La paz no es ausencia de guerra, ni equilibrio de
fuerzas adversarias, ni situación de calma impuesta. La paz es shalom, armonía con Dios, con los hermanos, con la creación y
con nosotros mismos.
Pero la
paz es una tarea de todos. Es una de las aspiraciones más profundas del ser
humano; es consecuencia del respeto a la dignidad personal, es cultura
solidaria. La paz no es algo ya hecho sino algo que hay que construir. Está
siempre amenazada por el pecado personal y social, por el orgullo y el egoísmo
y el deseo de venganza. Si tenemos un corazón violento, o somos iracundos, no
podremos transmitir paz a nuestro alrededor.
La Iglesia
hace coincidir el día del Año nuevo con la celebración del "Día mundial de
la paz", porque el nacimiento de Jesús es la inauguración de una nueva
era, de un tiempo nuevo en el que las lanzas y las espadas se convertirán en
instrumentos de trabajo y progreso.
A veces tenemos armado nuestro corazón y está a la
defensiva por la soberbia, la agresividad y el ansia de dominio. Y mientras no
nos desarmemos no podemos desearnos paz y felicidad. Y si no estamos en paz con
Dios, con nuestra conciencia, con los familiares y amigos, es inútil desearnos
paz y celebrar el año nuevo.
Hoy es una
oportunidad propicia para construir paz. Por medio de María llega a nuestro
mundo atormentado la aurora de la paz. Ella nos trae al Príncipe de la Paz para
darnos una serenidad sin límite que comienza desde la paz de nuestro corazón.
Dios ha
otorgado a María el poder de vencer, humillar y desenmascarar al autor de la
violencia que es el padre de la mentira, el enemigo de Dios y del género
humano. El maligno es quien suscita odios, guerras,
violencia, y puede estar también dentro de nosotros. J.M.
Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, enero 1 del año 2015