La sabiduría de Dios se contrapone con la
"sabiduría" humana que, teniendo como paradigma el concepto
occidental, la compara con el conocimiento y manejo de contenidos que una
persona posee y que, en muchos de los casos, sirve para humillar y pisotear a
los humildes y sencillos.
Para Dios la humildad y la sencillez
constituyen los valores fundamentales que deben adornar a las personas, porque
estás cualidades las vuelven más abiertas a la revelación de Dios y su mensaje
de salvación y esperanza. El profeta Zacarías destaca la humildad del
gobernante, y confirma la protección de Dios hacia la gente sencilla que busca
por todos los medios acabar con la violencia y construir en la sociedad la
justicia y la igualdad.
La prepotencia y soberbia de los que se creen
sabios (o entendidos) no permiten construir relaciones pacíficas e
igualitarias. Estas personas, dice el Apóstol, son aquellas que no poseen el
Espíritu de Cristo, y, por lo tanto, no son aún cristianos y están esclavizados
por el instinto, destinados a la muerte. Pero los que se dejan habitar por el
Espíritu de Cristo, son libres, viven alegres y son capaces de reconocer en los
demás el rostro humano y cercano de Dios, que revela las cosas "a los
pequeños".
"Te alabo Padre, Señor del cielo y de la
tierra", debe ser la oración diaria de quien se siente comprometido con el
anuncio del mensaje de salvación y esperanza a todos aquellos que la sociedad
del consumo y la apariencia los ha dejado un lado. No se puede construir
verdaderas relaciones humanas si no actuamos con humildad y sencillez. La
soberbia se convierte en una carga que desgasta la vida y no permite acercarse
al Señor para ser aliviados y confortados por Él. P. Z.
Vengan a mí
todos los que están rendidos y agobiados, que yo los aliviaré.