"Feliz el hombre que no sigue el consejo de los malvados, ni va por el camino de los pecadores, ni hace causa común con los que se burlan de Dios, sino que pone su amor en la ley del Señor y en ella medita noche y día.
Ese hombre es como un árbol plantado a la orilla de un río, que da su fruto a su tiempo y jamás se marchitan sus hojas.
¡Todo lo que hace, le sale bien!"
Salmo 1.1-3
Minutos de Amor 29 de mayo de 2007
“No te presentes a Dios con las manos vacías. Honra al Señor con generosidad y no seas mezquino en tus ofrendas. Da al Altísimo como Él te dio: generosamente, según tus posibilidades, porque el Señor sabe pagar y te dará siete veces más”. La generosidad que pide Jesús es la de nuestras propias vidas. No es lo mismo “dar” que “darse”. Es cierto que Jesús no pide a todos que dejen casa, hermanos, padres, hijos o campos por su causa, pero lo que sí pide a todos, es que seamos generosos en la entrega de nuestra propia vida para seguir sus pasos, que son las exigencias del Evangelio.
Cuando uno se entrega a sí mismo es cuando puede entregar y compartir sus bienes, de otra manera es prácticamente imposible. A todo ello responderá nuestro Dios, ofreciéndonos en este mundo, cien veces más de lo que nosotros damos y, en el futuro, la vida eterna. Él, es en quien lo hemos encontrado todo y la razón de nuestro actuar se da en Jesús Resucitado. Hermanos, podemos dar cosas sin darnos a nosotros mismos y eso sucede cuando damos de lo que nos sobra. No es éste el sentido de la vida de Jesucristo, quien nos muestra el camino para sabernos dar personalmente, enseñándonos que podemos compartir aunque no tengamos nada material que dar.
Oración: Padre, bendito seas por el don de tu Hijo a nosotros. En Él, hemos comprendido lo que significa la generosidad sin reservas y la gratitud en su estado puro. Él, en su vida pública no tuvo posesiones y, sin embargo, es quien más ha dado a la humanidad porque se ha dado a sí mismo y se sigue dando a nosotros. Nos ha dicho que así es tu amor hacía todos tus hijos.
María, la mujer del “sí” a la hora de ofrecer tu vida entera, ya ves cómo estamos y cómo nos sentimos. A Ti seguimos encomendándonos para lograr nuestro propósito. Amén
Juan 14.26
"Pero el Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre va a enviar en mi
nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que yo les he dicho".
Minutos de Amor 27 de mayo de 2007
Es el don del Resucitado: “Recibid el Espíritu Santo”. Es Dios-Espíritu Santo, que desde el comienzo estaba cuando se creó la tierra y que en el momento culminante de la historia ungió a Jesús (“el Espíritu de Dios está sobre mí porque me ha ungido y me ha enviado”) para llevarlo a su misión. Es el mismo Espíritu, que hoy sostiene a la Iglesia, con tantos carismas diferentes en un solo Cuerpo que es Jesucristo. El mismo Espíritu que anima y conduce nuestras vidas hacia la unidad y consumación de la obra redentora comenzada por Cristo el Señor. No podemos definir quién es el Espíritu Santo, porque es Él quien se encarga de las definiciones y las compresiones para que nosotros podamos alcanzarlas. No es una paloma, no es fuego, ni viento, ni aliento, no es lenguas de fuego. Todas son imágenes a través de las cuales intentamos acercarnos de alguna manera para poder hablar del Él.
El Espíritu Santo es lo más íntimo de Dios, se identifica con el Amor del Padre y del Hijo, ese amor que habita en nuestras vidas porque nosotros somos templos del Espíritu Santo. Es la misma vida de Dios que nos conduce, nos lleva y anima por el Camino de Jesús hacia el deseo del padre. Dios Espíritu Santo, es el que actúa en nuestra vida e inspira nuestras buenas acciones y sostiene nuestra existencia en la bendición. Es muy difícil hablar de Él porque es Él precisamente el que nos hace hablar, es quien nos da el conocimiento de la fe para conocer a Jesucristo y a quien le ha enviado. Es quien inspira y suscita la Palabra que leemos en la Biblia, el que nos posibilita orar (“nadie puede decir Jesús es el Señor si no es en el Espíritu Santo”), quien transfigura nuestras vidas. El Espíritu Santo es la intimidad de Dios que habita en nuestra propia intimidad.
Oración: Padre, nunca podríamos llamarte así ni dirigirnos a Ti, si no fuera por el Espíritu Santo. Ahora mismo estamos siendo conducidos e inspirados por Él para poder hablarle y sentir que nos estás escuchando. Es Él quien nos mantiene unidos a la vida Resucitada de Cristo, tu Hijo, y el que posibilita que nos ames como amas a Jesús, porque Él es el Amor de ustedes dos y está presente en nuestra vida. Queremos dejarnos llevar por el Espíritu, deseamos sentir con más fuerza, cómo empuja nuestra vida y la orienta hacia Ti en Jesús.
María, tú te dejaste llevar, el Verbo de Dios se encarnó en ti por obra y gracia del Espíritu Santo. Haznos sentir que nosotros también estamos guiados por el mismo camino y te pedimos que lleves a tu Hijo nuestras intenciones. Amén