Un fariseo pregunta a Jesús:"Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?”. Y
Jesús le responde resumiéndolo en un solo mandamiento centrado en el amor a
Dios y al prójimo. La ley mosaica constaba de 613 preceptos y no había aspecto
de la vida que escapara al yugo de alguna norma. A Dios debemos servir y amar
con todo el corazón, el alma y el ser. Jesús nos dice también: "Ámense unos a otros como yo los amé;
así serán mis discípulos”.
El
cristianismo consiste en amar a Dios cumpliendo sus mandatos y haciendo su
voluntad a través de nuestros hermanos, especialmente los pobres y necesitados.
Amar a Dios sin amar al hombre es algo ilusorio, pues Dios se encarna en el
hermano.
"Dios
es amor" afirma san Juan, y como amor se ha revelado al
salir al encuentro del hombre en la persona de Cristo. A su vez, el hombre,
como imagen de Dios, se define también como un ser hecho para amar y ser amado.
Pero
mientras permitamos la tiranía de los ídolos como la codicia, el egoísmo, el
poder, el orgullo, la violencia, el sexo, la injusticia, etc., no seremos
capaces de amar al Dios vivo y verdadero ni a los hermanos. Estos ídolos nos
cierran el corazón y nos esclavizan.
San Pablo nos dice que el amor todo lo cree, todo lo espera, todo lo perdona, no es envidioso,
todo lo soporta, no piensa mal, se alegra con el bien del otro... Y Jesús nos dice que debemos amar
especialmente a los pobres y necesitados.
Para ser testimonios del Evangelio del amor es
necesario mostrar el cristianismo como la religión del sí, positiva y abierta a
la vida, a la fraternidad, a la solidaridad, que nos lleva a decir no al
egoísmo rompiendo su cerco de estéril idolatría, incompatible con la
celebración del amor de Dios. Nadie tiene amor más grande que el que da la
vida por sus amigos. J.M.
Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, octubre 26 del año 2014