Después que metieron a Juan
en la cárcel, Jesús fue a Galilea a anunciar las buenas noticias de parte de
Dios. Decía: «Ya se cumplió el plazo
señalado, y el reino de Dios está cerca. Vuélvanse a Dios y acepten con fe sus
buenas noticias.» Jesús pasaba por la
orilla del Lago de Galilea, cuando vio a Simón y a su hermano Andrés. Eran
pescadores, y estaban echando la red al agua. Les dijo Jesús: Síganme, y yo haré que ustedes
sean pescadores de hombres. Al momento
dejaron sus redes y se fueron con él. Un
poco más adelante, Jesús vio a Santiago y a su hermano Juan, hijos de Zebedeo,
que estaban en una barca arreglando las redes. En seguida los llamó, y ellos dejaron a su
padre Zebedeo en la barca con sus ayudantes, y se fueron con Jesús.
JESÚS BUSCA COLABORADORES
Los cuatro primeros discípulos de Jesús son dos
parejas de hermanos: Pedro y Andrés, Santiago y Juan, todos pescadores,
quienes, ante la invitación de Jesús a ser en adelante pescadores de hombres,
dejan redes, casa y familia y lo siguen con alegría. Ya no ganarían dinero,
pero sí hijos para Dios y mucha alegría en sus corazones.
Los llamados por Jesús dejan un trabajo conocido
por otro desconocido y cambian un proyecto personal por otro en que tendrán
primacía las necesidades de los demás, el sufrimiento y el dolor de los
enfermos y de los pobres.
El
discípulo de Jesús no se define por haber dejado algo, sino por haber
encontrado a Alguien, a Jesucristo, la razón de su existir.
La renuncia está recompensada con creces por la ganancia: la alegría de dar, la
salvación, el Reino de los Cielos. Jesús crea en el discípulo una nueva
personalidad infinitamente más rica, porque se siente amado y valorado.
Hoy estamos invitados a renovarnos y a crear nuevos
y auténticos lazos de amistad. Y todo esto lo logramos creyendo,
interesándonos, defendiendo a quienes Jesús defendió, mirando a las personas
como Él las miró, acercándonos a los necesitados como Él lo hizo, asumiendo el
dolor de los enfermos del cuerpo y del espíritu, amando como Él amó, confiando
en el Padre como Él confió, enfrentándonos a la vida como Él lo hizo con
esperanza y coraje. Entregándonos como Él lo hizo por nosotros.
Jesús ya
tiene cuatro compañeros, los primeros de una larga fila de discípulos con
quienes empezará su labor apostólica. Hoy somos tú y yo los invitados a ampliar
este grupo de pescadores de hombres nuevos. J.M.
Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, enero 25 del año 2015
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Juan 1, 35-42
Al día siguiente, Juan
estaba allí otra vez con dos de sus seguidores. Cuando vio pasar a Jesús, Juan dijo: ¡Miren,
ése es el Cordero de Dios! Los dos
seguidores de Juan lo oyeron decir esto, y siguieron a Jesús. Jesús se volvió, y al ver que lo seguían les
preguntó: ¿Qué están buscando? Ellos dijeron: Maestro, ¿dónde vives? Jesús les contestó: Vengan a verlo. Fueron,
pues, y vieron dónde vivía, y pasaron con él el resto del día, porque ya eran
como las cuatro de la tarde. Uno de los
dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús, era Andrés, hermano de Simón Pedro. Al primero que Andrés se encontró fue a su
hermano Simón, y le dijo: Hemos encontrado al Mesías (que significa: Cristo). Luego Andrés llevó a Simón a donde estaba
Jesús; cuando Jesús lo vio, le dijo: Tú eres Simón, hijo de Juan, pero tu
nombre será Cefas (que significa: Pedro).
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FUERON A SU CASA Y SE QUEDARON CON ÉL
Juan Bautista, señalando a Jesús, dice: "Éste es el Cordero de Dios, que quita
el pecado del mundo", e invita a la gente a seguirlo. Los discípulos
descubren, creen, son tocados por la experiencia personal con Jesús. De hecho,
fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con Él aquel día. La mirada penetrante
y amable de Jesús, sus palabras, el compartir y observar el ambiente de su
casa, dejó en ellos una huella profunda.
Todos tenernos en nuestra vida —un día cualquiera a
las "cuatro de la tarde"— un momento fuerte de encuentro con quien
nos llena de entusiasmo, de esperanza y nos anima.
La pregunta de Jesús: "¿A quién buscan?" toca lo más profundo de nuestro ser. Y
Jesús no se esconde ante quien lo busca honradamente. Se vuelve, invita y dice:
"Sígueme". Dialoga,
explica y facilita el encuentro.
En un mundo en que prima lo físico, lo corpóreo, lo
material, nuestro testimonio de cristianos es indispensable y urgente. Alguien
dijo que al mundo y al hombre actuales se le está agrandando él cuerpo y
empequeñeciendo el espíritu. Por eso el papa Pablo VI decía: "El mundo actual necesita urgentemente
un suplemento de alma”.
