Juan 6, 1-15
Después de esto, Jesús se
fue al otro lado del Lago de Galilea, que es el mismo Lago de Tiberias. Mucha gente lo seguía, porque habían visto las
señales milagrosas que hacía sanando a los enfermos. Entonces Jesús subió a un monte, y se sentó
con sus discípulos. Ya estaba cerca la
Pascua, la fiesta de los judíos. Cuando
Jesús miró y vio la mucha gente que lo seguía, le dijo a Felipe: ¿Dónde vamos a
comprar pan para toda esta gente? Pero
lo dijo por ver qué contestaría Felipe, porque Jesús mismo sabía bien lo que
había de hacer. Felipe le respondió: Ni
siquiera el salario de doscientos días bastaría para comprar el pan suficiente
para que cada uno recibiera un poco. Entonces Andrés, que era otro de sus
discípulos y hermano de Simón Pedro, le dijo: Aquí hay un niño que tiene cinco panes de
cebada y dos pescados; pero, ¿qué es esto para tanta gente? Jesús respondió: Díganles a todos que se
sienten. Había mucha hierba en aquel lugar, y se sentaron. Eran unos cinco mil
hombres. Jesús tomó en sus manos los
panes y, después de dar gracias a Dios, los repartió entre los que estaban
sentados. Hizo lo mismo con los pescados, dándoles todo lo que querían. Cuando ya estuvieron satisfechos, Jesús dijo a
sus discípulos: Recojan los pedazos sobrantes, para que no se desperdicie nada.
Ellos los recogieron, y llenaron doce
canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada. La gente, al ver esta señal milagrosa hecha
por Jesús, decía: De veras éste es el profeta que había de venir al mundo. Pero
como Jesús se dio cuenta de que querían llevárselo a la fuerza para hacerlo
rey, se retiró otra vez a lo alto del cerro, para estar solo.
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¿A QUIÉN INVITO A MI MESA?
Jesús hoy se nos presenta como un hombre solidario
que conoce el sufrimiento, el hambre y las aspiraciones del ser humano. Sabe
que necesita alimento para su cuerpo y para su corazón. Por eso, al ver delante
de si un numeroso grupo de personas que tienen hambre realiza ese maravilloso
prodigio de la multiplicación de los panes.
Jesús no quiere calmar solamente el hambre físico,
sino manifestarse también como el alimento que sacia todo tipo de hambre. Él es
el pan vivo bajado del cielo.
En cada misa celebramos la “multiplicación de los
panes”, donde Cristo se da como pan de vida para saciar el hambre de la
comunidad y de toda persona.
Es urgente compartir más y mejor la fe, el amor, el
pan y la riqueza del mundo, porque también hoy la gente tiene hambre y no sólo
del pan material, sino hambre de autenticidad, de felicidad, de justicia, de
paz, de dignidad, de derechos humanos; hambre de ternura y de amor auténtico.
Multiplicar hoy el pan para los pobres supone hacer
primero el milagro de amar. Hay un pan que siempre todos podemos dar y que
nadie rechaza: es el pan del amor.
Jesús no solamente sacó de pan material a aquellas
personas hambrientas físicamente, sino que se entregó a sí mismo como alimento
que sacia toda clase de hambre.
Jesús se compadeció de la gente extenuada y
repartió en abundancia el pan del Reino a los pobres. Él invita también a su
mesa eucarística a todos sus hijos como hermanos que participamos del mismo pan
familiar.
Sólo cuando reconocemos que nuestros bienes son don
del Padre a la humanidad podemos ponerlos al servicio de nuestros hermanos. ¿A
quiénes invito a mi mesa? ¿A quiénes excluyo y por qué? J.M
Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, julio 26 del año 2015
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Marcos 6, 30-34
Después de esto, los
apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y
enseñado. Jesús les dijo: Vengan, vamos
nosotros solos a descansar un poco en un lugar tranquilo. Porque iba y venía
tanta gente, que ellos ni siquiera tenían tiempo para comer. Así que Jesús y sus apóstoles se fueron en una
barca a un lugar apartado. Pero muchos
los vieron ir, y los reconocieron; entonces de todos los pueblos corrieron
allá, y llegaron antes que ellos. Al
bajar Jesús de la barca, vio la multitud, y sintió compasión de ellos, porque
estaban como ovejas que no tienen pastor; y comenzó a enseñarles muchas cosas.
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VENGAN A DESCANSAR UN POCO
Jesús, el Maestro y amigo de los discípulos
necesita preguntar, conocer, hacer un balance y alegrarse por lo realizado, por
eso los invita a descansar un poco en un lugar tranquilo.
Esta escena tan humana recoge lo que fue un rasgo
habitual de Jesús y su grupo, esto es, el cultivo de la amistad y su
preocupación por preparar bien a sus discípulos.
Por eso reservó para ellos una buena parte de su
tiempo.
Además Jesús está preocupado por tanta gente que
anda como ovejas sin pastor, y a pesar de que no le quedaba tiempo ni para
comer, se puso a enseñarles con calma.
Una de las cosas que más necesitamos hoy es la
fuerza atractiva y el testimonio de auténticos líderes. Hay muchas ovejas que
van desorientadas, como ovejas sin pastor, y los líderes escasean. Y muchos que
pretendían ser amigos u orientadores han defraudado debido a que tenían otros
intereses.
Como cualquier persona, Jesús necesitó momentos y
espacios para descansar, reflexionar y mantener su paz interior. Todos
necesitamos hacer una pausa en nuestra vida y recargar nuestras energías en un
mundo lleno de tensiones y de febril actividad.
Necesitamos encontrarnos con Jesús, con nosotros
mismos, con nuestro grupo y redescubrir las raíces que dan sentido a nuestra
vida. Por eso el descanso verdadero no es tiempo muerto, placer vacío ni
repliegue egoísta, o sólo para pasarla bien. El descanso verdadero es actividad
que nos renueva, que nos fortifica para afrontar la vida con entusiasmo y amor.
El discípulo de Jesús está embarcado en una misión de trabajo y reflexión, de
acción y contemplación, dos actividades que animan, instruyen y alimentan el
cuerpo y el espíritu. J.M.
Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, julio 19 del año 2015
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Maestro
Marcos 6, 7-13
Llamó a los doce discípulos,
y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus
impuros. Les ordenó que no llevaran nada
para el camino, sino solamente un bastón. No debían llevar pan ni provisiones
ni dinero. Podían ponerse sandalias,
pero no llevar ropa de repuesto. Les
dijo: Cuando entren ustedes en una casa, quédense allí hasta que se vayan del
lugar. Y si en algún lugar no los
reciben ni los quieren oír, salgan de allí y sacúdanse el polvo de los pies,
para que les sirva a ellos de advertencia. Entonces salieron los discípulos a decirle a
la gente que se volviera a Dios. También
expulsaron muchos demonios, y curaron a muchos enfermos ungiéndolos con aceite.
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LOS APEGOS QUE NOS ESCLAVIZAN
El desprendimiento de las cosas materiales, la
austeridad y el amor son condición indispensable para la misión: ni pan, ni
alforja, ni dinero, ni dos túnicas, nada para el camino, excepto un bastón y
sandalias. Pero eso sí, con poder para expulsar espíritus malignos. El enviado, debe ser capaz de prescindir de
todo, incluso del dinero, pues éste puede esclavizarlo. Debe tener su corazón y
su confianza puestos sólo en Dios, y en la comunidad donde se siente acogido.
