En la
institución de la Eucaristía Jesús realiza un signo profético de lo que ha sido
toda su vida y de lo que está a punto de acontecer con su muerte: un pan que
comparte, una existencia entregada por todos.
Jesús ha
ido repartiendo el pan de su vida hasta su muerte. Ha
compartido con la gente su pan, su vida, su fe. Ahora comparte su Cuerpo pan para la vida y su Sangre será el sello de la
nueva alianza. Su despedida, triste y dolorosa, está llena de esperanza y
en ella hay un más allá íntimamente vinculado con este mundo.
Podemos preguntarnos cómo y con quiénes compartimos
la mesa de nuestra vida, de nuestro tiempo, de nuestra amistad, nuestros
bienes; a quiénes excluimos y por qué.
La
Eucaristía es ocasión para convertir en bendición y agradecimiento al Señor por
todo lo que somos y tenemos.
Corpus Christi es una fiesta de alianza con el
Señor, en la que hacemos memoria de su compromiso de amor y entrega; una fiesta
en la que recordamos que la celebración cristiana va unida a la justicia. Jesús se nos da como alimento en una nueva
alianza para darnos vida. Jesús se nos ofrece bajo las especies de pan y de
vino para que calmemos nuestra sed y nuestra hambre de tantas aspiraciones y
deseos.
Cada Eucaristía nos debe recordar el pecado y la
injusticia de nuestra sociedad donde hay tantos pobres y excluidos, tantos
niños con hambre, tantos enfermos. No hacerlo sería olvidarnos del amor
fraterno y de la comunidad. Debemos compartir la mesa de Jesús desde la
dignidad, pues no podemos recibir al Señor desde la indiferencia o la
violencia. Una conciencia delicada, el respeto al prójimo, la cordialidad y el
perdón deben acompañarnos al recibir a Jesús. J.M.
Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, junio 7 del año 2015