Jesús les preguntó: ¿Qué
opinan ustedes de esto? Un hombre tenía dos hijos, y le dijo a uno de ellos:
“Hijo, ve hoy a trabajar a mi viñedo.” El hijo le contestó: “¡No quiero ir!” Pero
después cambió de parecer, y fue. Luego
el padre se dirigió al otro, y le dijo lo mismo. Éste contestó: “Sí, señor, yo
iré.” Pero no fue. ¿Cuál de los dos hizo
lo que su padre quería? El primero contestaron
ellos. Y Jesús les dijo: Les aseguro que los que cobran impuestos para Roma, y
las prostitutas, entrarán antes que ustedes en el reino de los cielos. Porque Juan el Bautista vino a enseñarles el
camino de la justicia, y ustedes no le creyeron; en cambio, esos cobradores de
impuestos y esas prostitutas sí le creyeron. Pero ustedes, aunque vieron todo
esto, no cambiaron de actitud para creerle.
CUANDO LA PALABRA NO ES CREÍBLE
Un hombre que tenía dos hijos dijo al primero:
"Hijo, ve a trabajar en mí
viña", y éste le contestó:"No
quiero", pero recapacitó y fue. Al segundo le dijo lo mismo y éste le
respondió: "Por supuesto,
señor", pero no fue. ¿Quién
cumplió la voluntad del Padre?
Una de
las cosas que más deteriora la vida, las relaciones personales y la
comunicación, es la pérdida de fiabilidad de la palabra, pues ésta ya no es
expresión de compromiso ni de honor, sino que, por la falta de su cumplimiento,
sólo genera temor y desconfianza.
Lo importante no es la obediencia aparente, ni
las falsas promesas, sino la conducta recta y el deseo inquebrantable de
cumplir la voluntad interior. Quien
honra a Dios no es el que observa unos ritos externos, sino el que cumple su
voluntad.
¿De qué
sirve pronunciar el Credo sí nos falta un mínimo de esfuerzo por seguir a
Jesucristo? ¿De qué sirve que los esposos digan "sí" en el altar y
luego no sean fieles? ¿De qué sirve darnos la paz, si luego somos violentos? La verdadera fe la viven aquellos que traducen en hechos el Evangelio.
Más importante que confesarnos cristianos es esforzarnos por serlo en la
realidad. La fe es un proceso que se
vive día a día.
La conducta de los fariseos que dijeron sí a
Dios y luego no se convirtieron representa una actitud hipócrita y vana.
Mientras que los recaudadores de impuestos y las prostitutas, que inicialmente
dijeron no a Dios, son los que acogen la última invitación y cumplen la
voluntad del Padre. "Los últimos
serán los primeros" quiere decir que los publicanos y las prostitutas
(los necesitados de Dios y no los prepotentes y autosuficientes) irán por
delante en el camino del Reino.
¿Quién duda que los indeseables, los desechables,
los enfermos de sida... puedan preceder a no pocos cristianos y ser los
primeros en el Reino? Ellos también deben saber que Jesús sigue siendo su
amigo. J.M.
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Mateo 18, 21-22
Entonces Pedro fue y
preguntó a Jesús: Señor, ¿cuántas veces deberé perdonar a mi hermano, si me
hace algo malo? ¿Hasta siete? Jesús le
contestó: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
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¿PERDONAR ES POSIBLE?
Jesús, respondiendo a Pedro por la pregunta de
cuántas veces se debe perdonar, nos dice que el perdón de las ofensas debe ser
ilimitado.
Pero, ¿por
qué el perdón sin límite? Jesús lo explica con la parábola del deudor
despiadado, el cual habiendo sido perdonado por su amo, luego no perdono a su
compañero deudor, a pesar de sus súplicas. Esta parábola es fácil de
entender pero difícil de practicar cuando la fe y el amor son débiles y el
deseo de venganza es fuerte.
Nosotros
somos ese deudor insolvente ante Dios, quien, no
obstante, perdona nuestra deuda porque hemos sido redimidos por Cristo. Y para
ser perdonados por Dios necesitamos primero perdonar a quien nos ofende.
Podemos pensar, sin embargo, que el perdón es
una actitud de gente frustrada. Pero no, el
perdón no es propio de un idealismo ingenuo, sino de un espíritu lúcido y
realista. Nuestra convivencia no sería posible si elimináramos la mutua
tolerancia. Debemos aceptarnos y perdonamos si no queremos destruirnos. Quien
no perdona se castiga a sí mismo y se hace daño aunque él no lo quiera. El odio es como el cáncer que corroe a la persona
y le quita energías para rehacer su vida. Al liberarnos del odio nos
reconciliamos con nosotros mismos, recuperamos la paz y la vida comienza de
nuevo.
"¿Es que tengo que ser tonto para ser
bueno?", nos cuestionamos constantemente, y hacemos de la venganza un
placer y del odio rencoroso la actitud del más débil. Y lo que demuestra
grandeza de espíritu y madurez humana es la reconciliación. Sí, es grande el
placer de la revancha, pero más sublime
es la experiencia de perdonar y ser perdonado.
Jesús
perdonó a todos, venciendo el mal con el bien, el odio con el amor. Hay quienes viven distanciados de los demás, incluso de sus seres queridos,
porque no saben perdonar. ¡Qué triste es pasar toda una vida sin reconciliarse!
J.M.
