Así pues, los once
discípulos se fueron a Galilea, al cerro que Jesús les había indicado. Y cuando vieron a Jesús, lo adoraron, aunque
algunos dudaban. Jesús se acercó a ellos
y les dijo: Dios me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, a las gentes de todas las
naciones, y háganlas mis discípulos; bautícenlas en el nombre del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles
a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Por mi parte, yo estaré con
ustedes todos los días, hasta el fin del mundo.
EL MISTERIO INSONDABLE DE DIOS
En las familias cristianas los niños aprenden de
labios de sus padres a hacer la señal de la cruz y a llamar a Dios Padre, Hijo
y Espíritu Santo. Así con toda naturalidad expresan el misterio más profundo de
nuestra fe. Más tarde, cuando queremos decir quién es Dios nos damos cuenta de
que apenas podemos balbucir su misterio sublime. El Espíritu de la verdad que
Jesús nos da es también Espíritu de amor, y es el amor lo que más ayuda a
conocer a las personas. Por eso, para comprender a Dios más importante que
"saber cosas" de Él, es amarlo y experimentar su paternidad, porque
Dios es la nueva y más gratificante dimensión de nuestra vida. Sólo la
experiencia de Dios dilata nuestro corazón abriéndolo a la esperanza.
Dios es Padre
de todos los hombres a quienes hace hijos suyos porque los ama; Dios es Hijo que se hace hombre para liberar a
los hombres del pecado y congregarlos en la comunidad pueblo y familia de Dios
que es la Iglesia. Dios es Espíritu
Santo, don y amor que nos santifica y nos da conciencia de nuestra adopción
filial. Este es el Dios uno y trino en quien creemos.
Somos guiados por el Espíritu de Jesús siempre que servimos
a la verdad, al cumplimiento de los derechos humanos, al amor, a la
fraternidad, a la dignidad y liberación integral del hombre. Mientras sirvamos
al bien, a la verdad, al amor y a la justicia, es el Espíritu de Dios quien nos
guía, haciéndonos hijos suyos.
Todo en la Eucaristía, desde el saludo a la
despedida, tiene sabor trinitario. ¿Qué otra finalidad debe tener nuestra vida
sino glorificar a Dios? La gloria de Dios es el hombre que tiene su vida.
Repitamos constantemente: Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Agradezcamos a Dios por el amor que en Cristo nos manifestó y porque nos admite
en su familia como hijos de adopción por Cristo y por el Espíritu que nos
impulsa a llamarlo de verdad ¡Padre! J.M.
Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, mayo 31 del año 2015
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Juan 15, 9-17
Yo los amo a ustedes como el
Padre me ama a mí; permanezcan, pues, en el amor que les tengo. Si obedecen mis mandamientos, permanecerán en
mi amor, así como yo obedezco los mandamientos de mi Padre y permanezco en su
amor. Les hablo así para que se alegren conmigo
y su alegría sea completa. Mi
mandamiento es este: Que se amen unos a otros como yo los he amado a
ustedes. El amor más grande que uno
puede tener es dar su vida por sus amigos.
Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no
sabe lo que hace su amo. Los llamo mis amigos, porque les he dado a conocer
todo lo que mi Padre me ha dicho.
Ustedes no me escogieron a mí, sino que yo los he escogido a ustedes y les
he encargado que vayan y den mucho fruto, y que ese fruto permanezca. Así el
Padre les dará todo lo que le pidan en mi nombre. Esto, pues, es lo que les mando: Que se amen
unos a otros.
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¿ES POSIBLE AMARNOS DE VERDAD?
Donde existe amor existe alegría, paz, comprensión.
De este modo el sacrificio y el dolor serán más llevaderos. Una de las
expresiones más bellas de Jesús resume
el sentido de su vida y de la nuestra: "No
hay amor más grande que el de quien da la vida por sus amigos". Y Él entregó su vida por nosotros.
La palabra "amor", de tanto usarla, se ha
devaluado y hoy tiene un sinfín de significados. Muchas veces llenamos nuestro
corazón con dioses falsos, con afectos equivocados que toman el lugar del
Padre, pero que no pueden hacer brotar en nuestra existencia la verdadera
alegría y felicidad de las que tan sedientos nos sentimos.
