Los cristianos no deben sentirse nunca
abandonados, porque el vacío dejado por la muerte de Jesús ha sido llenado por
la presencia viva del Espíritu que habita en nosotros y nos enseña el arte de
vivir de verdad. Lo que configura la vida de un verdadero creyente no es el
ansía de placer, ni la obediencia a una ley, sino la búsqueda de la verdad con
un corazón limpio, animado por el Espíritu o Paráclito.
Paráclito significa:
defensor, protector, asistente, maestro, abogado, unificador, animador e
iluminador de la fe de cada uno. Él nos recuerda todo lo dicho por Jesús, es el
testigo garante de la auténtica fe, es el acusador del mundo corrupto que ha
rechazado a Jesús, el que desenmascara el sistema diabólico de su pecado.
Ser
cristiano no es un peso que oprime. Es dejarse guiar por el amor creador del
Espíritu que vive en nosotros y nos hace vivir con entusiasmo. Es alguien que,
bajo el impulso creador y gozoso del Espíritu, aprende el arte de vivir con
Dios y para Dios. El peligro está en no creer en el Espíritu, en no aceptar su
presencia, pasando a vivir con miedo y cerrando las puertas a Dios y a nuestros
hermanos, haciendo de la vida algo pesado y sin sentido.
Sin fe en el Espíritu vivimos empobrecidos.
Para vivir de una manera más humana y digna necesitamos esa energía interior
capaz de animar nuestra vida que procede del Espíritu.
Vivir la paz que Jesús
nos desea, implica ser constructores de una nueva humanidad. Si nunca ha
perdido sentido este mensaje y promesa de Jesús, hoy parece tener una vigencia
especial. El mundo, nuestra sociedad están llenos de violencia, y cada uno de
nosotros sigue anhelando ese don precioso de Jesús que es la paz. J. M.
Dentro de
poco el mundo ya no me verá; pero ustedes sí me verán, porque como yo tengo
vida, también ustedes la tendrán.
Tomado
de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, mayo 25 del año 2014
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