Tomado
de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, septiembre 14 del año 2014
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Mateo 18, 15-20
Si tu hermano te hace algo malo, habla con él a solas y hazle
reconocer su falta. Si te hace caso, ya has ganado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a una o dos
personas más, para que toda acusación se base en el testimonio de dos o tres
testigos. Si tampoco les hace caso a
ellos, díselo a la comunidad; y si tampoco hace caso a la comunidad, entonces
habrás de considerarlo como un pagano o como uno de esos que cobran impuestos
para Roma. Les aseguro que lo que ustedes aten aquí en la tierra, también quedará
atado en el cielo, y lo que ustedes desaten aquí en la tierra, también quedará
desatado en el cielo. Esto les digo: Si dos de ustedes se ponen de acuerdo aquí
en la tierra para pedir algo en oración, mi Padre que está en el cielo se lo
dará. Porque donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de
ellos.
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LA CORRECCIÓN FRATERNA
Nuestras comunidades no están formadas por
ángeles, sino por hombres y mujeres que, entre limitaciones y flaquezas,
caminan juntos hacia Dios. De ahí que, cuando se constata que alguien ha
actuado de manera injusta o desleal, la comunicación se bloquea.
La
Escritura nos dice que cuando fallamos, se hace necesaria la corrección
fraterna como medio de conversión. Y dado que, como
hijos de Dios, tenemos una responsabilidad mutua y compartida, debemos corregir a quien se equivoca, de lo
contrario, dice Jesús; seremos juzgados por nuestra omisión.
Pero en la corrección fraterna hay que evitar
el desprestigio de la persona y buscar siempre su bien; no basarnos sólo en
suposiciones, sino siempre en datos verídicos.
A veces, para eludir el problema, decimos:
"La situación no tiene remedio; genio y figura hasta la sepultura; ¿para
qué tener un enemigo más?" Y peor aún cuando murmuramos a sus espaldas o le echamos en
cara su pecado. O cuando le quitamos el saludo y la amistad o lo marginamos. No
fue ésta la actitud del buen pastor con la oveja perdida; por el contrario, fue
a buscarla y, una vez hallada, la trató con cariño y comprensión.
La
corrección fraterna, por tanto, debe ser un diálogo basado en el amor, la
ternura y el respeto. Debernos tener siempre una
actitud cordial, cálida y tolerante en nuestros grupos, familias o compañeros
de trabajo. Hay que liberarse de los prejuicios y de las cosas que nos cierran
y nos hacen daño.
Debemos seguir creyendo en los amigos, en el
esposo, en la esposa, en los hermanos, sin dejar de ser críticos para ayudarles
a salir de su error.
¡Cuánto
bien se puede hacer cuando se corrige con delicadeza!
Es importante no herir la sensibilidad de quien se equivoca. De esta forma, la
persona podrá reflexionar y enmendar su error. J.M.
Tomado
de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, septiembre 7 del año 2014
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Mateo 16, 21-27
A partir de entonces Jesús
comenzó a explicar a sus discípulos que él tendría que ir a Jerusalén, y que
los ancianos, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley lo harían
sufrir mucho. Les dijo que lo iban a matar, pero que al tercer día resucitaría.
Entonces Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: ¡Dios no lo
quiera, Señor! ¡Esto no te puede pasar! Pero Jesús se volvió y le dijo a Pedro: ¡Apártate
de mí, Satanás, pues eres un tropiezo para mí! Tú no ves las cosas como las ve
Dios, sino como las ven los hombres. Luego Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno
quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la
perderá; pero el que pierda la vida por causa mía, la encontrará. ¿De qué le
sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde la vida? ¿O cuánto podrá pagar
el hombre por su vida? Porque el Hijo del hombre va a venir con la gloria de su
Padre y con sus ángeles, y entonces recompensará a cada uno conforme a lo que
haya hecho.
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LIBRES PARA AMAR SIN MEDIDA
Jesús
nos enseñó con su ejemplo que la vida brota del servicio, la caridad, el
sacrificio y de la renuncia. El grano no puede
convertirse en fruto si no cae en tierra y muere. El Señor no nos pide un
sufrimiento inútil (masoquismo), sino que, sin claudicar ante la dificultad y
el sufrimiento, nos quiere libres para amar sin medida, logrando una mayor
madurez y plenitud humana.
Después de amonestar la oposición del apóstol
Pedro ante el anuncio de su pasión y muerte, el Señor nos dice que hay que
negarse a sí mismo, cargar la cruz y seguirlo. "Si uno quiere salvar su vida, la perderá, pero el que la pierda
por mí, la encontrará". Perder la vida significa emplearla mal,
desperdiciarla, viviendo sólo para sí con egoísmo. Ganar la vida es saber
utilizarla para el bien, bus cando la salvación sin tener miedo de arriesgarlo
todo por Jesús. Necesitamos optar siempre por lo que es bueno, justo y
agradable a Dios, apreciando los valores del espíritu.
Asumir la cruz y la renuncia personal no es
seguir una moral de esclavos ni un atentado a la autonomía, sino la liberación
de nuestro yo egoísta y mezquino para abrirnos al servicio y a la solidaridad.
Lo que agrada a Dios es la actitud con que una
persona asume las cruces que nacen de la fidelidad al seguimiento de Cristo,
quien no eludió el sufrimiento, la muerte y la cruz. ¿Qué decir de los que
rechazan el sacrificio, sacando de casa a los ancianos para evitar conflictos y
vivir cómodamente? ¿Y de quienes suprimen la vida de los niños porque "estorban"
la tranquilidad de sus progenitores? ¿De los insensibles ante los derechos de
las personas y de los que buscan sólo el placer, el aplauso, el triunfo y el
tener? ¿No estarán desperdiciando con esas actitudes su vida? J.M.
Tomado
de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, agosto 31 del año 2014
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