Ascensión es una ocasión para comprender la importancia de la paciencia, para poder resistir activamente a las adversidades con espíritu firme ante el desgaste de los años. Para cada persona Dios tiene un rayo nuevo de luz y un camino lleno de esperanza.
La promesa que trae Jesús: "Dios con nosotros", es ya una realidad permanente, y se hace realidad en la construcción del Reino en medio de la gente pisoteada y marginada por los sistemas opresores. El mensaje de salvación comienza con el anuncio de la buena noticia de la liberación y la práctica de la justicia, y se concretiza en la promesa: "Yo estoy con ustedes cada día hasta el fin del mundo".
"Él está con nosotros", animándonos y ayudándonos en la tarea de anunciar a todos la buena noticia de su amor y su salvación, pues somos  la continuación de su presencia. Él sigue presente en nuestra vida con su paz, su espíritu, su palabra y los sacramentos. Mientras esperamos su venida gloriosa respondemos a su invitación diciendo: ¡Tuyo es el reino, el poder y la gloria por siempre, Señor! J. M.

Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo...

Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, junio 01 del año 2014

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