Isaías 55.10-11

"Así como la lluvia y la nieve bajan del cielo, y no vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, y producen la semilla para sembrar y el pan para comer, así también la palabra que sale de mis labios no vuelve a mí sin producir efecto, sino que hace lo que yo quiero y cumple la orden que le doy".

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Minutos de Amor 23 de junio de 2007

Querer amasar y tener tantas cosas superfluas en nuestro haber nos llenan y ocupan nuestro corazón no dejando espacio para Dios. Estamos frente al peligro de idolatrizar las cosas. ¿Cómo evitar que esto suceda? En primer lugar, luchar porque Dios mantenga el puesto más importante en la escala de nuestros valores. Cada mañana darle gracias por lo que nos concede: la inteligencia, la capacidad para trabajar, la disposición para conseguir lo que necesitamos para nuestro sustento cotidiano. En segundo lugar, reconocer que todo lo que hacemos y podemos conseguir es un don de Dios para compartirlo con los demás. En los momentos difíciles que pueden estar viviendo muchos de nuestros hermanos, la solidaridad y la cercanía se convierten en una responsabilidad para nosotros. Dios provee, Dios ayuda, Dios escucha la oración del necesitado y para ello nos necesita a nosotros, nos pide que seamos solidarios y próximos a ayudar al hermano. En tercer lugar, saber administrar los bienes que el Señor nos concede. Todos necesitamos de comer y de vestirnos, todos debemos conseguir el dinero para poder subsistir, todo ello no es contrario a lo que nos pide el Señor. Él nos llama a saber utilizar todo lo material para el crecimiento espiritual. Cuando tenemos claro y somos concientes cuál es nuestra misión como creyentes, lo material y necesario va a estar al servicio de nuestro crecimiento personal y comunitario. Buscar el reino de Dios y su justicia es centrar nuestra vida en lo esencial: Dios. Lo demás, dice el Señor, se nos dará por añadidura.

Oración: Señor Dios, sabemos y reconocemos que alimentas y vistes de mil colores a las aves del cielo, enséñanos a poner nuestra confianza en tu amor de Padre. No permitas que la tentación de la duda, ante la necesidad, nos acompañe. Sabemos que Tú estás siempre con nosotros y no nos abandonas ante la adversidad.

Virgen María, en los momentos difíciles reaviva en nosotros la esperanza del encuentro feliz con Dios cuando seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es. Amén

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Proverbios 30.7-9

"Solo dos cosas te he pedido, oh Dios; concédemelas antes de que muera: aleja de mí la falsedad y la mentira, y no me hagas rico ni pobre; dame solo el pan necesario, porque si me sobra, podría renegar de ti y decir que no te conozco; y si me falta, podría robar y ofender así tu divino nombre".

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Minutos de Amor 12 de junio de 2007

A ejemplo de Jesús, todo discípulo debe ser la sal de la tierra, la luz del mundo, y la ciudad visible en lo alto de la montaña, buscando con ello dar el testimonio de vida necesario para el seguidor y el servidor del Señor. Ser sal y luz del mundo, más que un simple y cotidiano ejemplo, significa que debo buscar la fuente de la cual debo beber para dar gusto o iluminar a los demás. Esa fuente es Cristo mismo. No es posible ser sal y luz, sin recibir de Él, sin estar con Él, sin dejarme guiar por su Palabra. Por ello, para ser sal y luz necesitamos, en primer lugar, entablar una relación de cercanía, de amor y de constancia con Jesús. Nadie da de lo que no tiene, nos recuerda la Palabra de Dios.

El cristiano, tiene una misión específica: ser sal para el mundo, fundirse en la sociedad, actuar discretamente, desde dentro, transformar su ambiente, sin que se note, con humildad; ser la sal de la vida para tantos que no encuentran el gusto de la misma. Ser como esa luz que ilumina, que ayuda a orientar, que acompaña, que no se apaga, sino, que por el contrario, siempre está dispuesta a servir, sin pedir nada a cambio. En fin, inmensa es la tarea que el Señor nos recuerda en este día: intensificar nuestra vida interior para poder ser sal y luz.

Oración: Gracias, Señor, porque en este día me invitas a ser un fiel servidor tuyo, que con una vida interior madura y cercana a Ti, sea capaz de acompañar, iluminar, orientar a tantos que hoy buscan dar sentido a su existencia. Este mundo insípido, áspero y desabrido necesita de tu luz, necesita tu sabor, tu sal. La sal del diálogo y del perdón, la sal de la escucha y de la caridad; la luz de la misericordia y del compresión, la luz del encuentro y del servicio. Hazme a mí Señor instrumento tuyo. Que con humildad y sin creerme superior o mejor a los demás, yo pueda con humildad, dar un poco de tu luz, de esa que he recibido gratis y a la vez, que pueda ser la sal que ayude silenciosamente a la construcción de un mundo más justo y solidario.

Oh Virgen gloriosa y bendita, madre de Dios y madre nuestra, dirige tu mirada hacia este pueblo que, alentado por el Evangelio de tu Hijo, desea encomendarse a tu protección celestial. Amén

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