Hay un alarmante desajuste de criterios que se
deduce de la influencia de los medios de comunicación. Los valores del espíritu
se disuelven, se relativizan, cuando son remplazados por los criterios del
mundo. El creyente debe estar alerta para no dejarse engañar, para disentir
todo cuanto es indigno de los hijos de Dios, o le lleva a alejarse de Él,
dándole la espalda. Para ser discípulos auténticos de Cristo necesitamos
responder fielmente a su llamada, escuchar su palabra, tener plena disponibilidad,
fidelidad y testimonio de vida. Cristo nos ha llamado por nuestro nombre para
que seamos sus seguidores. J.M.
Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, enero 18 del año 2015
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Marcos 1, 7-11
En su proclamación decía:
«Después de mí viene uno más poderoso que yo, que ni siquiera merezco agacharme
para desatarle la correa de sus sandalias.
Yo los he bautizado a ustedes con agua; pero él los bautizará con el
Espíritu Santo.» Por aquellos días,
Jesús salió de Nazaret, que está en la región de Galilea, y Juan lo bautizó en
el Jordán. En el momento de salir del
agua, Jesús vio que el cielo se abría y que el Espíritu bajaba sobre él como
una paloma. Y se oyó una voz del cielo,
que decía: «Tú eres mi Hijo amado, a quien he elegido.»
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SOY AMADO POR DIOS
Jesús desciende a las aguas del río Jordán para ser
bautizado por Juan. Esas aguas que son signo de lo caótico y del mal. Y Jesús
entra en ellas, se enfrenta a su turbulencia recogiendo así todo el pecado y la
miseria del mundo y de la condición humana. La misión de Jesús es quitar el
pecado que oprime al mundo.
También nosotros hemos sido bautizados como Jesús,
hemos sido ungidos por el Espíritu para anunciar la salvación, comunicando
esperanza y alegría. Pertenecemos a la familia de Dios y nos configuramos con
Cristo sacerdote, rey y profeta. Sin embargo, a veces nuestro bautismo es un
mero acto social y no nos distingue ni nos identifica como cristianos.
Ser
creyente no hace desaparecer de nuestra vida los conflictos, contradicciones y
sufrimientos propios de lo cotidiano. Pero dentro de la fe cristiana hay una
experiencia que da un sentido a todo, esto es: que Dios me ama tal como soy,
porque estoy habitado y sostenido por Él, que es amor insondable y gratuito.
Si no hacemos parte de esta experiencia, desconocemos la gratuidad y la
santidad que nos da la presencia del Espíritu Santo. El sentido, la esperanza,
la vida entera del creyente nace y se sostiene en la seguridad inquebrantable
de sentirnos amados. A cada uno hoy
también nos dice Dios:"Tú eres mi hijo amado".
¿Qué
recibimos en el bautismo? La luz que es Cristo, quien con su palabra, su
presencia y su ejemplo nos ilumina y nos invita a ser luz para los demás; el aceite con que hemos sido ungidos como
sacerdotes, reyes y profetas; la
vestidura blanca, es decir, la dignidad de hijos de Dios que debemos testificar
con nuestra palabra y ejemplo de vida. El bautismo no es una carga sino un
don inenarrable que Dios nos regala para nuestra alegría y nuestra plena
identificación como cristianos auténticos. J.M.
Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, enero 11 del año 2015
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Mateo 2, 1-12
Jesús nació en Belén, un
pueblo de la región de Judea, en el tiempo en que Herodes era rey del país.
Llegaron por entonces a Jerusalén unos sabios del Oriente que se dedicaban al
estudio de las estrellas, y preguntaron:
¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos salir su estrella y
hemos venido a adorarlo. El rey Herodes
se inquietó mucho al oír esto, y lo mismo les pasó a todos los habitantes de
Jerusalén. Mandó el rey llamar a todos
los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la ley, y les preguntó dónde
había de nacer el Mesías. Ellos le
dijeron: En Belén de Judea; porque así lo escribió el profeta: “En cuanto a ti,
Belén, de la tierra de Judá, no eres la más pequeña entre las principales
ciudades de esa tierra; porque de ti saldrá un gobernante que guiará a mi
pueblo Israel.” Entonces Herodes llamó
en secreto a los sabios, y se informó por ellos del tiempo exacto en que había
aparecido la estrella. Luego los mandó a
Belén, y les dijo: Vayan allá, y averigüen todo lo que puedan acerca de ese
niño; y cuando lo encuentren, avísenme, para que yo también vaya a rendirle
homenaje. Con estas indicaciones del
rey, los sabios se fueron. Y la estrella que habían visto salir iba delante de
ellos, hasta que por fin se detuvo sobre el lugar donde estaba el niño. Cuando los sabios vieron la estrella, se
alegraron mucho. Luego entraron en la
casa, y vieron al niño con María, su madre; y arrodillándose le rindieron
homenaje. Abrieron sus cofres y le ofrecieron oro, incienso y mirra. Después, advertidos en sueños de que no debían
volver a donde estaba Herodes, regresaron a su tierra por otro camino.