No hay que confundir el amor con mero
sentimentalismo o atracción física; eso sería demasiado poco. Si no hay
renuncia, sacrificio, donación y esfuerzo por construir un amor de verdad no
tenemos amor. A veces decimos: "Yo te quiero o yo te amo", pero luego
somos incapaces de hacer un sacrificio por la persona amada o ser fieles a
ella.
San Pablo nos dice que así sepamos muchas lenguas y
ciencias, pero si no tenemos amor, nada somos. El amor todo lo cree, todo lo soporta, todo lo espera. El amor es
paciente, bondadoso, no es envidioso, ni orgulloso, ni rencoroso, ni
interesado, ni tiene en cuenta el mal, no se alegra por la injusticia, sino por
la verdad.
Cuando se pronuncia el "sí" el día del matrimonio hay que saber que es para
siempre y exige fidelidad. ¡No se puede amar sólo por un tiempo! Es feliz quien
hace un mundo más feliz, conoce la alegría quien sabe regalarla, sólo vive
quien hace vivir, sólo es amado quien ama de verdad. El amor mutuo debe ser el
distintivo por el cual todos nos reconozcan como discípulos de Jesús. J.M.
Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, mayo 10 del año 2015
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Juan 15, 1-8
Yo soy la vid verdadera, y mi
Padre es el que la cultiva. Si una de mis ramas no da uvas, la corta; pero si
da uvas, la poda y la limpia, para que dé más. Ustedes ya están limpios por las
palabras que les he dicho. Sigan unidos a mí, como yo sigo unido a ustedes. Una
rama no puede dar uvas de sí misma, si no está unida a la vid; de igual manera,
ustedes no pueden dar fruto, si no permanecen unidos a mí. Yo soy la vid, y
ustedes son las ramas. El que permanece unido a mí, y yo unido a él, da mucho fruto;
pues sin mí no pueden ustedes hacer nada. El que no permanece unido a mí, será
echado fuera y se secará como las ramas que se recogen y se queman en el fuego.
Si ustedes permanecen unidos a mí, y si permanecen fieles a mis enseñanzas,
pidan lo que quieran y se les dará. En esto se muestra la gloria de mi Padre,
en que den mucho fruto y lleguen así a ser verdaderos discípulos míos.
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LIBERARNOS DE LO INÚTIL
Quien trabaja en un viñedo sabe cuánto cuidado y
atención se necesitan para hacerla productiva. La comparación de Jesús (la vid
y los sarmientos) indica su cuidadoso esmero por dar vida y energía constante a
sus discípulos.
Todos
estamos llamados a dar frutos y a hacer producir los talentos y capacidades que
Dios nos dio. Un discípulo no puede encerrarse en sí mismo ni desperdiciar sus
dones y cualidades. Los frutos son expresión de vida y
alternativa en un mundo opresor y alienante. Dar frutos de vida, entusiasmo, fe y alegría es lo que da sentido a
nuestra vida evitando que ésta quede estéril. Cortar las ramas inútiles y
podar las que dan fruto son tareas necesarias para alcanzar una buena cosecha.
Nosotros vivimos, crecemos y damos fruto cuando hay comunicación continua con
Jesús.
No podemos
vivir una fe verdadera sin contacto con la Vid, con Jesús.
Descubrimos la belleza y la autenticidad de la fe cuando vivimos en continua
relación con Dios, quien nos comunica siempre vida nueva.
Pero es necesaria la limpieza, es decir, la
eliminación de lo inútil, de lo que nos sobra, de lo que nos hace daño y nos
esclaviza. Jesús corta los brotes de
soberbia, egoísmo, codicia e indiferencia que nos impiden dar fruto. Y para
ello se sirve de la comunidad, de los amigos, de los pobres y también de
quienes nos critican. El Señor nos quiere disponibles, serviciales, libres,
ligeros de equipaje.
La poda es
necesaria para el crecimiento y madurez de las personas, grupos y comunidades.
Nos libra del egoísmo, la pereza, el orgullo, los vicios, la discriminación.
La poda es el secreto de éxito de quienes triunfan en su vida espiritual y
apostólica gracias a la continua comunicación de amor con Dios y con los
hermanos. J.M.
Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, mayo 3 del año 2015
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