Se trata de un desprendimiento que confiere libertad y genera credibilidad.
Para ser libres es una ventaja "ir ligeros de equipaje".
Jesús los envía de dos en dos, de modo que tenga
validez jurídica su testimonio y se puedan también ayudar mutuamente. La misión cristiana tiene como objetivo
luchar contra las fuerzas del mal, generar conversión y cambio de vida, sanación
integral y salvación.
El enviado no debe desmotivarse si encuentra
actitudes de rechazo o indiferencia. Debe romper con cuantos no reciban el
mensaje y procurar buscar lugares donde haya enfermos que sanar y gente para
evangelizar.
El apego a las cosas materiales y especialmente al
dinero puede minar la vocación y producir esclavitud y distracción. El desprendimiento radical, el uso de los
medios de comunicación y el amor a la misión, son factores indispensables para
evangelizar en esta sociedad de opulencia y despilfarro.
Así podremos ser enviados auténticos y eficaces de
Jesús; alejaremos de nosotros el maligno, curaremos enfermos del alma y del
cuerpo. Recordemos que somos los continuadores de la presencia de Cristo en el
mundo. J.M.
Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, julio 12 del año 2015
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Marcos 6, 1-6
Jesús se fue de allí a su
propia tierra, y sus discípulos fueron con él. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en
la sinagoga. Y muchos oyeron a Jesús, y se preguntaron admirados: ¿Dónde
aprendió éste tantas cosas? ¿De dónde ha sacado esa sabiduría y los milagros
que hace? ¿No es éste el carpintero, el
hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no viven sus
hermanas también aquí, entre nosotros? Y no tenían fe en él. Pero Jesús les dijo: En todas partes se honra
a un profeta, menos en su propia tierra, entre sus parientes y en su propia
casa. No pudo hacer allí ningún milagro,
aparte de poner las manos sobre unos pocos enfermos y sanarlos. Y estaba asombrado porque aquella gente no
creía en él.
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CUANDO EL PROFETA ES RECHAZADO
Los habitantes de Nazaret conocían bien a Jesús y a
su familia. Lo habían visto crecer, ir a la escuela, hacerse grande y trabajar
para ganarse el sustento.
Jesús va a
la sinagoga para leer y comentar la Escritura. La gente al oírlo se asombra,
pero luego lo rechaza porque les parece absurdo que aquel joven, el hijo de
José y de María, pretenda ser el Mesías. Y cuestionan su enseñanza y sus
milagros. No logran descubrir la presencia de Dios en aquel joven carpintero.
Jesús siente pena y tristeza por la incredulidad y no puede hacer allí ningún
milagro y se extraña por su falta de fe. Pero Él no se desanima y sigue
adelante con valor.
También nosotros tenemos momentos de rechazo,
frustración, ante quienes no nos aceptan. San Pablo presume de sus debilidades
porque gracias a ellas residirá en él la fuerza de Cristo: "Cuando soy débil, entonces soy fuerte".
Tal vez vivimos entre hombres y mujeres que no
creen, incluso amigos nuestros; y quizá nunca les hemos hablado de Dios
"por respeto a sus ideas". Pidamos
al Espíritu Santo más tacto y más valentía para anunciar y ser testimonios del
Reino de Dios. Hacen falta hombres y mujeres creyentes que a ejemplo de Jesús
sean profetas que anuncian a Dios a los demás. Necesitamos de personas
"signo" que sepan sonreír y compartir, aceptar a los demás como son y
darles la mano en su dificultad, escucharlos con amor e infundirles esperanza.
Así es como se hará hoy presente el Espíritu profético del Señor.
Tal vez Cristo ha venido a nuestra casa y no lo hemos
recibido, ni a Él, ni a su palabra, ni a sus enviados. Tal vez hemos dejado
apagar en las cenizas del miedo silencioso nuestra fe y nuestro testimonio de
hijos de Dios. Pidamos perdón. J.M.
Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, julio 5 del año 2015
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Marcos 4, 35-41
Al
anochecer de aquel mismo día, Jesús dijo a sus discípulos: Vamos al otro lado
del lago. Entonces dejaron a la gente y llevaron a Jesús en la barca en que ya
estaba; y también otras barcas lo acompañaban. En esto se desató una tormenta, con un viento
tan fuerte que las olas caían sobre la barca, de modo que se llenaba de agua. Pero Jesús se había dormido en la parte de
atrás, apoyado sobre una almohada. Lo despertaron y le dijeron: ¡Maestro! ¿No
te importa que nos estemos hundiendo? Jesús se levantó y dio una orden al
viento, y dijo al mar: ¡Silencio! ¡Quédate quieto! El viento se calmó, y todo
quedó completamente tranquilo. Después
dijo Jesús a los discípulos: ¿Por qué están asustados? ¿Todavía no tienen fe?
Ellos se llenaron de miedo, y se preguntaban unos a otros: ¿Quién será éste,
que hasta el viento y el mar lo obedecen?
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¿TENEMOS DEMASIADOS MIEDOS?
Jesús va
en una barca con sus discípulos. De pronto se desata una
tempestad y el miedo los invade; asustados gritan: "¿No te importa que nos
hundamos?". Jesús está descansando,
pero ante el peligro actúa de inmediato, ordenando: "¡Cállate, enmudece!". Y luego exhorta a los discípulos:
"¿Porqué son tan cobardes?".
Ir a la
otra orilla significa afrontar una nueva realidad. Las olas simbolizan poderes
demoníacos que nos quieren avasallar, pero Jesús las domina. Él, aunque a veces
parezca ausente, está siempre atento para que no nos hundamos ni perdamos la
calma. Para no ser absorbidos por las fuerzas del mal tenemos que despertar a
Jesús, acudir a Él renovando nuestra confianza en su presencia y en el poder de
su palabra.
Muchas veces vamos a la deriva, angustiados y con
demasiados miedos. Miedo al futuro, al qué dirán, a que las cosas no resulten
bien; miedo a sí mismos, al compromiso, a los riesgos, a las decisiones;
buscamos sólo falsas seguridades. Pero cuando estamos a punto de hundirnos
volvemos la mirada a Jesús y le gritamos: ¡Señor, sálvanos!
Necesitamos reafirmar nuestra fe en Jesús. Fe que
es motivo de esperanza y que nos lleva a confiar en la vida. Fe que es apertura
de ánimo, apertura a la vida, apertura al hermano que sufre. ¿Extendemos la
mano al hermano en dificultad?
No podemos vivir a la deriva, ni sólo buscando el
calmante que más nos conviene, tampoco permitir que nos invada la cobardía. Jesús nos acompaña en medio de nuestras
múltiples ocupaciones y proyectos, fracasos y aspiraciones, cansancios y
esperanzas, frustraciones y anhelos. Él puede calmar nuestras tempestades,
aunque parezca ausente. Jesús siempre nos dirá: ¡Ánimo, no tengas miedo! Y la
calma volverá. J.M.
Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, junio 21 del año 2015
Marcos 14, 12-16.22-26
El primer día de la fiesta
en que se comía el pan sin levadura, cuando se sacrificaba el cordero de
Pascua, los discípulos de Jesús le preguntaron: ¿Dónde quieres que vayamos a
prepararte la cena de Pascua? Entonces envió a dos de sus discípulos,
diciéndoles: Vayan a la ciudad. Allí encontrarán a un hombre que lleva un
cántaro de agua; síganlo, y donde entre,
digan al dueño de la casa: “El Maestro pregunta: ¿Cuál es el cuarto donde voy a
comer con mis discípulos la cena de Pascua?” Él les mostrará en el piso alto un cuarto
grande, arreglado y ya listo para la cena. Prepárennos allí lo necesario. Los
discípulos salieron y fueron a la ciudad. Lo encontraron todo como Jesús les
había dicho, y prepararon la cena de Pascua. Mientras comían, Jesús tomó en sus
manos el pan y, habiendo pronunciado la bendición, lo partió y se lo dio a
ellos, diciendo: Tomen, esto es mi cuerpo. Luego tomó en sus manos una copa y,
habiendo dado gracias a Dios, se la pasó a ellos, y todos bebieron. Les dijo: Esto es mi sangre, con la que se
confirma la alianza, sangre que es derramada en favor de muchos. Les aseguro que no volveré a beber del producto
de la vid, hasta el día en que beba el vino nuevo en el reino de Dios. Después
de cantar los salmos, se fueron al Monte de los Olivos.
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JESÚS NOS INVITA A SU MESA
En la
institución de la Eucaristía Jesús realiza un signo profético de lo que ha sido
toda su vida y de lo que está a punto de acontecer con su muerte: un pan que
comparte, una existencia entregada por todos.
Jesús ha
ido repartiendo el pan de su vida hasta su muerte. Ha
compartido con la gente su pan, su vida, su fe. Ahora comparte su Cuerpo pan para la vida y su Sangre será el sello de la
nueva alianza. Su despedida, triste y dolorosa, está llena de esperanza y
en ella hay un más allá íntimamente vinculado con este mundo.
Podemos preguntarnos cómo y con quiénes compartimos
la mesa de nuestra vida, de nuestro tiempo, de nuestra amistad, nuestros
bienes; a quiénes excluimos y por qué.
La
Eucaristía es ocasión para convertir en bendición y agradecimiento al Señor por
todo lo que somos y tenemos.
Corpus Christi es una fiesta de alianza con el
Señor, en la que hacemos memoria de su compromiso de amor y entrega; una fiesta
en la que recordamos que la celebración cristiana va unida a la justicia. Jesús se nos da como alimento en una nueva
alianza para darnos vida. Jesús se nos ofrece bajo las especies de pan y de
vino para que calmemos nuestra sed y nuestra hambre de tantas aspiraciones y
deseos.
Cada Eucaristía nos debe recordar el pecado y la
injusticia de nuestra sociedad donde hay tantos pobres y excluidos, tantos
niños con hambre, tantos enfermos. No hacerlo sería olvidarnos del amor
fraterno y de la comunidad. Debemos compartir la mesa de Jesús desde la
dignidad, pues no podemos recibir al Señor desde la indiferencia o la
violencia. Una conciencia delicada, el respeto al prójimo, la cordialidad y el
perdón deben acompañarnos al recibir a Jesús. J.M.
Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, junio 7 del año 2015
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Mateo 28, 16-20
Así pues, los once
discípulos se fueron a Galilea, al cerro que Jesús les había indicado. Y cuando vieron a Jesús, lo adoraron, aunque
algunos dudaban. Jesús se acercó a ellos
y les dijo: Dios me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, a las gentes de todas las
naciones, y háganlas mis discípulos; bautícenlas en el nombre del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles
a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Por mi parte, yo estaré con
ustedes todos los días, hasta el fin del mundo.
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Jesús
EL MISTERIO INSONDABLE DE DIOS
En las familias cristianas los niños aprenden de
labios de sus padres a hacer la señal de la cruz y a llamar a Dios Padre, Hijo
y Espíritu Santo. Así con toda naturalidad expresan el misterio más profundo de
nuestra fe. Más tarde, cuando queremos decir quién es Dios nos damos cuenta de
que apenas podemos balbucir su misterio sublime. El Espíritu de la verdad que
Jesús nos da es también Espíritu de amor, y es el amor lo que más ayuda a
conocer a las personas. Por eso, para comprender a Dios más importante que
"saber cosas" de Él, es amarlo y experimentar su paternidad, porque
Dios es la nueva y más gratificante dimensión de nuestra vida. Sólo la
experiencia de Dios dilata nuestro corazón abriéndolo a la esperanza.
Dios es Padre
de todos los hombres a quienes hace hijos suyos porque los ama; Dios es Hijo que se hace hombre para liberar a
los hombres del pecado y congregarlos en la comunidad pueblo y familia de Dios
que es la Iglesia. Dios es Espíritu
Santo, don y amor que nos santifica y nos da conciencia de nuestra adopción
filial. Este es el Dios uno y trino en quien creemos.
Somos guiados por el Espíritu de Jesús siempre que servimos
a la verdad, al cumplimiento de los derechos humanos, al amor, a la
fraternidad, a la dignidad y liberación integral del hombre. Mientras sirvamos
al bien, a la verdad, al amor y a la justicia, es el Espíritu de Dios quien nos
guía, haciéndonos hijos suyos.
Todo en la Eucaristía, desde el saludo a la
despedida, tiene sabor trinitario. ¿Qué otra finalidad debe tener nuestra vida
sino glorificar a Dios? La gloria de Dios es el hombre que tiene su vida.
Repitamos constantemente: Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Agradezcamos a Dios por el amor que en Cristo nos manifestó y porque nos admite
en su familia como hijos de adopción por Cristo y por el Espíritu que nos
impulsa a llamarlo de verdad ¡Padre! J.M.
Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, mayo 31 del año 2015
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Juan 15, 9-17
Yo los amo a ustedes como el
Padre me ama a mí; permanezcan, pues, en el amor que les tengo. Si obedecen mis mandamientos, permanecerán en
mi amor, así como yo obedezco los mandamientos de mi Padre y permanezco en su
amor. Les hablo así para que se alegren conmigo
y su alegría sea completa. Mi
mandamiento es este: Que se amen unos a otros como yo los he amado a
ustedes. El amor más grande que uno
puede tener es dar su vida por sus amigos.
Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no
sabe lo que hace su amo. Los llamo mis amigos, porque les he dado a conocer
todo lo que mi Padre me ha dicho.
Ustedes no me escogieron a mí, sino que yo los he escogido a ustedes y les
he encargado que vayan y den mucho fruto, y que ese fruto permanezca. Así el
Padre les dará todo lo que le pidan en mi nombre. Esto, pues, es lo que les mando: Que se amen
unos a otros.
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Jesús
¿ES POSIBLE AMARNOS DE VERDAD?
Donde existe amor existe alegría, paz, comprensión.
De este modo el sacrificio y el dolor serán más llevaderos. Una de las
expresiones más bellas de Jesús resume
el sentido de su vida y de la nuestra: "No
hay amor más grande que el de quien da la vida por sus amigos". Y Él entregó su vida por nosotros.
La palabra "amor", de tanto usarla, se ha
devaluado y hoy tiene un sinfín de significados. Muchas veces llenamos nuestro
corazón con dioses falsos, con afectos equivocados que toman el lugar del
Padre, pero que no pueden hacer brotar en nuestra existencia la verdadera
alegría y felicidad de las que tan sedientos nos sentimos.
No hay que confundir el amor con mero
sentimentalismo o atracción física; eso sería demasiado poco. Si no hay
renuncia, sacrificio, donación y esfuerzo por construir un amor de verdad no
tenemos amor. A veces decimos: "Yo te quiero o yo te amo", pero luego
somos incapaces de hacer un sacrificio por la persona amada o ser fieles a
ella.
