Los habitantes de Nazaret conocían bien a Jesús y a
su familia. Lo habían visto crecer, ir a la escuela, hacerse grande y trabajar
para ganarse el sustento.
Jesús va a
la sinagoga para leer y comentar la Escritura. La gente al oírlo se asombra,
pero luego lo rechaza porque les parece absurdo que aquel joven, el hijo de
José y de María, pretenda ser el Mesías. Y cuestionan su enseñanza y sus
milagros. No logran descubrir la presencia de Dios en aquel joven carpintero.
Jesús siente pena y tristeza por la incredulidad y no puede hacer allí ningún
milagro y se extraña por su falta de fe. Pero Él no se desanima y sigue
adelante con valor.
También nosotros tenemos momentos de rechazo,
frustración, ante quienes no nos aceptan. San Pablo presume de sus debilidades
porque gracias a ellas residirá en él la fuerza de Cristo: "Cuando soy débil, entonces soy fuerte".
Tal vez vivimos entre hombres y mujeres que no
creen, incluso amigos nuestros; y quizá nunca les hemos hablado de Dios
"por respeto a sus ideas". Pidamos
al Espíritu Santo más tacto y más valentía para anunciar y ser testimonios del
Reino de Dios. Hacen falta hombres y mujeres creyentes que a ejemplo de Jesús
sean profetas que anuncian a Dios a los demás. Necesitamos de personas
"signo" que sepan sonreír y compartir, aceptar a los demás como son y
darles la mano en su dificultad, escucharlos con amor e infundirles esperanza.
Así es como se hará hoy presente el Espíritu profético del Señor.
Tal vez Cristo ha venido a nuestra casa y no lo hemos
recibido, ni a Él, ni a su palabra, ni a sus enviados. Tal vez hemos dejado
apagar en las cenizas del miedo silencioso nuestra fe y nuestro testimonio de
hijos de Dios. Pidamos perdón. J.M.
Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, julio 5 del año 2015