La primera Basílica que ha tenido nuestra religión
católica es la de Letrán, cuya consagración, que hoy celebramos, fue llevada a
cabo por el papa Silvestre en el año 324 en Roma.
Esta Basílica es la madre y cabeza de todas las
iglesias. Ha sido muy venerada y en ella se han celebrado cinco concilios. Ella
es símbolo de la unidad de todas las comunidades cristianas con Roma y nos
recuerda que todos estamos construidos sobre el mismo cimiento, que es
Jesucristo.
Desde el Antiguo Testamento Dios enseña a su pueblo
la importancia de los lugares consagrados a Él. El templo es, ante todo, el corazón del hombre que ha acogido su Palabra.
San Pablo dice: "¿No saben que
ustedes son santuarios de Dios?" (1Co 3, 16).
El templo es el lugar sagrado donde los fieles se
reúnen para dar culto. En él hemos sido bautizados y en él hemos iniciado nuestro
camino cristiano, Hemos recibido nuestra primera comunión o celebrado nuestro
matrimonio; en él hemos dado también el último adiós a nuestros seres queridos.
El templo nos recuerda que Dios está
presente en medio de los hombres.
Todos
hemos sido consagrados como "templos de Dios" el día de nuestro
bautismo, por eso nuestro cuerpo merece respeto y estima.
Nuestro hermano es también templo de Dios y no puede ser visto como un
instrumento u objeto de placer o violencia, tampoco alguien a quien no
perdonamos o no prestamos ayuda.
Jesús, al
echar a los mercaderes del templo, se enfrenta a los que profanan lo sagrado:
los codiciosos, los hipócritas, los que no respetan y destruyen el templo de
Dios. San Pablo nos dice que cada uno de nosotros somos
templo del Espíritu Santo. Ojalá conservemos nuestra alma bella y limpia, como
le agrada al Señor, y todo nuestro ser sea un templo vivo. J.M.
Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, noviembre 9 del año 2014