Los fariseos se reunieron al
saber que Jesús había hecho callar a los saduceos, y uno, que era maestro de la ley, para tenderle
una trampa, le preguntó: Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la
ley? Jesús le dijo: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma
y con toda tu mente.” Éste es el más importante y el primero de los
mandamientos. Pero hay un segundo, parecido a éste; dice: “Ama a tu prójimo
como a ti mismo.” En estos dos mandamientos se basan toda la ley y los
profetas.
AMAR A DIOS Y AL PRÓJIMO
Un fariseo pregunta a Jesús:"Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?”. Y
Jesús le responde resumiéndolo en un solo mandamiento centrado en el amor a
Dios y al prójimo. La ley mosaica constaba de 613 preceptos y no había aspecto
de la vida que escapara al yugo de alguna norma. A Dios debemos servir y amar
con todo el corazón, el alma y el ser. Jesús nos dice también: "Ámense unos a otros como yo los amé;
así serán mis discípulos”.
El
cristianismo consiste en amar a Dios cumpliendo sus mandatos y haciendo su
voluntad a través de nuestros hermanos, especialmente los pobres y necesitados.
Amar a Dios sin amar al hombre es algo ilusorio, pues Dios se encarna en el
hermano.
"Dios
es amor" afirma san Juan, y como amor se ha revelado al
salir al encuentro del hombre en la persona de Cristo. A su vez, el hombre,
como imagen de Dios, se define también como un ser hecho para amar y ser amado.
Pero
mientras permitamos la tiranía de los ídolos como la codicia, el egoísmo, el
poder, el orgullo, la violencia, el sexo, la injusticia, etc., no seremos
capaces de amar al Dios vivo y verdadero ni a los hermanos. Estos ídolos nos
cierran el corazón y nos esclavizan.
San Pablo nos dice que el amor todo lo cree, todo lo espera, todo lo perdona, no es envidioso,
todo lo soporta, no piensa mal, se alegra con el bien del otro... Y Jesús nos dice que debemos amar
especialmente a los pobres y necesitados.
Para ser testimonios del Evangelio del amor es
necesario mostrar el cristianismo como la religión del sí, positiva y abierta a
la vida, a la fraternidad, a la solidaridad, que nos lleva a decir no al
egoísmo rompiendo su cerco de estéril idolatría, incompatible con la
celebración del amor de Dios. Nadie tiene amor más grande que el que da la
vida por sus amigos. J.M.
Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, octubre 26 del año 2014
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Mateo 22, 15-21
Después de esto, los
fariseos fueron y se pusieron de acuerdo para hacerle decir a Jesús algo que
les diera motivo para acusarlo. Así que
mandaron a algunos de sus partidarios, junto con otros del partido de Herodes,
a decirle: Maestro, sabemos que tú dices la verdad, y que enseñas de veras el
camino de Dios, sin dejarte llevar por lo que diga la gente, porque no hablas
para darles gusto. Danos, pues, tu
opinión: ¿Está bien que paguemos impuestos al emperador romano, o no? Jesús, dándose cuenta de la mala intención que
llevaban, les dijo: Hipócritas, ¿por qué me tienden trampas? Enséñenme la moneda con que se paga el
impuesto. Le trajeron un denario, y
Jesús les preguntó: ¿De quién es ésta cara y el nombre que aquí está escrito? Le contestaron: Del emperador. Jesús les dijo
entonces: Pues den al emperador lo que es del emperador, y a Dios lo que es de
Dios.
DIOS O EL CÉSAR: un dilema difícil
Los fariseos preguntaron a Jesús si era lícito pagar
el impuesto al césar (el emperador) o no. Cualquier respuesta, afirmativa o
negativa, podía crearle a Jesús problemas con la autoridad religiosa o civil.
Jesús no cae en la trampa y les pide que le
muestren una moneda con la imagen del césar y les dice: "Den al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios".
La solución que da Jesús no contrapone el césar a Dios, ni lo temporal a lo
espiritual, ni lo político a lo religioso o la autoridad civil al Reino de
Dios, sino que, reconociendo la autonomía del poder civil, establece una
jerarquía de términos que prima a Dios sobre el césar.
