LA VIÑA ES NUESTRA PERSONA

Un propietario arrendó su viña a unos labradores. A su tiempo envió mensajeros a reclamar su parte de los frutos, pero fueron maltratados. Incluso envió a su propio hijo, quien fue asesinado. El dueño de la viña es Dios, que ha puesto en ella cariño y esperanza; la viña es nuestra vida, nuestra persona, nuestras facultades; los criados son los que rechazan el mensaje de Dios; el hijo es Cristo.
La ausencia del dueño no significa que Dios se desentiende de nosotros, sino que nos da un tiempo para que tomemos conciencia y asumamos nuestra tarea y misión con autonomía y responsabilidad. Esta parábola es también una invitación a la conversión y a la apertura del corazón para saber reconocer y acoger a Jesús como el Hijo de Dios.
Hoy también hay viñadores homicidas, que cometen el mal, rechazan a Dios y promueven la muerte. Quien despoja a los pobres de sus pertenencias los priva de sus derechos, actúa injustamente con ellos y los condena a la muerte.
También a nosotros Dios nos confió con cariño una viña dotada de dones, pero sobre todo nos confió nuestra persona para que la cuidemos y sepamos hacerla fructificar evitando los agrazones del orgullo, la injusticia y la violencia. Hay acciones que nos impiden construirla digna y gozosamente, y hay quien se siente incapaz de desarrollar su potencial, sus energías. Unos, por su lado, construyen sólo su mundo exterior, dejando su alma vacía, y otras lo construyen de manera falsa, basados en la apariencia, fracasando así como seres humanos.

La destrucción o la muerte de Dios en nuestra vida tiene más influencia de lo que pensamos. Por eso necesitamos construir la vida sobre bases firmes y de manera digna y responsable, acogiendo a Dios y a su Palabra. Así, de nuestra viña brotarán el pan y el vino nuevos, signo de la fiesta. ¿Desperdiciamos los dones que Dios nos ha dado? J.M.

Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, octubre 5 del año 2014