San Pablo nos dice que así sepamos muchas lenguas y
ciencias, pero si no tenemos amor, nada somos. El amor todo lo cree, todo lo soporta, todo lo espera. El amor es
paciente, bondadoso, no es envidioso, ni orgulloso, ni rencoroso, ni
interesado, ni tiene en cuenta el mal, no se alegra por la injusticia, sino por
la verdad.
Cuando se pronuncia el "sí" el día del matrimonio hay que saber que es para
siempre y exige fidelidad. ¡No se puede amar sólo por un tiempo! Es feliz quien
hace un mundo más feliz, conoce la alegría quien sabe regalarla, sólo vive
quien hace vivir, sólo es amado quien ama de verdad. El amor mutuo debe ser el
distintivo por el cual todos nos reconozcan como discípulos de Jesús. J.M.
Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, mayo 10 del año 2015
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Juan 15, 1-8
Yo soy la vid verdadera, y mi
Padre es el que la cultiva. Si una de mis ramas no da uvas, la corta; pero si
da uvas, la poda y la limpia, para que dé más. Ustedes ya están limpios por las
palabras que les he dicho. Sigan unidos a mí, como yo sigo unido a ustedes. Una
rama no puede dar uvas de sí misma, si no está unida a la vid; de igual manera,
ustedes no pueden dar fruto, si no permanecen unidos a mí. Yo soy la vid, y
ustedes son las ramas. El que permanece unido a mí, y yo unido a él, da mucho fruto;
pues sin mí no pueden ustedes hacer nada. El que no permanece unido a mí, será
echado fuera y se secará como las ramas que se recogen y se queman en el fuego.
Si ustedes permanecen unidos a mí, y si permanecen fieles a mis enseñanzas,
pidan lo que quieran y se les dará. En esto se muestra la gloria de mi Padre,
en que den mucho fruto y lleguen así a ser verdaderos discípulos míos.
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La viña,
Vid
LIBERARNOS DE LO INÚTIL
Quien trabaja en un viñedo sabe cuánto cuidado y
atención se necesitan para hacerla productiva. La comparación de Jesús (la vid
y los sarmientos) indica su cuidadoso esmero por dar vida y energía constante a
sus discípulos.
Todos
estamos llamados a dar frutos y a hacer producir los talentos y capacidades que
Dios nos dio. Un discípulo no puede encerrarse en sí mismo ni desperdiciar sus
dones y cualidades. Los frutos son expresión de vida y
alternativa en un mundo opresor y alienante. Dar frutos de vida, entusiasmo, fe y alegría es lo que da sentido a
nuestra vida evitando que ésta quede estéril. Cortar las ramas inútiles y
podar las que dan fruto son tareas necesarias para alcanzar una buena cosecha.
Nosotros vivimos, crecemos y damos fruto cuando hay comunicación continua con
Jesús.
No podemos
vivir una fe verdadera sin contacto con la Vid, con Jesús.
Descubrimos la belleza y la autenticidad de la fe cuando vivimos en continua
relación con Dios, quien nos comunica siempre vida nueva.
Pero es necesaria la limpieza, es decir, la
eliminación de lo inútil, de lo que nos sobra, de lo que nos hace daño y nos
esclaviza. Jesús corta los brotes de
soberbia, egoísmo, codicia e indiferencia que nos impiden dar fruto. Y para
ello se sirve de la comunidad, de los amigos, de los pobres y también de
quienes nos critican. El Señor nos quiere disponibles, serviciales, libres,
ligeros de equipaje.
La poda es
necesaria para el crecimiento y madurez de las personas, grupos y comunidades.
Nos libra del egoísmo, la pereza, el orgullo, los vicios, la discriminación.
La poda es el secreto de éxito de quienes triunfan en su vida espiritual y
apostólica gracias a la continua comunicación de amor con Dios y con los
hermanos. J.M.
Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, mayo 3 del año 2015
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La viña,
Vid
Juan 10, 11-18
Yo soy el buen pastor. El
buen pastor da su vida por las ovejas; pero el que trabaja solamente por la
paga, cuando ve venir al lobo deja las ovejas y huye, porque no es el pastor y
porque las ovejas no son suyas. Y el lobo ataca a las ovejas y las dispersa en
todas direcciones. Ese hombre huye porque lo único que le importa es la paga, y
no las ovejas. Yo soy el buen pastor. Así como mi Padre me conoce a mí y yo
conozco a mi Padre, así también yo conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí.
Yo doy mi vida por las ovejas. También tengo otras ovejas que no son de este
redil; y también a ellas debo traerlas. Ellas me obedecerán, y formarán un solo
rebaño, con un solo pastor. El Padre me ama porque yo doy mi vida para volverla
a recibir. Nadie me quita la vida, sino que yo la doy por mi propia voluntad.
Tengo el derecho de darla y de volver a recibirla. Esto es lo que me ordenó mi
Padre.
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Jesús,
Jesús buen Pastor
SOMOS PASTORES TAMBIÉN NOSOTROS
La fiesta de Jesús buen Pastor adquiere importancia
especial hoy cuando la persona corre el riesgo de perder su propia identidad y
vivir desconcertada ante tantas voces y presiones.
Jesús es
el único y auténtico pastor que nos orienta, que da sentido a nuestra
existencia. Está dispuesto a dar la vida por sus ovejas en el momento del
peligro. Él las conoce y es conocido por ellas. Crea comunión de vida, relación
personal activa, amorosa. Les da el alimento, lleva en sus brazos a las
enfermas y las protege. Las defiende cuando ve venir el lobo. No huye como el
asalariado a quien sólo le interesa la paga.
Pastor es nuestro obispo, nuestro párroco. Ellos
son ejemplos de virtudes, dispensadores de los misterios de Dios, animadores de
las asambleas que presiden, profetas que anuncian el bien y denuncian el mal
con coraje; son servidores y signo de unidad, solidarios con los pobres y los
que sufren. Tienen la misión de predicar el Evangelio, apacentar a los fieles y
celebrar el culto divino (LG 28). Con ellos debemos estar siempre agradecidos.
Ellos
están cerca en los momentos hermosos y también en las dificultades. Nos
celebran la santa misa, nos orientan y asesoran cuando tenemos problemas en
nuestra familia, son el puente entre Dios y nosotros, nos reconcilian, nos
reaniman y acompañan cuando damos el último adiós a nuestros seres queridos.
Pastores también son los padres de familia que
quieren lo mejor para sus hijos, los orientan y, para ser creíbles, les dan
ejemplo de vida. Lo son también quienes tienen bajo su responsabilidad grupos
de personas a quienes tratan con amabilidad y justicia.
Hoy se constata escasez de vocaciones religiosas y
sacerdotales. Elevemos con fe nuestra oración al Dueño de la mies para que
envíe a la Iglesia muchas y santas vocaciones. J.M.
Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, abril 26 del año 2015
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Jesús buen Pastor
Juan 12, 20-33
Entre la gente que había ido
a Jerusalén a adorar durante la fiesta, había algunos griegos. Éstos se
acercaron a Felipe, que era de Betsaida, un pueblo de Galilea, y le rogaron: Señor,
queremos ver a Jesús. Felipe fue y se lo dijo a Andrés, y los dos fueron a
contárselo a Jesús. Jesús les dijo entonces: Ha llegado la hora en que el Hijo
del hombre va a ser glorificado. Les aseguro que si el grano de trigo al caer
en tierra no muere, queda él solo; pero si muere, da abundante cosecha. El que
ama su vida, la perderá; pero el que desprecia su vida en este mundo, la
conservará para la vida eterna. Si alguno quiere servirme, que me siga; y donde
yo esté, allí estará también el que me sirva. Si alguno me sirve, mi Padre lo
honrará. ¡Siento en este momento una angustia terrible! ¿Y qué voy a decir?
