Jesús va
en una barca con sus discípulos. De pronto se desata una
tempestad y el miedo los invade; asustados gritan: "¿No te importa que nos
hundamos?". Jesús está descansando,
pero ante el peligro actúa de inmediato, ordenando: "¡Cállate, enmudece!". Y luego exhorta a los discípulos:
"¿Porqué son tan cobardes?".
Ir a la
otra orilla significa afrontar una nueva realidad. Las olas simbolizan poderes
demoníacos que nos quieren avasallar, pero Jesús las domina. Él, aunque a veces
parezca ausente, está siempre atento para que no nos hundamos ni perdamos la
calma. Para no ser absorbidos por las fuerzas del mal tenemos que despertar a
Jesús, acudir a Él renovando nuestra confianza en su presencia y en el poder de
su palabra.
Muchas veces vamos a la deriva, angustiados y con
demasiados miedos. Miedo al futuro, al qué dirán, a que las cosas no resulten
bien; miedo a sí mismos, al compromiso, a los riesgos, a las decisiones;
buscamos sólo falsas seguridades. Pero cuando estamos a punto de hundirnos
volvemos la mirada a Jesús y le gritamos: ¡Señor, sálvanos!
Necesitamos reafirmar nuestra fe en Jesús. Fe que
es motivo de esperanza y que nos lleva a confiar en la vida. Fe que es apertura
de ánimo, apertura a la vida, apertura al hermano que sufre. ¿Extendemos la
mano al hermano en dificultad?
No podemos vivir a la deriva, ni sólo buscando el
calmante que más nos conviene, tampoco permitir que nos invada la cobardía. Jesús nos acompaña en medio de nuestras
múltiples ocupaciones y proyectos, fracasos y aspiraciones, cansancios y
esperanzas, frustraciones y anhelos. Él puede calmar nuestras tempestades,
aunque parezca ausente. Jesús siempre nos dirá: ¡Ánimo, no tengas miedo! Y la
calma volverá. J.M.
Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, junio 21 del año 2015