Los hijos son el tesoro de sus padres, la
esposa es el tesoro del esposo y viceversa, el amigo verdadero es un tesoro.
Pero el Reino de Dios es el tesoro absoluto que siempre debemos buscar. Es la
base de nuestra alegre esperanza y el fundamento de nuestro compromiso con Dios
y los hermanos. El Reino es fe,
esperanza, es vida y amor. Jesús nos dijo:"Busquen sobre todo el Reino de
Dios y su justicia; lo demás se les dará por añadidura".
Quien capta el secreto del Reino ha encontrado
el tesoro escondido que le enseña a relativizar todo lo demás. Si hemos
descubierto ese tesoro debemos irradiar alegría, esperanza y contagiar
optimismo, pues el Reino es fermento de humanidad y de madurez en las
relaciones con los demás. Por eso supliquemos:"¡Venga a nosotros, tu Reino, Señor!".
Los hombres y mujeres, buenos y justos, los
que viven felices y se sienten realizados dejan una huella en la historia. Pero
muchas veces la escala de valores que rige nuestra sociedad no nos ayuda a ser
felices. Hay quienes están atrapados por engañosos tesoros que los esclavizan y dividen, como el
alcohol, la droga, la pasión incontrolada por el dinero y el poder, la lujuria,
la buena vida. Por esos tesoros son capaces, incluso, de dar la vida. Pero son
tesoros que no liberan, sino que esclavizan más y más, hundiéndonos en la
vanidad y la mentira.
La vida y los talentos son tesoros que deben
ser cuidados con responsabilidad, y entregados a Dios como "ofrenda agradable en su presencia". No hay nada más
hermoso que descubrir que Jesús me considera un tesoro, y ver reflejado en sus
ojos las múltiples facetas hermosas que solo Él podía haber observado en mí.
Por eso descanso en el amor que Él me da. Como
decía san Agustín: "Inquieto está mi corazón hasta que no descanse en
ti". J.M.
Tomado
de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, julio 27 del año 2014