Unos griegos manifiestan a Felipe su deseo de ver a
Jesús. Se lo presentan y Él los recibe con cariño y cortesía, y les habla de su
futuro, es decir, de su pasión y su cruz.
Jesús
es consciente de que alguien está tramando su muerte, pero no huye. Siente angustia,
pero sabe que ha venido para esta "hora" en que el maligno va a ser
derrotado, y así atraer a todos hacia sí. Está
decidido a dar la vida por los demás, pues sabe que el amor más grande es el de
aquel que da la vida por sus amigos.
Jesús
expresa la fecundidad de su muerte cuando dice: "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, no puede dar
fruto". El caer en tierra y morir es condición para que el grano
libere toda la energía que encierra. El fruto comienza a ser real en el mismo
grano que muere. El don total de sí es lo que hace que la vida de una persona
sea realmente fecunda.
No se puede engendrar vida sin dar la propia, como
tampoco se puede hacer vivir a los demás si no se está dispuesto a desvivirse
por ellos. La vida es fruto del amor y brota en la medida en que la entregamos.
Cuando uno ama y vive intensamente, no puede
permanecer indiferente ante el dolor de un hermano. El cristiano no disfruta ni
busca el dolor por el dolor (masoquismo), sino que acepta el sufrimiento como
precio de su compromiso con la vida. Saber
sufrir por amor y en unión con Cristo es gran sabiduría, porque "el que
vive ocupado sólo en pasarla placenteramente la perderá, pero el que emplea por
mi causa, la salvará", dice Jesús.
¿Cómo es nuestra conducta religiosa y moral? ¿Se
basa en el amor o vivimos una religión triste, una moral basada en el temor,
contrastante con la ley del Espíritu? ¿Somos cristianos creíbles? ¿Sabemos
mostrar el rostro de Cristo positivamente? J.M.
Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, marzo 22 del año 2015