¿Diré: “Padre, líbrame de esta angustia”? ¡Pero precisamente para esto he
venido! Padre, glorifica tu nombre. Entonces se oyó una voz del cielo, que
decía: «Ya lo he glorificado, y lo voy a glorificar otra vez.» La gente que
estaba allí escuchando, decía que había sido un trueno; pero algunos afirmaban:
Un ángel le ha hablado. Jesús les dijo: No
fue por mí por quien se oyó esta voz, sino por ustedes. Éste es el momento en
que el mundo va a ser juzgado, y ahora será expulsado el que manda en este
mundo. Pero cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos a mí mismo. Con
esto daba a entender de qué forma había de morir.
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LA VIDA ES FRUTO DEL AMOR
Unos griegos manifiestan a Felipe su deseo de ver a
Jesús. Se lo presentan y Él los recibe con cariño y cortesía, y les habla de su
futuro, es decir, de su pasión y su cruz.
Jesús
es consciente de que alguien está tramando su muerte, pero no huye. Siente angustia,
pero sabe que ha venido para esta "hora" en que el maligno va a ser
derrotado, y así atraer a todos hacia sí. Está
decidido a dar la vida por los demás, pues sabe que el amor más grande es el de
aquel que da la vida por sus amigos.
Jesús
expresa la fecundidad de su muerte cuando dice: "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, no puede dar
fruto". El caer en tierra y morir es condición para que el grano
libere toda la energía que encierra. El fruto comienza a ser real en el mismo
grano que muere. El don total de sí es lo que hace que la vida de una persona
sea realmente fecunda.
No se puede engendrar vida sin dar la propia, como
tampoco se puede hacer vivir a los demás si no se está dispuesto a desvivirse
por ellos. La vida es fruto del amor y brota en la medida en que la entregamos.
Cuando uno ama y vive intensamente, no puede
permanecer indiferente ante el dolor de un hermano. El cristiano no disfruta ni
busca el dolor por el dolor (masoquismo), sino que acepta el sufrimiento como
precio de su compromiso con la vida. Saber
sufrir por amor y en unión con Cristo es gran sabiduría, porque "el que
vive ocupado sólo en pasarla placenteramente la perderá, pero el que emplea por
mi causa, la salvará", dice Jesús.
¿Cómo es nuestra conducta religiosa y moral? ¿Se
basa en el amor o vivimos una religión triste, una moral basada en el temor,
contrastante con la ley del Espíritu? ¿Somos cristianos creíbles? ¿Sabemos
mostrar el rostro de Cristo positivamente? J.M.
Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, marzo 22 del año 2015
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Juan 3, 14-21
Y así como Moisés levantó la
serpiente en el desierto, así también el Hijo del hombre tiene que ser
levantado, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. »Pues Dios amó
tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él no
muera, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para
condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él. »El que cree en el Hijo
de Dios, no está condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado por no
creer en el Hijo único de Dios. Los que no creen, ya han sido condenados, pues,
como hacían cosas malas, cuando la luz vino al mundo prefirieron la oscuridad a
la luz. Todos los que hacen lo malo odian la luz, y no se acercan a ella para
que no se descubra lo que están haciendo. Pero los que viven de acuerdo con la
verdad, se acercan a la luz para que se vea que todo lo hacen de acuerdo con la
voluntad de Dios.
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¿CREER O NO CREER?
Nicodemo, fariseo influyente que buscaba la
perfección en la observancia de la Ley, admiraba a Jesús y fue a visitarlo de
noche. Jesús le habló del agua, del
espíritu y de la carne; del nacer de nuevo, de la luz y las tinieblas; del amor
de Dios por el hombre, y le planteó el problema de creer o no creer. En
creer o no creer está el verdadero dilema del ser humano, del sentido o del
sinsentido de su vida. El que cree participa ya de la vida y de la gloria del
Hijo.
Hay muchas personas que no creen. El papa Francisco
nos dice que hay jóvenes que pasan su vida llenándola solamente de la
"nada, del vacío", esto es, de sinsentido... Otros se han instalado
en su finitud y organizan su vida a espaldas de Dios, en las tinieblas.
Un
creyente de verdad encuentra en su fe el mejor estímulo y la mejor orientación
para que su vida tenga sentido. Para ello necesita tener espíritu de búsqueda,
honestidad, fidelidad, verdad y justicia.
Hay una cruz que debemos asumir y con la que
podemos cargar, y es la cruz de quien procura que el otro, el hermano, no lleve
solo su cruz; es la cruz del que sufre porque ama. Es la cruz que nos da vida,
que nos salva.
La luz de
Dios es el amor, es vida nueva, vida eterna que se acerca al hombre en la
persona de Cristo para iluminarlo y salvarlo. Las obras
de las tinieblas son: violencia, injusticia, fornicación, mentira, etc., y
quien vive según la carne va a la muerte, pero si damos muerte a las obras del
cuerpo, viviremos y tendremos luz. Nicodemo estaba abierto a la luz y aquella
noche volvió a nacer y empezó una vida nueva.
Todo el que quiera vivir con honestidad, buscando
la verdad, creyendo en que Dios lo ama, no está lejos de la luz, ni de sentir
el amor de Dios, como Nicodemo. J.M.
Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, marzo 15 del año 2015
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Juan 2, 13-25
Como ya se acercaba la
fiesta de la Pascua de los judíos, Jesús fue a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de
novillos, ovejas y palomas, y a los que estaban sentados en los puestos donde
se le cambiaba el dinero a la gente. Al
verlo, Jesús tomó unas cuerdas, se hizo un látigo y los echó a todos del
templo, junto con sus ovejas y sus novillos. A los que cambiaban dinero les
arrojó las monedas al suelo y les volcó las mesas. A los vendedores de palomas les dijo: ¡Saquen
esto de aquí! ¡No hagan un mercado de la casa de mi Padre! Entonces sus discípulos se acordaron de la
Escritura que dice: «Me consumirá el celo por tu casa.» Los judíos le preguntaron: ¿Qué prueba nos das
de tu autoridad para hacer esto? Jesús
les contestó: Destruyan este templo, y en tres días volveré a levantarlo. Los judíos le dijeron: Cuarenta y seis años se
ha trabajado en la construcción de este templo, ¿y tú en tres días lo vas a
levantar? Pero el templo al que Jesús se
refería era su propio cuerpo. Por eso,
cuando resucitó, sus discípulos se acordaron de esto que había dicho, y
creyeron en la Escritura y en las palabras de Jesús. Mientras Jesús estaba en Jerusalén, en la
fiesta de la Pascua, muchos creyeron en él al ver las señales milagrosas que
hacía. Pero Jesús no confiaba en ellos,
porque los conocía a todos. No
necesitaba que nadie le dijera nada acerca de la gente, pues él mismo conocía
el corazón del hombre.
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NUEVO TEMPLO PARA UN CULTO NUEVO
Nos asombra el hecho de que Jesús levantara su mano
contra los mercaderes que estaban negociando en el templo y que los echara de
allí a latigazos. Pero esta acción, por dura que parezca, no tiene más que un
fin: llamar a la conciencia de que no se puede convertir el templo (material y
espiritual) en un mercado, donde se negocia con la vida y la dignidad de las
personas.
