Juan Bautista, señalando a Jesús, dice: "Éste es el Cordero de Dios, que quita
el pecado del mundo", e invita a la gente a seguirlo. Los discípulos
descubren, creen, son tocados por la experiencia personal con Jesús. De hecho,
fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con Él aquel día. La mirada penetrante
y amable de Jesús, sus palabras, el compartir y observar el ambiente de su
casa, dejó en ellos una huella profunda.
Todos tenernos en nuestra vida —un día cualquiera a
las "cuatro de la tarde"— un momento fuerte de encuentro con quien
nos llena de entusiasmo, de esperanza y nos anima.
La pregunta de Jesús: "¿A quién buscan?" toca lo más profundo de nuestro ser. Y
Jesús no se esconde ante quien lo busca honradamente. Se vuelve, invita y dice:
"Sígueme". Dialoga,
explica y facilita el encuentro.
En un mundo en que prima lo físico, lo corpóreo, lo
material, nuestro testimonio de cristianos es indispensable y urgente. Alguien
dijo que al mundo y al hombre actuales se le está agrandando él cuerpo y
empequeñeciendo el espíritu. Por eso el papa Pablo VI decía: "El mundo actual necesita urgentemente
un suplemento de alma”.
Hay un alarmante desajuste de criterios que se
deduce de la influencia de los medios de comunicación. Los valores del espíritu
se disuelven, se relativizan, cuando son remplazados por los criterios del
mundo. El creyente debe estar alerta para no dejarse engañar, para disentir
todo cuanto es indigno de los hijos de Dios, o le lleva a alejarse de Él,
dándole la espalda. Para ser discípulos auténticos de Cristo necesitamos
responder fielmente a su llamada, escuchar su palabra, tener plena disponibilidad,
fidelidad y testimonio de vida. Cristo nos ha llamado por nuestro nombre para
que seamos sus seguidores. J.M.
Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, enero 18 del año 2015