Bendecir, nunca maldecir Por: Alfonso Llano Escobar, S. J.

Bendecir, nunca maldecir
Por: ALFONSO LLANO ESCOBAR S. J.

Bendecir -del latín bene = bien y dícere = decir- significa implorar sobre alguien los dones de Dios. Bendecir ha sido y será la acción paterna que implora sobre los hijos los dones de Dios, de acuerdo con el momento de la bendición: comienzo del día, atardecer, salir de la casa, subir al avión, proximidad de la muerte, entre otras. Bendecir a sus hijos fue el acto propio de los patriarcas del Antiguo Testamento, Abrahán, Jacob y José, y de los patriarcas antioqueños cuando lanzaban sus hijos al torbellino de la vida. Fue la bendición del divino Jesús sobre los niños, sobre el pan y el vino y sobre sus apóstoles, al despedirse de ellos y enviarlos a salvar el mundo.

La bendición la da el padre a su hijo al comenzar el día, al caer la tarde, al emprender el viaje, al sentarse a la mesa, al entregarlo a la esposa y en el momento de entregar el espíritu a Dios. Bendice el mayor al menor, bendice el pletórico de vida al ser vivo para que crezca y sea fecundo. Bendice el que avanza por la vida rezando padrenuestros y rociando con agua bendita los surcos del trabajo y las sendas del dolor.

Bendecir es uno de los actos más bellos y fecundos que pueden hacer los padres sobre los hijos, y los sacerdotes sobre sus fieles para llenarlos de la presencia y de los dones del Señor.

La bendición se dirige a los seres vivos, capaces de crecer, de ser fecundos, de llenar de iniciativas y realizaciones su vida y la de los demás. Los seres humanos reciben la bendición para su desarrollo físico, su crecimiento y su destino terrenal.

Tobías bendijo a su hijo cuando emprendió el viaje a la tierra de sus mayores para buscar esposa y recuperar bienes de fortuna y la salud para su ciego padre. Y Dios lo acompañó con la presencia benéfica de su 'ángel', que lo condujo seguro y lo trajo de nuevo a la casa paterna, lleno de bendiciones de lo Alto.

Los apóstoles trataban de espantar a los niños, que turbaban el descanso y la privacidad de su Maestro. Pero este reaccionó y los increpó diciéndoles: "Dejad a los niños que vengan a mí, porque de los que son como ellos es el reino de los cielos", y los bendijo para que crecieran como seres humanos. "Las bendiciones de Jesús descubrían la hondura del mismo Dios en el hombre, en la cual se funda la vida nueva y divina".

Siempre bendecir, nunca maldecir. Son ambas acciones eficaces que realizan lo que dicen. Sólo Dios puede maldecir. Lo hará en el "juicio final", cuando pida a cada uno cuenta de sus obras. Primero, premiará a los buenos: "Venid, vosotros, que recibisteis la bendición de mi Padre y la hicisteis fecunda en obras de servicio al prójimo. Entrad en el reino eterno del amor". O, segundo, impartirá la maldición fatal: "Id, vosotros, maldecidos por mi Padre, al imperio eterno de la muerte, de la esterilidad y de la nada, porque no fuisteis capaces de amar al prójimo".

"La bendición es una potencia -afirma el teólogo alemán Romano Guardini-, que se dirige a seres vivientes para conferirles fecundidad y perfección. Sólo dispone de ella y la imparte el que es capaz de crear."

Por eso, la bendición de Jesús convirtió el agua en vino y el vino en su propia sangre. Los padres bendicen a sus hijos e hijas el día de la boda para que transformen su amor humano en amor divino, fiel y generoso.

Me llena de un profundo gozo sacerdotal cuando alguien, hombre o mujer, me pide con fe: "Bendígame, padre". "Por supuesto", le digo: cierro los ojos hago sobre su cabeza el signo de la Cruz y le impongo mis manos ungidas sobre su humilde corazón. ¡Siempre bendecir; nunca maldecir!

Tomado de: Aquí