En su inesperada aparición vespertina a los
discípulos el día de su resurrección, Jesús les da la paz, su misión, su
Espíritu y el poder de perdonar pecados.
El contraste entre la situación de antes y después
del don del Espíritu es muy fuerte. Antes estaban con miedo, tristeza, puertas
cerradas, duda, silencio, clandestinidad. Después: valor, alegría, apertura,
paz, fe y seguridad. Hablaban lenguas diversas pero todos les entendían porque
hablaban el lenguaje del amor. Una vez bautizados con el Espíritu Santo, es
visible en ellos la fuerza y el dinamismo. Se transformaron en apóstoles y
testigos de Cristo. En el Cenáculo hubo ruido, viento, lenguas de fuego, signos
de la presencia de Dios. El Espíritu Santo es el defensor, el abogado, el
unificador, el animador, es quien acusa al mundo de su corrupción y
desenmascara la hipocresía y la mentira.
El Espíritu actúa mediante la diversidad de
carismas, servicios y funciones. La pluralidad de carismas y ministerios en la
comunidad cristiana es tan normal y necesaria como la diversidad de miembros y
funciones en el cuerpo humano, a cuya semejanza entiende san Pablo la Iglesia,
que es el cuerpo de Cristo. El Espíritu es variedad, es riqueza. Por eso hay
que respetar a cada uno con su carisma y personalidad.
La diversidad de los carismas auténticos no
rompe la unidad. Hay quienes son llamados al matrimonio, otros al sacerdocio o
a la vida religiosa, otros a la educación, la atención a los enfermos, etc.
Cada uno tiene unos carismas especiales.
La diversidad de carismas no es para el enfrentamiento
y la competencia, sino para la unidad y la riqueza de todos. No al egoísmo, sí
a la servicialidad y a la generosidad. Y al comunicarnos con nuestros hermanos
utilicemos siempre el lenguaje del amor. Todos nos entenderán. J. M.
...les mostró
las manos y el costado. Los discípulos
se alegraron de ver al Señor.