¡MUJER, QUÉ GRANDE ES TU FE!

Una mujer cananea sale tras de Jesús suplicándole: "Ten compasión de mí, Señor, mi hija tiene un demonio que la atormenta”. Jesús no le responde, pero los discípulos intervienen a favor de ella. Y la respuesta de Jesús es desconcertante: "Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel”. No obstante, por el desenlace, se infiere que Cristo nunca rechazó la fe dondequiera que la encontraba.
Es imposible no conmoverse ante la humildad y la fe de aquella mujer que amaba tanto a su hija. La mujer insiste, no se amilana y reitera su petición. Jesús se rinde ante la humildad de esta mujer, reconoce con admiración la fe de esta pagana y la propone como modelo para los creyentes. La acoge, a pesar de ser pagana, y está siempre abierto a las necesidades de todos, sin distinción de clase, raza o condición social.
En la actitud de la mujer cananea descubrimos un modelo de oración que en la Iglesia se conoce como "de súplica", que está centrada, por la fe, en la persona de Jesús, el Señor y Mesías. Es una súplica dinámica, orientada a la ayuda del prójimo, su hija en este caso.
Su oración reúne las condiciones que Cristo propone a los fieles: humildad, confianza y perseverancia. La grandeza de su fe suplicante radica en su actitud personal: el reconocimiento de la identidad de Jesús, el "Señor".
La oración hecha con auténtica fe es diálogo con Dios, es apertura a la fraternidad humana y a los problemas de los que sufren por diversos motivos; es bendición y alabanza a Dios y es también súplica de quien se reconoce frágil ante el Señor y necesitado de su amor, de su gracia, de la fuerza del Espíritu y de muchos dones y favores. J.M.

Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, agosto 17 del año 2014