Los cuatro primeros discípulos de Jesús son dos
parejas de hermanos: Pedro y Andrés, Santiago y Juan, todos pescadores,
quienes, ante la invitación de Jesús a ser en adelante pescadores de hombres,
dejan redes, casa y familia y lo siguen con alegría. Ya no ganarían dinero,
pero sí hijos para Dios y mucha alegría en sus corazones.
Los llamados por Jesús dejan un trabajo conocido
por otro desconocido y cambian un proyecto personal por otro en que tendrán
primacía las necesidades de los demás, el sufrimiento y el dolor de los
enfermos y de los pobres.
El
discípulo de Jesús no se define por haber dejado algo, sino por haber
encontrado a Alguien, a Jesucristo, la razón de su existir.
La renuncia está recompensada con creces por la ganancia: la alegría de dar, la
salvación, el Reino de los Cielos. Jesús crea en el discípulo una nueva
personalidad infinitamente más rica, porque se siente amado y valorado.
Hoy estamos invitados a renovarnos y a crear nuevos
y auténticos lazos de amistad. Y todo esto lo logramos creyendo,
interesándonos, defendiendo a quienes Jesús defendió, mirando a las personas
como Él las miró, acercándonos a los necesitados como Él lo hizo, asumiendo el
dolor de los enfermos del cuerpo y del espíritu, amando como Él amó, confiando
en el Padre como Él confió, enfrentándonos a la vida como Él lo hizo con
esperanza y coraje. Entregándonos como Él lo hizo por nosotros.
Jesús ya
tiene cuatro compañeros, los primeros de una larga fila de discípulos con
quienes empezará su labor apostólica. Hoy somos tú y yo los invitados a ampliar
este grupo de pescadores de hombres nuevos. J.M.
Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, enero 25 del año 2015