Números 6.22-27

El Señor se dirigió a Moisés y le dijo: “Diles a Aarón y a sus hijos que cuando bendigan a los israelitas lo hagan de esta manera:`Que el Señor te bendiga y te proteja; que el Señor te mire con agrado y te muestre su bondad; que el Señor te mire con amor y te conceda la paz.´Así ellos pronunciarán mi nombre sobre los israelitas, y yo los bendeciré”

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Bendecir, nunca maldecir Por: Alfonso Llano Escobar, S. J.

Bendecir, nunca maldecir
Por: ALFONSO LLANO ESCOBAR S. J.

Bendecir -del latín bene = bien y dícere = decir- significa implorar sobre alguien los dones de Dios. Bendecir ha sido y será la acción paterna que implora sobre los hijos los dones de Dios, de acuerdo con el momento de la bendición: comienzo del día, atardecer, salir de la casa, subir al avión, proximidad de la muerte, entre otras. Bendecir a sus hijos fue el acto propio de los patriarcas del Antiguo Testamento, Abrahán, Jacob y José, y de los patriarcas antioqueños cuando lanzaban sus hijos al torbellino de la vida. Fue la bendición del divino Jesús sobre los niños, sobre el pan y el vino y sobre sus apóstoles, al despedirse de ellos y enviarlos a salvar el mundo.

La bendición la da el padre a su hijo al comenzar el día, al caer la tarde, al emprender el viaje, al sentarse a la mesa, al entregarlo a la esposa y en el momento de entregar el espíritu a Dios. Bendice el mayor al menor, bendice el pletórico de vida al ser vivo para que crezca y sea fecundo. Bendice el que avanza por la vida rezando padrenuestros y rociando con agua bendita los surcos del trabajo y las sendas del dolor.

Bendecir es uno de los actos más bellos y fecundos que pueden hacer los padres sobre los hijos, y los sacerdotes sobre sus fieles para llenarlos de la presencia y de los dones del Señor.

La bendición se dirige a los seres vivos, capaces de crecer, de ser fecundos, de llenar de iniciativas y realizaciones su vida y la de los demás. Los seres humanos reciben la bendición para su desarrollo físico, su crecimiento y su destino terrenal.

Tobías bendijo a su hijo cuando emprendió el viaje a la tierra de sus mayores para buscar esposa y recuperar bienes de fortuna y la salud para su ciego padre. Y Dios lo acompañó con la presencia benéfica de su 'ángel', que lo condujo seguro y lo trajo de nuevo a la casa paterna, lleno de bendiciones de lo Alto.

Los apóstoles trataban de espantar a los niños, que turbaban el descanso y la privacidad de su Maestro. Pero este reaccionó y los increpó diciéndoles: "Dejad a los niños que vengan a mí, porque de los que son como ellos es el reino de los cielos", y los bendijo para que crecieran como seres humanos. "Las bendiciones de Jesús descubrían la hondura del mismo Dios en el hombre, en la cual se funda la vida nueva y divina".

Siempre bendecir, nunca maldecir. Son ambas acciones eficaces que realizan lo que dicen. Sólo Dios puede maldecir. Lo hará en el "juicio final", cuando pida a cada uno cuenta de sus obras. Primero, premiará a los buenos: "Venid, vosotros, que recibisteis la bendición de mi Padre y la hicisteis fecunda en obras de servicio al prójimo. Entrad en el reino eterno del amor". O, segundo, impartirá la maldición fatal: "Id, vosotros, maldecidos por mi Padre, al imperio eterno de la muerte, de la esterilidad y de la nada, porque no fuisteis capaces de amar al prójimo".

"La bendición es una potencia -afirma el teólogo alemán Romano Guardini-, que se dirige a seres vivientes para conferirles fecundidad y perfección. Sólo dispone de ella y la imparte el que es capaz de crear."

Por eso, la bendición de Jesús convirtió el agua en vino y el vino en su propia sangre. Los padres bendicen a sus hijos e hijas el día de la boda para que transformen su amor humano en amor divino, fiel y generoso.

Me llena de un profundo gozo sacerdotal cuando alguien, hombre o mujer, me pide con fe: "Bendígame, padre". "Por supuesto", le digo: cierro los ojos hago sobre su cabeza el signo de la Cruz y le impongo mis manos ungidas sobre su humilde corazón. ¡Siempre bendecir; nunca maldecir!

Tomado de: Aquí

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Mateo 15. 21-28

"Jesús se dirigió de allí a la región de Tiro y Sidón. Y una mujer cananea, de aquella región, se le acercó, gritando: ¡Señor, Hijo de David, ten compasión de mí! ¡Mi hija tiene un demonio que la hace sufrir mucho! Jesús no le contestó nada. Entonces sus discípulos se acercaron a él y le rogaron: Dile a esa mujer que se vaya, porque viene gritando detrás de nosotros. Jesús dijo: Dios me ha enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Pero la mujer fue a arrodillarse delante de él, diciendo: ¡Señor, ayúdame! Jesús le contestó: No está bien quitarles el pan a los hijos y dárselo a los perros. Ella le dijo: Sí, Señor; pero hasta los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus amos. Entonces le dijo Jesús: ¡Mujer, qué grande es tu fe! Hágase como quieres. Y desde ese mismo momento su hija quedó sana".

