Los fariseos preguntaron a Jesús si era lícito pagar
el impuesto al césar (el emperador) o no. Cualquier respuesta, afirmativa o
negativa, podía crearle a Jesús problemas con la autoridad religiosa o civil.
Jesús no cae en la trampa y les pide que le
muestren una moneda con la imagen del césar y les dice: "Den al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios".
La solución que da Jesús no contrapone el césar a Dios, ni lo temporal a lo
espiritual, ni lo político a lo religioso o la autoridad civil al Reino de
Dios, sino que, reconociendo la autonomía del poder civil, establece una
jerarquía de términos que prima a Dios sobre el césar.
El "dar
a Dios lo que es de Dios" es lo primero y de ahí se origina el
fundamento y la obligación también de "dar al césar lo que es del
césar". Cada uno tiene su lugar propio con la debida subordinación al
Reino de Dios.
Frente a la autoridad Jesús mantuvo una actitud de
lealtad, sin dejar de ser crítica. En su respuesta Jesús no sacraliza la
autoridad del poder civil, pero sí le reconoce su derecho y presenta la obediencia como un deber de los ciudadanos. Para Él lo importante es que reconozcamos a
Dios como único Señor, pues es en el ser humano donde Dios ha estampado su
imagen. Si el ser humano es imagen
de Dios, entonces éste debe reconocer a Dios como su Señor y no utilizarlo para
alcanzar otros intereses. Queda así desautorizada cualquier pretensión de
dominio absoluto sobre el pueblo, la tierra y el ser humano.
A Dios demos lo que es suyo y a la autoridad civil
la obediencia y colaboración debidas. Debemos
ser los mejores ciudadanos reconociendo que el Reino de Dios tiene primacía
absoluta en nuestra vida. Un creyente no fomenta leyes que aprueben el divorcio
o el aborto, o que conduzcan a la injusticia y la explotación del pobre, pues
esto no está en los planes de Dios. J.M.