El reino de los cielos es como un tesoro escondido en
un terreno. Un hombre encuentra el tesoro, y lo vuelve a esconder allí mismo;
lleno de alegría, va y vende todo lo que tiene, y compra ese terreno.
LA ALEGRÍA DE ENCONTRAR EL TESORO
Los hijos son el tesoro de sus padres, la
esposa es el tesoro del esposo y viceversa, el amigo verdadero es un tesoro.
Pero el Reino de Dios es el tesoro absoluto que siempre debemos buscar. Es la
base de nuestra alegre esperanza y el fundamento de nuestro compromiso con Dios
y los hermanos. El Reino es fe,
esperanza, es vida y amor. Jesús nos dijo:"Busquen sobre todo el Reino de
Dios y su justicia; lo demás se les dará por añadidura".
Quien capta el secreto del Reino ha encontrado
el tesoro escondido que le enseña a relativizar todo lo demás. Si hemos
descubierto ese tesoro debemos irradiar alegría, esperanza y contagiar
optimismo, pues el Reino es fermento de humanidad y de madurez en las
relaciones con los demás. Por eso supliquemos:"¡Venga a nosotros, tu Reino, Señor!".
Los hombres y mujeres, buenos y justos, los
que viven felices y se sienten realizados dejan una huella en la historia. Pero
muchas veces la escala de valores que rige nuestra sociedad no nos ayuda a ser
felices. Hay quienes están atrapados por engañosos tesoros que los esclavizan y dividen, como el
alcohol, la droga, la pasión incontrolada por el dinero y el poder, la lujuria,
la buena vida. Por esos tesoros son capaces, incluso, de dar la vida. Pero son
tesoros que no liberan, sino que esclavizan más y más, hundiéndonos en la
vanidad y la mentira.
La vida y los talentos son tesoros que deben
ser cuidados con responsabilidad, y entregados a Dios como "ofrenda agradable en su presencia". No hay nada más
hermoso que descubrir que Jesús me considera un tesoro, y ver reflejado en sus
ojos las múltiples facetas hermosas que solo Él podía haber observado en mí.
Por eso descanso en el amor que Él me da. Como
decía san Agustín: "Inquieto está mi corazón hasta que no descanse en
ti". J.M.
Tomado
de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, julio 27 del año 2014
Romanos 8, 26-27
De igual manera, el Espíritu nos ayuda en nuestra
debilidad. Porque no sabemos orar como es debido, pero el Espíritu mismo ruega
a Dios por nosotros, con gemidos que no pueden expresarse con palabras. Y Dios, que examina los corazones, sabe qué es
lo que el Espíritu quiere decir, porque el Espíritu ruega, conforme a la
voluntad de Dios, por los del pueblo santo.
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¿SEMBRAMOS TRIGO BUENO O CIZAÑA?
Ante la evidencia de que junto a la semilla
buena ha crecido cizaña, sembrada por el
maligno, el amo de la finca invita a esperar, sin precipitarse, para tomar la
decisión de arrancarla o no, pues cortando la cizaña se podía arruinar el
trigo.
El que
siembra la buena semilla es Jesucristo, la buena
semilla son los hijos de Dios, la cizaña son los partidarios del mal; el
enemigo es el maligno; la cosecha es el fin del tiempo y los segadores los
ángeles. El trigo y la cizaña representan la realidad humana que lucha dentro
de nuestro propio corazón.
Nadie es tan bueno que no tenga algo de
cizaña, ni puede presumir de ser enteramente trigo limpio, pues solamente Dios es santo.
Hay
tiempo para la conversión y la misericordia. Frente a
la impaciencia de quienes no pueden ver juntos el bien y el mal, está la
paciencia y la esperanza. No precipitemos
los juicios, no nos erijamos en jueces definitivos ni sembremos cizaña haciendo
daño o denigrando a nuestros hermanos, no destruyamos lo que otros han
construido con esfuerzo. El problema de la maldad ha preocupado siempre a la
humanidad. ¿Cómo puede Dios permitir tanta desgracia entre personas inocentes?
El campo de la historia humana es una mezcla de buena y mala semilla.
La presencia del mal no es como una ciega e
inevitable fatalidad. ¡Un enemigo sembró la cizaña mientras el dueño dormía!
Hay causas, decisiones, opciones históricas y humanas.
Jesús
hoy nos dice que es necesario ser cautos y pacientes; que no debemos
convertirnos en jueces, ya que el juicio corresponde, en última instancia, a
Dios. El juicio final sirve para asegurar que la
destrucción del mal llegará realmente un día. J.M.