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Más de lo que esperamos Por: José Manuel Otaolaurruchi, L.C.

Más de lo que esperamos
Por: JOSÉ MANUEL OTAOLAURRUCHI L.C.

El encuentro de Jesús con la mujer cananea lo podríamos analizar desde una doble perspectiva: por un lado está la reacción propia de una madre que hace hasta lo imposible por sanar a su hija y para ello deposita toda su confianza en el Maestro. Por otro lado está la forma en que Jesús la trata y se comporta, pues detrás de una primera actitud displicente, lo que pretende es, no sólo conceder la curación de la hija, sino su conversión. Es muy distinto obtener un favor y seguir viviendo igual que antes, que lograr un cambio de vida de acuerdo a las enseñanzas del evangelio. Esto es lo que realmente le interesaba a Cristo.

Jesucristo descubre que esta mujer a pesar de ser pagana, posee un corazón de oro del cual no sólo puede obtener la merced que precisa, sino mucho más. La forma como la pone a prueba nos puede parecer un tanto despectiva. Veamos: La mujer le suplica que sane a su hija porque estaba poseída por un demonio. Dice el evangelio que "Jesús no le contestó una sola palabra", es decir, que no le hizo ningún caso y pasó de largo como si tal cosa. Los discípulos entran en escena y le ruegan al Maestro que la atienda porque venía gritando detrás de ellos. Ciertamente no intercedieron por atención a la señora, sino porque la situación resultaba embarazosa e incómoda.

Pienso que muchos de nosotros por orgullo nos habríamos ido echando pestes, pero esta mujer insistió y volvió a suplicar: "Señor, ayúdame". La respuesta fue totalmente inesperada: "No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos". ¡Esto es el colmo! Si ya había soportado la primera humillación, con estas palabras de Cristo corría el riesgo de perderla, pues con semejante trato lo que provoca es salir corriendo. Por el contrario, la mujer hace gala de una profunda humildad e insiste de nuevo: "Es cierto, Señor, pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos". Entonces Jesús respondió: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas".

Jesús fue llevándola al límite de lo que sabía que podía dar y le concedió no sólo la curación de su hija, sino el don del conocimiento personal de Cristo como el Mesías, que supera cualquier otro don. En este pasaje debemos aprender que Dios siempre nos escucha, aun cuando parece que no nos hace caso. Su aparente indiferencia es ya una merced, pues retardando su respuesta hace que nuestro deseo crezca. Las pruebas no son abandono sino ocasiones para madurar en la fe. Hay que saber confiar que Dios siempre nos da más de lo que esperamos.

Tomado de: Aquí

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1 Corintios 13.4-7

"Tener amor es saber soportar; es ser bondadoso; es no tener envidia, ni ser presumido, ni orgulloso, ni grosero, ni egoísta; es no enojarse ni guardar rencor; es no alegrarse de las injusticias, sino de la verdad. Tener amor es sufrirlo todo, creerlo todo, esperarlo todo, soportarlo todo".

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Minutos de Amor 21 de octubre de 2007

La oración, como manifestación de la verdadera vida espiritual, es una expresión de lucha interior. Es una dinámica interna, donde nosotros tenemos que vencernos a nosotros mismos y vencer al espíritu del mal. La oración, en definitiva, toma perfiles de batalla. Hay que realizar acciones humanas, como lo es enfrentar en la lucha al enemigo, pero esas acciones humanas toman una nueva dimensión al pedir la bendición del Señor, quien nos permite alcanzar la victoria. Esto quiere decir que ponemos de nuestra parte, entramos en la batalla, pero al final reconocemos que es Dios el que nos ha permitido disfrutar de la victoria. Cada uno puede ponerle nombre a su batalla. La lucha diaria por la supervivencia en la experiencia del trabajo, la lucha por adquirir los conocimientos necesarios para adecuarse al mundo actual, la lucha contra la enfermedad, la lucha contra los problemas de relación conyugal. Pero las luchas se gestan desde la perspectiva espiritual donde reconocemos que el Espíritu del mal quiere engañarnos, apartarnos del amor de Dios, hacernos salir del camino que lleva la salvación.

En medio de tantas doctrinas, que aparecen diariamente en el mundo, podemos reconocer que mantenerse firmes en las convicciones personales, se traduce en una lucha constante donde hay que optar entre la desconfianza y la fe. Jesús nos invita a mantenernos en la contienda de la oración, a pesar de que a veces nosotros pensemos erróneamente que no somos escuchados en la plegaria.

Oración: Señor Jesús, misionero por excelencia, muchas personas te buscan en diversos lugares, y no te encuentran… se olvidan de que en realidad, estás en medio de los necesitados y los que sufren injustamente, de los que padecen hambre, frío, sed, dolor, desempleo… Haz que en nuestras oraciones nunca nos olvidemos de estos hermanos, para que puedan encontrarte donde realmente estás, en la lucha por una sociedad más justa y fraterna y así nuestra alegría sea plena. Llévanos, Señor, de tu mano a la Eucaristía.

María, Estrella de la evangelización, hoy día queremos entregarte de manera especial a todos nuestros hermanos sacerdotes, misioneros, religiosos, y laicos comprometidos en esta misión. Concédeles por tu intercesión, crecer en el conocimiento de tu Hijo y vivir siempre según el Evangelio del amor. Amén

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