El "dar
a Dios lo que es de Dios" es lo primero y de ahí se origina el
fundamento y la obligación también de "dar al césar lo que es del
césar". Cada uno tiene su lugar propio con la debida subordinación al
Reino de Dios.
Frente a la autoridad Jesús mantuvo una actitud de
lealtad, sin dejar de ser crítica. En su respuesta Jesús no sacraliza la
autoridad del poder civil, pero sí le reconoce su derecho y presenta la obediencia como un deber de los ciudadanos. Para Él lo importante es que reconozcamos a
Dios como único Señor, pues es en el ser humano donde Dios ha estampado su
imagen. Si el ser humano es imagen
de Dios, entonces éste debe reconocer a Dios como su Señor y no utilizarlo para
alcanzar otros intereses. Queda así desautorizada cualquier pretensión de
dominio absoluto sobre el pueblo, la tierra y el ser humano.
A Dios demos lo que es suyo y a la autoridad civil
la obediencia y colaboración debidas. Debemos
ser los mejores ciudadanos reconociendo que el Reino de Dios tiene primacía
absoluta en nuestra vida. Un creyente no fomenta leyes que aprueben el divorcio
o el aborto, o que conduzcan a la injusticia y la explotación del pobre, pues
esto no está en los planes de Dios. J.M.
Mateo 22, 1-14
Jesús comenzó a hablarles
otra vez por medio de parábolas. Les dijo: Sucede con el reino de los cielos
como con un rey que hizo un banquete para la boda de su hijo. Mandó a sus criados que fueran a llamar a los
invitados, pero éstos no quisieron asistir. Volvió a mandar otros criados, encargándoles:
“Digan a los invitados que ya tengo preparada la comida. Mandé matar mis reses
y animales engordados, y todo está listo; que vengan al banquete.” Pero los invitados no hicieron caso. Uno de
ellos se fue a sus terrenos, otro se fue a sus negocios, y los otros agarraron a los criados del rey y
los maltrataron hasta matarlos. Entonces
el rey se enojó mucho, y ordenó a sus soldados que mataran a aquellos asesinos
y quemaran su pueblo. Luego dijo a sus
criados: “El banquete está listo, pero aquellos invitados no merecían venir. Vayan, pues, ustedes a las calles principales,
e inviten al banquete a todos los que encuentren.” Los criados salieron a las calles y reunieron
a todos los que encontraron, malos y buenos; y así la sala se llenó de gente. Cuando
el rey entró a ver a los invitados, se fijó en un hombre que no iba vestido con
traje de boda. Le dijo: “Amigo, ¿cómo
has entrado aquí, si no traes traje de boda?” Pero el otro se quedó callado. Entonces el rey dijo a los que atendían las
mesas: “Átenlo de pies y manos y échenlo a la oscuridad de afuera. Entonces
vendrán el llanto y la desesperación.” Porque muchos son llamados, pero pocos
escogidos.
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INVITADOS A LA FIESTA DE BODAS
En un banquete de bodas abunda la comida, la bebida
y hay gran alegría por los deseos cumplidos de los nuevos esposos. Al banquete
de la parábola que Jesús nos presenta hoy fueron invitadas varias personas que
por diversas razones se excusaron para no asistir; incluso maltratan y asesinan
a los mensajeros del rey, quien destruye la ciudad e invita a otros comensales.
El Reino
de Dios es una fiesta a la cual estamos invitados y cuyas puertas se abren para
todos. Infortunadamente abundamos en excusas y por la
ceguera de nuestros intereses nos autoexcluimos de la fiesta. Tal negativa a
Dios es negación al amor ya la fraternidad.
Para entrar al banquete se necesita un traje especial
que comporta convertir la mente, el corazón y la vida; implica tener alma de
pobres, libre de esclavitudes y estar disponibles para enjugar las lágrimas de
los adoloridos. “Dios colma de bienes a
los hambrientos y despide vacíos a los ricos” (Lc 1, 53).
Dios está siempre dispuesto a cubrirnos con el vestido
nuevo del hijo pródigo que es su amor de Padre, su perdón y a contarnos entre
sus elegidos. La invitación de Dios es
insistente, pero muchas veces la rechazamos por andar tan ocupados en nuestras
cosas: negocios, viajes, placeres, intereses. Es una invitación que otras
personas sencillas y pobres están acogiendo con gozo en los cruces de los
caminos de nuestra vida.
