Milagros eucarísticos
Por: JOSÉ MANUEL OTAOLAURRUCHI L.C.
La Eucaristía ocupa el centro de la vida de la Iglesia, es el sacramento de la unidad en la fe y constituye verdadero alimento del alma.
La solemnidad del Corpus Christi comenzó en el año 1264, en Bolsena (Italia), donde un sacerdote llamado Pedro de Praga libraba una batalla de fe en su interior pues no alcanzaba a creer que en la misa, cuando consagraba el pan y el vino, se convirtieran en la carne y la sangre de Cristo. Mortificado, peregrinó a Roma para pedir a Dios que le acrecentara la fe y de regreso, en el momento de la consagración, la hostia comenzó a sangrar y sangrar hasta empapar el purificador. El papa Urbano IV se encontraba muy cerca de allí, en Orvieto, y al presenciar los hechos, instituyó la fiesta del Corpus Christi. Como el misterio de la transubstanciación es algo inalcanzable para la sola luz de la razón, Dios ha permitido innumerables milagros eucarísticos en diversas partes del mundo para ayudarnos a creer.
Uno de los milagros más emblemáticos es el de Lanciano (Italia), porque allí la hostia se convirtió en auténtica carne. La hostia convertida en carne y el vino convertido en sangre, sin el uso de ningún conservante, están aún presentes en el relicario. Esto ocurrió en año 700 y todavía se conserva incorrupta; después de someterla a un riguroso análisis científico, se tiene documentado que se trata de carne y sangre humanas verdaderas y que la carne es del miocardio, es decir, que forma parte del corazón.
Transubstanciación significa que en el momento de la consagración el pan y el vino, permaneciendo sus accidentes físicos de color, tamaño y peso, se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo, con lo que mutan su naturaleza. Ya sé que para muchos puede sonar algo extraño y difícil de creer, pero las cosas no cambian a lo largo de los años, pues hay quienes miran las realidades sin ver y los hay que las descubren y creen. En Navidad, por ejemplo, cuando el niño Dios nació, los maestros de la ley sabían que iba a nacer el Mesías, pero no acudieron, lo vieron con la tenue luz de la razón y solo los que se acercaron con fe a la cueva de Belén gozaron de la dicha del divino infante, como le ocurrió a los reyes magos, a los pastores y, desde luego, a María y José.
La eucaristía ocupa el centro de la vida de la Iglesia, es el sacramento de la unidad en la fe y constituye verdadero alimento del alma: nos da la fuerza para caminar por el sendero de una fe viva, operante y luminosa; por la vía de una esperanza gozosa e inquebrantable, y nos otorga la paz que solo Dios puede dar por la senda de una caridad ardiente y generosa en el servicio al prójimo.
Tomado de: Aquí