En la purificación del templo Jesús aparece como
innovador y se pronuncia por una religión pura, limpia y quiere un culto vivo
nacido de la fe y del corazón. La asamblea litúrgica es la auténtica Iglesia de
Dios, su santuario espiritual. Y cada bautizado en el Espíritu de Jesús, es el
mismo templo de Dios. San Pablo dijo:"¿No
saben que ustedes son templos de Dios y que el Espíritu Santo habita en
ustedes?"(1Co 3, 16).
Toda persona es templo de Dios ya que está hecha a
su imagen y semejanza. Por eso, destruir (profanar) un templo vivo es el mayor
sacrilegio. Sin embargo, sabemos de niños que mueren antes de nacer, de mujeres
violadas, de cuerpos mutilados, etc., todo esto es un atentado contra la máxima
creación de Dios.
El culto a Dios sin defensa de la dignidad de las
personas no es un verdadero culto. Templo, altar, ofrendas y ritos tienen un
valor cultual, pero para que haya un culto verdadero a Dios cuenta la primacía
del espíritu, del corazón y de la fe de los creyentes que alaban a Dios en
unión con Cristo.
Debemos
ser piedras vivas y dinámicas del templo. Y hay que trasladar la vida al culto
y el culto a nuestra existencia personal, laboral, familiar. Hay que respetar
el templo donde Cristo se nos da en alimento, a través de la comunión y de su
Palabra. Así podremos adorarlo, darle gracias, bendecirlo y darle culto como Él
quiere, con una religión auténtica en espíritu y en verdad. J.M.
Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, marzo 8 del año 2015
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Marcos 9, 2-10
Seis días después, Jesús se
fue a un cerro alto llevándose solamente a Pedro, a Santiago y a Juan. Allí,
delante de ellos, cambió la apariencia de Jesús. Su ropa se volvió brillante y más blanca de lo
que nadie podría dejarla por mucho que la lavara. Y vieron a Elías y a Moisés, que estaban
conversando con Jesús. Pedro le dijo a
Jesús: Maestro, ¡qué bien que estemos aquí! Vamos a hacer tres chozas: una para
ti, otra para Moisés y otra para Elías. Es que los discípulos estaban asustados, y
Pedro no sabía qué decir. En esto,
apareció una nube y se posó sobre ellos. Y de la nube salió una voz, que dijo:
«Éste es mi Hijo amado: escúchenlo.» Al
momento, cuando miraron alrededor, ya no vieron a nadie con ellos, sino a Jesús
solo. Mientras bajaban del cerro, Jesús
les encargó que no contaran a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del
hombre hubiera resucitado. Por esto
guardaron el secreto entre ellos, aunque se preguntaban qué sería eso de
resucitar.
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EL TABOR DE CADA DÍA
Cristo después de anunciar a sus discípulos su
pasión y muerte les mostró en el Tabor el resplandor de su divinidad, como un
anticipo de su resurrección. Allí Pedro, Santiago y Juan tuvieron una
experiencia singular que iluminaba y animaba su camino que parecía necedad y
locura.
En la
transfiguración Jesús es confirmado como Hijo y elegido.
Los discípulos ven su gloria, que no significaba fama, prestigio o triunfo
puramente humano, sino que era la manifestación de lo que Jesús es, es decir,
la belleza de Dios.
La transfiguración fue una experiencia tan placentera
que Pedro quería quedarse allí disfrutando de la belleza de la visión, pero que
no dispensaba de la tarea cotidiana de continuar con la misión.
La
transfiguración es la confirmación del Padre a Jesús de su filiación e
identidad. Lo que ha realizado es lo que el Padre quería y quiere. El Padre lo
reconoce como el Hijo amado, revalida el camino que sigue y enseña y lo pone
como norma de vida y de seguimiento y nos invita a escucharlo en medio de
tantas voces que invitan a abandonarlo. "Éste es mi Hijo amado,
escúchenlo". Elías y Moisés le dan razón en su vida y
camino. Su vida, su misión no están equivocadas.
Cuando nos dejamos guiar por Jesús, nos purificamos
y lo acompañamos, empieza a brillar en nosotros la luz de Dios y de su
presencia.
No necesitamos otros tesoros pues percibimos que
Dios nos acompaña, nos habla, nos protege. Cuando nos olvidamos de nosotros
mismos y nos ajotamos sirviendo a los demás y vencemos la tentación de los
apegos y rescatamos a alguien de su infierno; cuando hemos aceptado el
sufrimiento o luchado por la paz o hemos orado desde nuestro corazón y nos
hemos puesto en las manos de Dios, viene la transfiguración. Entonces todo es
Tabor, dicha y alegría. J.M.
Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, marzo 1 del año 2015
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Marcos 1, 21-28
Llegaron a Cafarnaúm, y en
el sábado Jesús entró en la sinagoga y comenzó a enseñar. La gente se admiraba de cómo les enseñaba,
porque lo hacía con plena autoridad y no como los maestros de la ley. En la sinagoga del pueblo había un hombre que
tenía un espíritu impuro, el cual gritó: ¿Por qué te metes con nosotros, Jesús
de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Yo te conozco, y sé que eres el Santo de
Dios. Jesús reprendió a aquel espíritu,
diciéndole: ¡Cállate y deja a este hombre! El espíritu impuro hizo que al hombre le diera
un ataque, y gritando con gran fuerza salió de él. Todos se asustaron, y se preguntaban unos a
otros: ¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, y con plena autoridad!
¡Incluso a los espíritus impuros da órdenes, y lo obedecen! Y muy pronto la fama de Jesús se extendió por
toda la región de Galilea.
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LA AUTORIDAD DEL TESTIMONIO
Los letrados, que presenta el Evangelio de hoy,
comentaban la Escritura con base en citas y casuística, cargando pesados fardos
a la gente. Hablaban sólo para ser aplaudidos. En cambio el estilo de Jesús era liberador y anunciaba una buena
noticia. La gente notó la diferencia, por eso lo escuchaba con gusto. Todo
lo que decía Jesús estaba respaldado por su vida, por su ejemplo. Era la base
de su autoridad.
A la enseñanza de Jesús sigue el milagro de la
liberación de un poseso, mostrando así su autoridad también sobre los demonios.
Al preguntársele sobre su autoridad
Cristo se remite al testimonio de sus obras, que probaban su identidad
mesiánica.
El poder abre puertas, llena bolsillos, impone,
pero si no es servicio, no sirve para hacer mejores y más libres a las
personas. El carisma, en cambio, no se
atribuye poderes, libera al hombre, no esclaviza.
Jesús,
quien "no tiene autorización legal" para enseñar o sanar, realiza
acciones en favor de los sufrientes y los marginados. Sus obras son un servicio
humilde a los enfermos, a los pobres y a los oprimidos por el pecado. Él vino a
servir y a rescatar lo perdido. Todo lo que decía y hacía era creíble porque
estaba respaldado por su vida y su comportamiento.
Si no somos testimonio de lo que decimos nunca
seremos creíbles, no tendremos autoridad y nadie nos hará caso. Ni nuestros
hijos, ni nuestros alumnos, ni nuestros oyentes. ¿Los padres de familia hablan
con la autoridad del testimonio frente a los hijos? Los jefes de grupo, los directores,
¿con qué autoridad hablan? Lo que les decimos ¿está respaldado por nuestro
comportamiento?