La
Eucaristía es el banquete del Reino que anticipa el festín mesiánico. Por eso
nuestras eucaristías no deben ser monótonas, tristes o pesadas, sino alegre
participación en la fiesta de Dios y de los hermanos. ¡Dichosos
los invitados al banquete de bodas del Cordero! El Señor nos reserva un puesto
de honor en la vida y en la mesa fraternal del banquete de su Reino donde el
cuerpo de Cristo es nuestro pan. J.M.
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Mateo 21, 33-43
Escuchen otra parábola: El
dueño de una finca plantó un viñedo y le puso un cerco; preparó un lugar donde
hacer el vino y levantó una torre para vigilarlo todo. Luego alquiló el terreno
a unos labradores y se fue de viaje. Cuando llegó el tiempo de la cosecha,
mandó unos criados a pedir a los labradores la parte que le correspondía. Pero
los labradores echaron mano a los criados: golpearon a uno, mataron a otro y
apedrearon a otro. El dueño volvió a mandar más criados que al principio; pero
los labradores los trataron a todos de la misma manera. Por fin mandó a su
propio hijo, pensando: “Sin duda, respetarán a mi hijo.” Pero cuando vieron al
hijo, los labradores se dijeron unos a otros: “Éste es el que ha de recibir la
herencia; matémoslo y nos quedaremos con su propiedad.” Así que lo agarraron,
lo sacaron del viñedo y lo mataron. Y ahora, cuando venga el dueño del viñedo,
¿qué creen ustedes que hará con esos labradores? Le contestaron: Matará sin
compasión a esos malvados, y alquilará el viñedo a otros labradores que le
entreguen a su debido tiempo la parte de la cosecha que le corresponde. Jesús
entonces les dijo: ¿Nunca han leído ustedes las Escrituras? Dicen: “La piedra
que los constructores despreciaron se ha convertido en la piedra principal. Esto
lo hizo el Señor, y estamos maravillados.” Por eso les digo que a ustedes se
les quitará el reino, y que se le dará a un pueblo que produzca la debida
cosecha.
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La viña
LA VIÑA ES NUESTRA PERSONA
Un propietario arrendó su viña a unos labradores. A
su tiempo envió mensajeros a reclamar su parte de los frutos, pero fueron
maltratados. Incluso envió a su propio
hijo, quien fue asesinado. El dueño
de la viña es Dios, que ha puesto en ella cariño y esperanza; la viña es nuestra vida, nuestra
persona, nuestras facultades; los
criados son los que rechazan el mensaje de Dios; el hijo es Cristo.
La ausencia del dueño no significa que Dios se
desentiende de nosotros, sino que nos da un tiempo para que tomemos conciencia
y asumamos nuestra tarea y misión con autonomía y responsabilidad. Esta parábola es también una invitación a
la conversión y a la apertura del corazón para saber reconocer y acoger a Jesús
como el Hijo de Dios.
Hoy también hay viñadores homicidas, que cometen el
mal, rechazan a Dios y promueven la muerte. Quien despoja a los pobres de sus
pertenencias los priva de sus derechos, actúa injustamente con ellos y los
condena a la muerte.
También a
nosotros Dios nos confió con cariño una viña dotada de dones, pero sobre todo
nos confió nuestra persona para que la cuidemos y sepamos hacerla fructificar
evitando los agrazones del orgullo, la injusticia y la violencia.
Hay acciones que nos impiden construirla digna y gozosamente, y hay quien se
siente incapaz de desarrollar su potencial, sus energías. Unos, por su lado,
construyen sólo su mundo exterior, dejando su alma vacía, y otras lo construyen
de manera falsa, basados en la apariencia, fracasando así como seres humanos.
La
destrucción o la muerte de Dios en nuestra vida tiene más influencia de lo que
pensamos. Por eso necesitamos construir la vida sobre bases
firmes y de manera digna y responsable, acogiendo a Dios y a su Palabra. Así, de
nuestra viña brotarán el pan y el vino nuevos, signo de la fiesta. ¿Desperdiciamos
los dones que Dios nos ha dado? J.M.
Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, octubre 5 del año 2014
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