No podemos dudar del cumplimiento de las promesas de Dios. Por la fe Abraham tuvo por cierto que se llevaría a cabo todo lo que le había manifestado el Señor. El Creador a todos nos ha prometido la salvación, la vida eterna, su amistad, su presencia permanente, su cuidado y protección, su providencia, su perdón, su amor incondicional. Creer en el cumplimiento de las promesas de Dios equivale a tener fe. En algunos momentos, nuestra realidad se vuelve adversa y dudamos de que llegue a realizarse lo que el Señor nos ha expresado en su Palabra. Son muchas las dudas que se ciernen y nos dejamos atrapar por el engaño. Darse la oportunidad de creer es una experiencia que abre a la esperanza, en medio de las tristezas y miedos que nos acechan. El presente no puede ser trágico y permanentemente desolador. El futuro es el tiempo en el que Dios puede actuar según su querer, que siempre busca lo mejor para nosotros.
El Señor no es un simple distribuidor de cosas. Por el contrario, Él nos invita a evitar la codicia, la avaricia, el deseo de acaparar, el egoísmo que impide compartir. Para eso nos presenta la invitación a no acumular riquezas. La necedad de quien cree que el fundamento de la vida está en poseer, nos mueve a reflexionar sobre la presencia de Dios; quien es el único que puede dar o quitar la vida, pues es su dueño. El materialismo en el que vivimos nos impide ver con equidad el valor de los bienes. Pareciera que simplemente vivimos para adquirir cosas, en una carrera desenfrenada donde, engañados por el mal, creemos que la felicidad se encuentra en acumular bienes. Pedimos al Señor nuestra propia desgracia, cuando le pedimos sólo riquezas en las cuales creemos encontrar la felicidad. Dios nos dará lo que nos conviene, Él no permitirá que pasemos grandes necesidades, desde la pobreza de nuestra vida, Él se muestra grandioso haciendo crecer, prosperar, alcanzar metas a través del sacrificio.
Oración: Dios uno y trino, gracias por haberte quedado en la Santa Eucaristía, bendito y alabado seas por siempre. Compadécete de nosotros, somos un pueblo infiel y pecador, lleno de avaricia que sólo piensa en sí mismo y se olvida de los más necesitados. No comprendemos plenamente tu plan para nosotros, ni tenemos el valor necesario para comprometernos en él. Mira, sin embargo, nuestros buenos propósitos y socórrenos, pues estamos desanimados. Señor, nuestra vida es breve, es nada ante la eternidad. Pero es el regalo que Tú nos das, y para nosotros es preciosa.
María, Compañera de Jesús, ven a nuestro lado y aleja toda desconfianza que haya en nuestro corazón acerca del amor maravilloso de tu Hijo; acógenos en tu regazo y llévanos muy cerca de él. Amén
Minutos de Amor 22 de octubre de 2007
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