Donde existe amor existe alegría, paz, comprensión.
De este modo el sacrificio y el dolor serán más llevaderos. Una de las
expresiones más bellas de Jesús resume
el sentido de su vida y de la nuestra: "No
hay amor más grande que el de quien da la vida por sus amigos". Y Él entregó su vida por nosotros.
La palabra "amor", de tanto usarla, se ha
devaluado y hoy tiene un sinfín de significados. Muchas veces llenamos nuestro
corazón con dioses falsos, con afectos equivocados que toman el lugar del
Padre, pero que no pueden hacer brotar en nuestra existencia la verdadera
alegría y felicidad de las que tan sedientos nos sentimos.
No hay que confundir el amor con mero
sentimentalismo o atracción física; eso sería demasiado poco. Si no hay
renuncia, sacrificio, donación y esfuerzo por construir un amor de verdad no
tenemos amor. A veces decimos: "Yo te quiero o yo te amo", pero luego
somos incapaces de hacer un sacrificio por la persona amada o ser fieles a
ella.
San Pablo nos dice que así sepamos muchas lenguas y
ciencias, pero si no tenemos amor, nada somos. El amor todo lo cree, todo lo soporta, todo lo espera. El amor es
paciente, bondadoso, no es envidioso, ni orgulloso, ni rencoroso, ni
interesado, ni tiene en cuenta el mal, no se alegra por la injusticia, sino por
la verdad.
Cuando se pronuncia el "sí" el día del matrimonio hay que saber que es para
siempre y exige fidelidad. ¡No se puede amar sólo por un tiempo! Es feliz quien
hace un mundo más feliz, conoce la alegría quien sabe regalarla, sólo vive
quien hace vivir, sólo es amado quien ama de verdad. El amor mutuo debe ser el
distintivo por el cual todos nos reconozcan como discípulos de Jesús. J.M.
Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, mayo 10 del año 2015