El reto de
nuestra época es anunciar el Reino, no sólo con palabras sino con hechos,
no de formó ideológica sino con una práctica liberadora, no con la amenaza sino
con la bondad y la misericordia. J.M.
Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, febrero 1 del año 2015
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Marcos 1, 14-20
Después que metieron a Juan
en la cárcel, Jesús fue a Galilea a anunciar las buenas noticias de parte de
Dios. Decía: «Ya se cumplió el plazo
señalado, y el reino de Dios está cerca. Vuélvanse a Dios y acepten con fe sus
buenas noticias.» Jesús pasaba por la
orilla del Lago de Galilea, cuando vio a Simón y a su hermano Andrés. Eran
pescadores, y estaban echando la red al agua. Les dijo Jesús: Síganme, y yo haré que ustedes
sean pescadores de hombres. Al momento
dejaron sus redes y se fueron con él. Un
poco más adelante, Jesús vio a Santiago y a su hermano Juan, hijos de Zebedeo,
que estaban en una barca arreglando las redes. En seguida los llamó, y ellos dejaron a su
padre Zebedeo en la barca con sus ayudantes, y se fueron con Jesús.
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JESÚS BUSCA COLABORADORES
Los cuatro primeros discípulos de Jesús son dos
parejas de hermanos: Pedro y Andrés, Santiago y Juan, todos pescadores,
quienes, ante la invitación de Jesús a ser en adelante pescadores de hombres,
dejan redes, casa y familia y lo siguen con alegría. Ya no ganarían dinero,
pero sí hijos para Dios y mucha alegría en sus corazones.
Los llamados por Jesús dejan un trabajo conocido
por otro desconocido y cambian un proyecto personal por otro en que tendrán
primacía las necesidades de los demás, el sufrimiento y el dolor de los
enfermos y de los pobres.
El
discípulo de Jesús no se define por haber dejado algo, sino por haber
encontrado a Alguien, a Jesucristo, la razón de su existir.
La renuncia está recompensada con creces por la ganancia: la alegría de dar, la
salvación, el Reino de los Cielos. Jesús crea en el discípulo una nueva
personalidad infinitamente más rica, porque se siente amado y valorado.
Hoy estamos invitados a renovarnos y a crear nuevos
y auténticos lazos de amistad. Y todo esto lo logramos creyendo,
interesándonos, defendiendo a quienes Jesús defendió, mirando a las personas
como Él las miró, acercándonos a los necesitados como Él lo hizo, asumiendo el
dolor de los enfermos del cuerpo y del espíritu, amando como Él amó, confiando
en el Padre como Él confió, enfrentándonos a la vida como Él lo hizo con
esperanza y coraje. Entregándonos como Él lo hizo por nosotros.
Jesús ya
tiene cuatro compañeros, los primeros de una larga fila de discípulos con
quienes empezará su labor apostólica. Hoy somos tú y yo los invitados a ampliar
este grupo de pescadores de hombres nuevos. J.M.
Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, enero 25 del año 2015
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Juan 1, 35-42
Al día siguiente, Juan
estaba allí otra vez con dos de sus seguidores. Cuando vio pasar a Jesús, Juan dijo: ¡Miren,
ése es el Cordero de Dios! Los dos
seguidores de Juan lo oyeron decir esto, y siguieron a Jesús. Jesús se volvió, y al ver que lo seguían les
preguntó: ¿Qué están buscando? Ellos dijeron: Maestro, ¿dónde vives? Jesús les contestó: Vengan a verlo. Fueron,
pues, y vieron dónde vivía, y pasaron con él el resto del día, porque ya eran
como las cuatro de la tarde. Uno de los
dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús, era Andrés, hermano de Simón Pedro. Al primero que Andrés se encontró fue a su
hermano Simón, y le dijo: Hemos encontrado al Mesías (que significa: Cristo). Luego Andrés llevó a Simón a donde estaba
Jesús; cuando Jesús lo vio, le dijo: Tú eres Simón, hijo de Juan, pero tu
nombre será Cefas (que significa: Pedro).
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Jesús el Cordero de Dios,
Jesús el Mesías,
Juan el Bautista,
Maestro
FUERON A SU CASA Y SE QUEDARON CON ÉL
Juan Bautista, señalando a Jesús, dice: "Éste es el Cordero de Dios, que quita
el pecado del mundo", e invita a la gente a seguirlo. Los discípulos
descubren, creen, son tocados por la experiencia personal con Jesús. De hecho,
fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con Él aquel día. La mirada penetrante
y amable de Jesús, sus palabras, el compartir y observar el ambiente de su
casa, dejó en ellos una huella profunda.
Todos tenernos en nuestra vida —un día cualquiera a
las "cuatro de la tarde"— un momento fuerte de encuentro con quien
nos llena de entusiasmo, de esperanza y nos anima.
La pregunta de Jesús: "¿A quién buscan?" toca lo más profundo de nuestro ser. Y
Jesús no se esconde ante quien lo busca honradamente. Se vuelve, invita y dice:
"Sígueme". Dialoga,
explica y facilita el encuentro.
En un mundo en que prima lo físico, lo corpóreo, lo
material, nuestro testimonio de cristianos es indispensable y urgente. Alguien
dijo que al mundo y al hombre actuales se le está agrandando él cuerpo y
empequeñeciendo el espíritu. Por eso el papa Pablo VI decía: "El mundo actual necesita urgentemente
un suplemento de alma”.
Hay un alarmante desajuste de criterios que se
deduce de la influencia de los medios de comunicación. Los valores del espíritu
se disuelven, se relativizan, cuando son remplazados por los criterios del
mundo. El creyente debe estar alerta para no dejarse engañar, para disentir
todo cuanto es indigno de los hijos de Dios, o le lleva a alejarse de Él,
dándole la espalda. Para ser discípulos auténticos de Cristo necesitamos
responder fielmente a su llamada, escuchar su palabra, tener plena disponibilidad,
fidelidad y testimonio de vida. Cristo nos ha llamado por nuestro nombre para
que seamos sus seguidores. J.M.
Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, enero 18 del año 2015
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Jesús el Mesías,
Juan el Bautista
Marcos 1, 7-11
En su proclamación decía:
«Después de mí viene uno más poderoso que yo, que ni siquiera merezco agacharme
para desatarle la correa de sus sandalias.
Yo los he bautizado a ustedes con agua; pero él los bautizará con el
Espíritu Santo.» Por aquellos días,
Jesús salió de Nazaret, que está en la región de Galilea, y Juan lo bautizó en
el Jordán. En el momento de salir del
agua, Jesús vio que el cielo se abría y que el Espíritu bajaba sobre él como
una paloma. Y se oyó una voz del cielo,
que decía: «Tú eres mi Hijo amado, a quien he elegido.»
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SOY AMADO POR DIOS
Jesús desciende a las aguas del río Jordán para ser
bautizado por Juan. Esas aguas que son signo de lo caótico y del mal. Y Jesús
entra en ellas, se enfrenta a su turbulencia recogiendo así todo el pecado y la
miseria del mundo y de la condición humana. La misión de Jesús es quitar el
pecado que oprime al mundo.
También nosotros hemos sido bautizados como Jesús,
hemos sido ungidos por el Espíritu para anunciar la salvación, comunicando
esperanza y alegría. Pertenecemos a la familia de Dios y nos configuramos con
Cristo sacerdote, rey y profeta. Sin embargo, a veces nuestro bautismo es un
mero acto social y no nos distingue ni nos identifica como cristianos.
