NO CERRAR EL CORAZÓN A LA PALABRA

A pesar de los aparentes fracasos de la siembra de la semilla, la eficacia de la Palabra de Dios está asegurada, pues la tierra fértil compensa con creces la esterilidad del camino, el pedregal y las zarzas.
Hay tantos terrenos en el corazón de cada uno de nosotros que acogen o rechazan el mensaje de Jesús y que simbolizan nuestra aceptación, o indiferencia ante él.
La iniciativa de Dios que ofrece al hombre su semilla, espera el buen fruto de ésta, pero respeta la libertad del hombre. Preguntémonos, pues, qué clase de terreno somos, qué clase de fruto damos. ¿Acojo la Palabra y la hago norma de vida? ¿Soy indiferente? ¿La rechazo y por qué? La respuesta debe salir del corazón. Cristo fue el primer grano de trigo que muriendo en el surco dio una cosecha espléndida de vida y resurrección.
Ojalá las voces de este mundo que nos seducen a encontrar una felicidad caduca no nos distraigan, ni la terquedad ni el egoísmo o la soberbia nos conviertan en terreno infecundo. Ojalá no seamos áspero sendero, duro pedregal o zarzas inhóspitas, sino terreno fértil que hace fructificar el ciento por uno: amor, constancia, servicio y conversión continua.
El "maligno" o personificación del mal, que es el verdadero enemigo del Reino y de Jesús, cuando entra en nuestro corazón lo vuelve receloso, cerrado, despiadado, interesado y no puede hacer el bien. El egoísmo y el entusiasmo superficial, son actitudes incompatibles con el Reino. Este sólo puede crecer en el terreno de la apertura y la disponibilidad.
Jesús sufrió la amargura de la incomprensión y la falta de resultados, pero estaba convencido de que su palabra no podía quedar estéril, sino ser semilla de vida fecunda. Ojalá sepamos acoger lo que la palabra de hoy nos revela y sepamos hacerla fructificar al ciento por uno. J.M.

Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, julio 13 del año 2014