Minutos de Amor 23 de septiembre de 2007

Al asistir a la Eucaristía dominical ten presente que vas a celebrar la Palabra de Dios con tus hermanos, en tu vida personal, familiar, laboral, estudiantil, etc. No puedes dejar que la pereza te gane. Revístete de la fuerza que procede del Espíritu Santo. Tenemos que actuar misericordiosamente con aquellas personas que sufren de alguna u otra manera, especialmente con los pobres y excluidos de la sociedad. Debemos mirar a nuestro alrededor y ver las personas que están sufriendo, no podemos ser indiferentes ante ellas. Muchas veces son nuestros propios familiares, vecinos, amigos. ¿Qué nos pasa que no se comparte con el necesitado? Dios debe sanar tu indiferencia.

¿Qué estás haciendo por procurar la salvación de tu prójimo? A nadie se le puede obligar a salvarse, pero si debemos ser canales o instrumentos de salvación para los demás, incluso desde nuestra oración. No podemos dejar de orar los unos por los otros, sobre todo cuando se trata de personas que necesitan de esa oración.

Debemos ser astutos pero eso no nos debe quitar la caridad y fraternidad con los demás. Quizá somos astutos para hacer el mal y no para hacer el bien. Aquí nos hace falta el discernimiento. Debemos saber discernir nuestra astucia hacia que lado de la balanza se inclina y no podemos ser ciegos ante esta realidad. Por eso vuelve a entrar en escena la oración. Si nos falta la oración seremos personas que en nuestro actuar estaremos perdidos y creeremos que actuamos bien pero no es así. Esa ceguera en la que vivimos muchas veces no puede continuar. Cuestionémonos con qué astucia hemos actuado en la vida y si de algo nos ha servido.

Oración: Señor, Tú eres nuestra vida y nuestra salvación, y contigo pondremos en juego todas nuestras luces, para no dejarnos vencer por las astucias de los hijos de este mundo, e iluminar a los demás. Señor Jesucristo, derrama la gracia de tu Espíritu en nuestros corazones para que podamos seguirte con generosidad, buscarte sin descanso y anunciar tus maravillas a todos los que te buscan con sincero corazón.

Madre del Hijo divino, vela por nosotros; vela por nuestra fe que en ocasiones parece flaquear; te damos gracias porque no has dejado de estar a nuestro lado desde los albores de nuestra historia cristiana. Amén