Ante la evidencia de que junto a la semilla
buena ha crecido cizaña, sembrada por el
maligno, el amo de la finca invita a esperar, sin precipitarse, para tomar la
decisión de arrancarla o no, pues cortando la cizaña se podía arruinar el
trigo.
El que
siembra la buena semilla es Jesucristo, la buena
semilla son los hijos de Dios, la cizaña son los partidarios del mal; el
enemigo es el maligno; la cosecha es el fin del tiempo y los segadores los
ángeles. El trigo y la cizaña representan la realidad humana que lucha dentro
de nuestro propio corazón.
Nadie es tan bueno que no tenga algo de
cizaña, ni puede presumir de ser enteramente trigo limpio, pues solamente Dios es santo.
Hay
tiempo para la conversión y la misericordia. Frente a
la impaciencia de quienes no pueden ver juntos el bien y el mal, está la
paciencia y la esperanza. No precipitemos
los juicios, no nos erijamos en jueces definitivos ni sembremos cizaña haciendo
daño o denigrando a nuestros hermanos, no destruyamos lo que otros han
construido con esfuerzo. El problema de la maldad ha preocupado siempre a la
humanidad. ¿Cómo puede Dios permitir tanta desgracia entre personas inocentes?
El campo de la historia humana es una mezcla de buena y mala semilla.
La presencia del mal no es como una ciega e
inevitable fatalidad. ¡Un enemigo sembró la cizaña mientras el dueño dormía!
Hay causas, decisiones, opciones históricas y humanas.
Jesús
hoy nos dice que es necesario ser cautos y pacientes; que no debemos
convertirnos en jueces, ya que el juicio corresponde, en última instancia, a
Dios. El juicio final sirve para asegurar que la
destrucción del mal llegará realmente un día. J.M.
Tomado
de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, julio 20 del año 2014