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¡TU ROSTRO BUSCARÉ SEÑOR!
El mensaje
de la Epifanía es la manifestación de Cristo luz y salvación de Dios para todas
las naciones. El Dios que sale al encuentro del ser humano y colma sus
aspiraciones. Éste es nuestro gran regalo de reyes.
Los magos representan la esperanza que todo ser
humano lleva en su corazón. Todos buscamos algo mejor. Los padres, el niño, el
adolescente, el adulto, el anciano, cada uno vive su secreta ilusión e íntima
esperanza. Todos esperamos que una estrella nos guíe.
Es importante que estemos siempre alerta y en
actitud de búsqueda para encontrar y reconocer a Dios. Y para esto es necesario
pasar por dificultades y renunciar a las comodidades. Esa fue la actitud de los
magos de Oriente. Por eso hay que repetir siempre: "Tu rostro buscaré, Señor, no me ocultes tu rostro".
Necesitamos tener la ilusión de los magos y dejarnos
iluminar por la luz de la estrella para vencer la desilusión y el desencanto,
trabajando por un mundo mejor, más hermoso y más fraternal, ofreciendo a Jesús y
a nuestros hermanos lo mejor de nosotros mismos.
Vivimos como en una aldea sin fronteras debido a la
facilidad de la comunicación. Pero, a pesar de todo, vivimos luchando por
defender intereses personales. Así es fácil olvidar el mensaje de Dios en la Epifanía,
que es anuncio de esperanza en un mundo donde reina la desilusión y el
desencanto.
No podemos vivir como Herodes defendiendo a capa y
espada nuestros privilegios, nuestra situación social o económica, tratando de
eliminar a quien con su presencia, así sea la de un recién nacido, anuncia y
trae un mundo nuevo, con mejores relaciones humanas. ¿Qué estrellas nos guían? ¿Qué ofrecemos a Jesús al encontrarlo? ¿Lo
adoramos o adoramos los ídolos de este mundo? J.M.
Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, enero 4 del año 2015
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Señor Hijo de David
Lucas 2, 16-21
Fueron de prisa y
encontraron a María y a José, y al niño acostado en el establo. Cuando lo vieron, se pusieron a contar lo que
el ángel les había dicho acerca del niño, y todos los que lo oyeron se admiraban de lo
que decían los pastores. María guardaba
todo esto en su corazón, y lo tenía muy presente. Los pastores, por su parte, regresaron dando
gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían visto y oído, pues todo sucedió
como se les había dicho. A los ocho días
circuncidaron al niño, y le pusieron por nombre Jesús, el mismo nombre que el
ángel le había dicho a María antes que ella estuviera encinta.
LA PAZ, DON Y TAREA DE TODOS
La paz no es ausencia de guerra, ni equilibrio de
fuerzas adversarias, ni situación de calma impuesta. La paz es shalom, armonía con Dios, con los hermanos, con la creación y
con nosotros mismos.
Pero la
paz es una tarea de todos. Es una de las aspiraciones más profundas del ser
humano; es consecuencia del respeto a la dignidad personal, es cultura
solidaria. La paz no es algo ya hecho sino algo que hay que construir. Está
siempre amenazada por el pecado personal y social, por el orgullo y el egoísmo
y el deseo de venganza. Si tenemos un corazón violento, o somos iracundos, no
podremos transmitir paz a nuestro alrededor.
La Iglesia
hace coincidir el día del Año nuevo con la celebración del "Día mundial de
la paz", porque el nacimiento de Jesús es la inauguración de una nueva
era, de un tiempo nuevo en el que las lanzas y las espadas se convertirán en
instrumentos de trabajo y progreso.
A veces tenemos armado nuestro corazón y está a la
defensiva por la soberbia, la agresividad y el ansia de dominio. Y mientras no
nos desarmemos no podemos desearnos paz y felicidad. Y si no estamos en paz con
Dios, con nuestra conciencia, con los familiares y amigos, es inútil desearnos
paz y celebrar el año nuevo.
Hoy es una
oportunidad propicia para construir paz. Por medio de María llega a nuestro
mundo atormentado la aurora de la paz. Ella nos trae al Príncipe de la Paz para
darnos una serenidad sin límite que comienza desde la paz de nuestro corazón.
Dios ha
otorgado a María el poder de vencer, humillar y desenmascarar al autor de la
violencia que es el padre de la mentira, el enemigo de Dios y del género
humano. El maligno es quien suscita odios, guerras,
violencia, y puede estar también dentro de nosotros. J.M.
Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, enero 1 del año 2015
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