Ser
creyente no hace desaparecer de nuestra vida los conflictos, contradicciones y
sufrimientos propios de lo cotidiano. Pero dentro de la fe cristiana hay una
experiencia que da un sentido a todo, esto es: que Dios me ama tal como soy,
porque estoy habitado y sostenido por Él, que es amor insondable y gratuito.
Si no hacemos parte de esta experiencia, desconocemos la gratuidad y la
santidad que nos da la presencia del Espíritu Santo. El sentido, la esperanza,
la vida entera del creyente nace y se sostiene en la seguridad inquebrantable
de sentirnos amados. A cada uno hoy
también nos dice Dios:"Tú eres mi hijo amado".
¿Qué
recibimos en el bautismo? La luz que es Cristo, quien con su palabra, su
presencia y su ejemplo nos ilumina y nos invita a ser luz para los demás; el aceite con que hemos sido ungidos como
sacerdotes, reyes y profetas; la
vestidura blanca, es decir, la dignidad de hijos de Dios que debemos testificar
con nuestra palabra y ejemplo de vida. El bautismo no es una carga sino un
don inenarrable que Dios nos regala para nuestra alegría y nuestra plena
identificación como cristianos auténticos. J.M.
Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, enero 11 del año 2015
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Mateo 2, 1-12
Jesús nació en Belén, un
pueblo de la región de Judea, en el tiempo en que Herodes era rey del país.
Llegaron por entonces a Jerusalén unos sabios del Oriente que se dedicaban al
estudio de las estrellas, y preguntaron:
¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos salir su estrella y
hemos venido a adorarlo. El rey Herodes
se inquietó mucho al oír esto, y lo mismo les pasó a todos los habitantes de
Jerusalén. Mandó el rey llamar a todos
los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la ley, y les preguntó dónde
había de nacer el Mesías. Ellos le
dijeron: En Belén de Judea; porque así lo escribió el profeta: “En cuanto a ti,
Belén, de la tierra de Judá, no eres la más pequeña entre las principales
ciudades de esa tierra; porque de ti saldrá un gobernante que guiará a mi
pueblo Israel.” Entonces Herodes llamó
en secreto a los sabios, y se informó por ellos del tiempo exacto en que había
aparecido la estrella. Luego los mandó a
Belén, y les dijo: Vayan allá, y averigüen todo lo que puedan acerca de ese
niño; y cuando lo encuentren, avísenme, para que yo también vaya a rendirle
homenaje. Con estas indicaciones del
rey, los sabios se fueron. Y la estrella que habían visto salir iba delante de
ellos, hasta que por fin se detuvo sobre el lugar donde estaba el niño. Cuando los sabios vieron la estrella, se
alegraron mucho. Luego entraron en la
casa, y vieron al niño con María, su madre; y arrodillándose le rindieron
homenaje. Abrieron sus cofres y le ofrecieron oro, incienso y mirra. Después, advertidos en sueños de que no debían
volver a donde estaba Herodes, regresaron a su tierra por otro camino.
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¡TU ROSTRO BUSCARÉ SEÑOR!
El mensaje
de la Epifanía es la manifestación de Cristo luz y salvación de Dios para todas
las naciones. El Dios que sale al encuentro del ser humano y colma sus
aspiraciones. Éste es nuestro gran regalo de reyes.
Los magos representan la esperanza que todo ser
humano lleva en su corazón. Todos buscamos algo mejor. Los padres, el niño, el
adolescente, el adulto, el anciano, cada uno vive su secreta ilusión e íntima
esperanza. Todos esperamos que una estrella nos guíe.
Es importante que estemos siempre alerta y en
actitud de búsqueda para encontrar y reconocer a Dios. Y para esto es necesario
pasar por dificultades y renunciar a las comodidades. Esa fue la actitud de los
magos de Oriente. Por eso hay que repetir siempre: "Tu rostro buscaré, Señor, no me ocultes tu rostro".
Necesitamos tener la ilusión de los magos y dejarnos
iluminar por la luz de la estrella para vencer la desilusión y el desencanto,
trabajando por un mundo mejor, más hermoso y más fraternal, ofreciendo a Jesús y
a nuestros hermanos lo mejor de nosotros mismos.
Vivimos como en una aldea sin fronteras debido a la
facilidad de la comunicación. Pero, a pesar de todo, vivimos luchando por
defender intereses personales. Así es fácil olvidar el mensaje de Dios en la Epifanía,
que es anuncio de esperanza en un mundo donde reina la desilusión y el
desencanto.
No podemos vivir como Herodes defendiendo a capa y
espada nuestros privilegios, nuestra situación social o económica, tratando de
eliminar a quien con su presencia, así sea la de un recién nacido, anuncia y
trae un mundo nuevo, con mejores relaciones humanas. ¿Qué estrellas nos guían? ¿Qué ofrecemos a Jesús al encontrarlo? ¿Lo
adoramos o adoramos los ídolos de este mundo? J.M.
Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, enero 4 del año 2015
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Señor Hijo de David
Lucas 2, 16-21
Fueron de prisa y
encontraron a María y a José, y al niño acostado en el establo. Cuando lo vieron, se pusieron a contar lo que
el ángel les había dicho acerca del niño, y todos los que lo oyeron se admiraban de lo
que decían los pastores. María guardaba
todo esto en su corazón, y lo tenía muy presente. Los pastores, por su parte, regresaron dando
gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían visto y oído, pues todo sucedió
como se les había dicho. A los ocho días
circuncidaron al niño, y le pusieron por nombre Jesús, el mismo nombre que el
ángel le había dicho a María antes que ella estuviera encinta.
LA PAZ, DON Y TAREA DE TODOS
La paz no es ausencia de guerra, ni equilibrio de
fuerzas adversarias, ni situación de calma impuesta. La paz es shalom, armonía con Dios, con los hermanos, con la creación y
con nosotros mismos.
Pero la
paz es una tarea de todos. Es una de las aspiraciones más profundas del ser
humano; es consecuencia del respeto a la dignidad personal, es cultura
solidaria. La paz no es algo ya hecho sino algo que hay que construir. Está
siempre amenazada por el pecado personal y social, por el orgullo y el egoísmo
y el deseo de venganza. Si tenemos un corazón violento, o somos iracundos, no
podremos transmitir paz a nuestro alrededor.
La Iglesia
hace coincidir el día del Año nuevo con la celebración del "Día mundial de
la paz", porque el nacimiento de Jesús es la inauguración de una nueva
era, de un tiempo nuevo en el que las lanzas y las espadas se convertirán en
instrumentos de trabajo y progreso.
A veces tenemos armado nuestro corazón y está a la
defensiva por la soberbia, la agresividad y el ansia de dominio. Y mientras no
nos desarmemos no podemos desearnos paz y felicidad. Y si no estamos en paz con
Dios, con nuestra conciencia, con los familiares y amigos, es inútil desearnos
paz y celebrar el año nuevo.
Hoy es una
oportunidad propicia para construir paz. Por medio de María llega a nuestro
mundo atormentado la aurora de la paz. Ella nos trae al Príncipe de la Paz para
darnos una serenidad sin límite que comienza desde la paz de nuestro corazón.
Dios ha
otorgado a María el poder de vencer, humillar y desenmascarar al autor de la
violencia que es el padre de la mentira, el enemigo de Dios y del género
humano. El maligno es quien suscita odios, guerras,
violencia, y puede estar también dentro de nosotros. J.M.
Tomado de: SEMANARIO LITÚRGICO CATEQUÉTICO, enero 1 del año 2015
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Paz
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