¡Es Navidad! Dios
se hace hombre, cercano, y viene a nuestro encuentro indefenso, pobre, desnudo,
invitándonos al desprendimiento y a la búsqueda incansable de la paz. Dios se
nos ofrece en la ternura de un Niño humilde y pacífico.
Su presencia entre nosotros es germen de alegría y
esperanza en un mundo que se vuelve cada vez más inhumano por causa de la
violencia. Es motivo de gozo contemplar la humanización de Dios y vivir la
divinización del hombre.
Navidad no es festejar ruidosamente, dar grandes
regalos, comida especial... sino compartir
la felicidad del Dios-con-nosotros con nuestro hermano necesitado. El
peligro está en que se realice en nosotros esa estremecedora afirmación de
Juan:"La Palabra de Dios vino a su
casa y los suyos no la recibieron".
Sólo después de haber encontrado un tesoro se vende
gozosamente todo lo demás. Sólo cuando los oídos han captado la música, pueden
los pies ponerse a danzar y a cantar: "Gloria
a Dios y paz a los hombres que Él ama". Hay que acercarnos al ser
humano, donde mora el Niño Dios, y ofrecerle abrigo, acogida y amor, como lo
hizo María.
Acerquémonos, pues, a Belén para escuchar esa banda
sonora de la vida de Jesús, que será la música de nuestra vida y nos dará la
alegría y la paz. Allí escucharemos la voz de los pastores que nos dicen: "¡Paz a los hombres a quienes ama el
Señor!".
Experimentemos hoy la complacencia de Dios,
sintamos la alegría de su presencia, de ser objeto de su amor. Acerquémonos a
Belén a tocar la debilidad de Dios, a experimentar cómo en medio de un mundo
hostil, egoísta, orgulloso, Él hace presente su ternura, su humildad, en el
cuerpo de un niño que se pone en nuestras manos. ¡Feliz Navidad para todos! J.M.
Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, diciembre 25 del año 2014