Minutos de Amor 12 de junio de 2007

A ejemplo de Jesús, todo discípulo debe ser la sal de la tierra, la luz del mundo, y la ciudad visible en lo alto de la montaña, buscando con ello dar el testimonio de vida necesario para el seguidor y el servidor del Señor. Ser sal y luz del mundo, más que un simple y cotidiano ejemplo, significa que debo buscar la fuente de la cual debo beber para dar gusto o iluminar a los demás. Esa fuente es Cristo mismo. No es posible ser sal y luz, sin recibir de Él, sin estar con Él, sin dejarme guiar por su Palabra. Por ello, para ser sal y luz necesitamos, en primer lugar, entablar una relación de cercanía, de amor y de constancia con Jesús. Nadie da de lo que no tiene, nos recuerda la Palabra de Dios.

El cristiano, tiene una misión específica: ser sal para el mundo, fundirse en la sociedad, actuar discretamente, desde dentro, transformar su ambiente, sin que se note, con humildad; ser la sal de la vida para tantos que no encuentran el gusto de la misma. Ser como esa luz que ilumina, que ayuda a orientar, que acompaña, que no se apaga, sino, que por el contrario, siempre está dispuesta a servir, sin pedir nada a cambio. En fin, inmensa es la tarea que el Señor nos recuerda en este día: intensificar nuestra vida interior para poder ser sal y luz.

Oración: Gracias, Señor, porque en este día me invitas a ser un fiel servidor tuyo, que con una vida interior madura y cercana a Ti, sea capaz de acompañar, iluminar, orientar a tantos que hoy buscan dar sentido a su existencia. Este mundo insípido, áspero y desabrido necesita de tu luz, necesita tu sabor, tu sal. La sal del diálogo y del perdón, la sal de la escucha y de la caridad; la luz de la misericordia y del compresión, la luz del encuentro y del servicio. Hazme a mí Señor instrumento tuyo. Que con humildad y sin creerme superior o mejor a los demás, yo pueda con humildad, dar un poco de tu luz, de esa que he recibido gratis y a la vez, que pueda ser la sal que ayude silenciosamente a la construcción de un mundo más justo y solidario.

Oh Virgen gloriosa y bendita, madre de Dios y madre nuestra, dirige tu mirada hacia este pueblo que, alentado por el Evangelio de tu Hijo, desea encomendarse a tu protección celestial. Amén