¿POR QUÉ TENEMOS MIEDO?

Todos experimentamos temores y angustias en nuestra vida. Sentimos miedo y desconfianza de nosotros mismos, de la gente, de la muerte, de nuestro destino; miedo a decidirnos o a equivocarnos. Y es ante el temor que escuchamos la voz cálida de Jesús, que nos dice: "Ánimo, yo estoy contigo, no tengas miedo".
Para creer en Dios, dice la Escritura, es importante desechar nuestras seguridades tan "razonables", dejar la tierra firme y caminar sobre las olas en medio de las tempestades de la vida. Jesús nos brinda una confianza y certeza superiores a toda seguridad humana y que no tienen nada que ver con las especulaciones de nuestro egoísmo. Cuando desaparecen de nuestra vida los signos de Dios o falla el amor, la amistad, la fidelidad, no hay respeto por la vida y la justicia; cuando el bien y la verdad desaparecen y nos golpea una enfermedad o un accidente, entonces surgen las crisis de fe, nos domina el miedo y aparece la desconfianza. En esas circunstancias es justo el momento en que debemos decir como Pedro:"¡Sálvame, Señor!".
¿Por qué hemos dudado? Nos pregunta Jesús. Y  respondemos: porque no tenemos la fe suficiente, y si somos sinceros, debemos confesar que hay una gran distancia entre el creyente que profesamos ser y el que somos en realidad.
Cuando un creyente, acosado por el miedo como Pedro, grita: "Sálvame, Señor", todo cambia en el fondo de su corazón y se despierta la confianza en Dios. Dios es la mano amiga que nadie puede quitarnos. La fidelidad y la misericordia de Dios están por encima de todo, incluso por encima de toda fatalidad o culpa. Lo importante es saber levantar nuestras manos hacia Dios como gesto de súplica y con entrega confiada.
Mateo nos describe hoy la verdadera fe al presentar a Pedro caminando sobre las aguas, acercándose a Jesús. Necesitamos apoyar nuestra existencia en Dios y no en nuestras propias razones o seguridades. J.M.

Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, agosto 10 del año 2014