Tomado
de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, julio 20 del año 2014
Isaías 55, 10-11
Así como la lluvia y la nieve bajan del cielo, y no
vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, y producen
la semilla para sembrar y el pan para comer, así también la palabra que sale de
mis labios no vuelve a mí sin producir efecto, sino que hace lo que yo quiero y
cumple la orden que le doy.
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NO CERRAR EL CORAZÓN A LA PALABRA
A pesar de los aparentes fracasos de la
siembra de la semilla, la eficacia de la Palabra de Dios está asegurada, pues
la tierra fértil compensa con creces la esterilidad del camino, el pedregal y
las zarzas.
Hay tantos terrenos en el corazón de cada uno
de nosotros que acogen o rechazan el mensaje de Jesús y que simbolizan nuestra
aceptación, o indiferencia ante él.
La iniciativa de Dios que ofrece al hombre su
semilla, espera el buen fruto de ésta, pero respeta la libertad del hombre.
Preguntémonos, pues, qué clase de terreno somos, qué clase de fruto damos. ¿Acojo la Palabra y la hago norma de vida?
¿Soy indiferente? ¿La rechazo y por qué? La respuesta debe salir del corazón.
Cristo fue el primer grano de trigo que muriendo en el surco dio una cosecha
espléndida de vida y resurrección.
Ojalá las voces de este mundo que nos seducen
a encontrar una felicidad caduca no nos distraigan, ni la terquedad ni el
egoísmo o la soberbia nos conviertan en terreno infecundo. Ojalá no seamos
áspero sendero, duro pedregal o zarzas inhóspitas, sino terreno fértil que hace
fructificar el ciento por uno: amor, constancia, servicio y conversión
continua.
El "maligno" o personificación del
mal, que es el verdadero enemigo del Reino y de Jesús, cuando entra en nuestro
corazón lo vuelve receloso, cerrado, despiadado, interesado y no puede hacer el
bien. El egoísmo y el entusiasmo superficial, son actitudes incompatibles con
el Reino. Este sólo puede crecer en el terreno de la apertura y la
disponibilidad.
Jesús sufrió la amargura de la incomprensión y
la falta de resultados, pero estaba convencido de que su palabra no podía
quedar estéril, sino ser semilla de vida fecunda. Ojalá sepamos acoger lo que
la palabra de hoy nos revela y sepamos hacerla fructificar al ciento por uno. J.M.
Tomado
de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, julio 13 del año 2014
Mateo 11, 28-30
Vengan a mí todos ustedes que están cansados de sus
trabajos y cargas, y yo los haré descansar. Acepten el yugo que les pongo, y
aprendan de mí, que soy paciente y de corazón humilde; así encontrarán
descanso. Porque el yugo que les pongo y la carga que les doy a llevar son
ligeros.
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La humildad, signo del cristiano
La sabiduría de Dios se contrapone con la
"sabiduría" humana que, teniendo como paradigma el concepto
occidental, la compara con el conocimiento y manejo de contenidos que una
persona posee y que, en muchos de los casos, sirve para humillar y pisotear a
los humildes y sencillos.
Para Dios la humildad y la sencillez
constituyen los valores fundamentales que deben adornar a las personas, porque
estás cualidades las vuelven más abiertas a la revelación de Dios y su mensaje
de salvación y esperanza. El profeta Zacarías destaca la humildad del
gobernante, y confirma la protección de Dios hacia la gente sencilla que busca
por todos los medios acabar con la violencia y construir en la sociedad la
justicia y la igualdad.
La prepotencia y soberbia de los que se creen
sabios (o entendidos) no permiten construir relaciones pacíficas e
igualitarias. Estas personas, dice el Apóstol, son aquellas que no poseen el
Espíritu de Cristo, y, por lo tanto, no son aún cristianos y están esclavizados
por el instinto, destinados a la muerte. Pero los que se dejan habitar por el
Espíritu de Cristo, son libres, viven alegres y son capaces de reconocer en los
demás el rostro humano y cercano de Dios, que revela las cosas "a los
pequeños".
"Te alabo Padre, Señor del cielo y de la
tierra", debe ser la oración diaria de quien se siente comprometido con el
anuncio del mensaje de salvación y esperanza a todos aquellos que la sociedad
del consumo y la apariencia los ha dejado un lado. No se puede construir
verdaderas relaciones humanas si no actuamos con humildad y sencillez. La
soberbia se convierte en una carga que desgasta la vida y no permite acercarse
al Señor para ser aliviados y confortados por Él. P. Z.
Vengan a mí
todos los que están rendidos y agobiados, que yo los aliviaré.
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